Opinión

Yoga, ¿es realmente una pseudoterapia?

El autor considera que el yoga no es ninguna terapia y que sus principios no contradicen en nada a los establecidos principios científicos al uso

Francisco López-Seivane*

Nadie puede permanecer impasible ante la absurda postura de un gobierno en funciones, que dice estar estudiando catalogar el yoga como una ‘ pseudoterapia ’. No parece un error, ya que nada menos que dos ministerios, Ciencia y Sanidad, están involucrados en el asunto. Alguien tiene que explicar a esos ministros que el yoga no es ninguna terapia , y que sus principios no contradicen en nada a los establecidos principios científicos al uso. En eso estamos, pero mucho me temo que ya lo saben.

Empecemos recordando que la ciencia, para muchos la nueva religión de nuestro tiempo, es un fenómeno muy novedoso en la historia de la humanidad. En el siglo XVII Galileo, a quien se considera el padre de la ciencia moderna, fue acusado de herético por la Iglesia de entonces al asegurar que era la tierra la que giraba alrededor del sol y no al contrario, como sostenían los teólogos de la época, para quienes el hombre era el centro de todas las cosas, y el universo, una obra divina para su solaz y recreo. Desde entonces ha llovido mucho y el avance de la ciencia ha sido espectacular en todos los campos. Aunque lo más sorprendente quizá sea la supervivencia de los relatos religiosos de la época tras el varapalo que les propinó el conocimiento científico de hombres como Galileo, Giordano Bruno, Francis Bacon, Kepler, Copérnico y otros muchos notables renacentistas.

Justamente en estos días se ha publicado en los medios de comunicación de todo el mundo un hecho histórico y sin precedentes. Un investigador cuántico, Alessandro Fedrizzi , acaba de dar a conocer un reciente y desconcertante experimento, realizado en la universidad inglesa de Heriot-Watt, con el que dice haber podido probar por primera vez ‘científicamente’ en un laboratorio que la realidad objetiva –el mundo ‘real’- no existe y todo está en función del perceptor, algo que ha sostenido desde tiempo inmemorial la filosofía Vedanta, en la que se apoya el yoga. Si la ciencia derribó en su día el relato creacionista, en esta ocasión ha confirmado de plano la milenaria sabiduría yóguica. Por primera vez en la historia de la humanidad, ciencia y pensamiento se han fundido en un abrazo que, sin duda, dará lugar a un nuevo paradigma para las generaciones futuras. Hay algo que conviene destacar y es el hecho de que haya sido la ciencia, la que, tras un largo recorrido de siglos, haya venido a corroborar la postura inamovible de la filosofía Vedanta. Creo que los postulados yóguicos deben recibir el crédito que merecen, tras haber sido ignorados, cuando no denostados, durante siglos y reconocer que en eso, como en tantas cosas, se adelantaron a la ciencia actual. Cabe preguntarse qué dirán ahora los ministros empeñados en sacar el yoga de la circulación.

Junto con la ciencia en general, la medicina también ha experimentado un desarrollo espectacular en el último siglo, basado especialmente en los avances de la investigación, la cirugía y la tecnología. A cambio, se ha perdido el trato cercano del médico y su ojo clínico. Hoy todo son protocolos en la clínica hospitalaria. Sin embargo, algo debe de fallar cuando, a pesar de estos avances, los hospitales están saturados con largas colas de espera y la salud de los ciudadanos del siglo XXI no es todo lo buena que cabría de esperar. Es evidente que el énfasis de las autoridades sanitarias no se centra tanto en promover la salud de la población, como en curar sus enfermedades. Aunque afortunadamente en algunos ámbitos va resurgiendo, no sin dificultades, una vieja noción que ya usaban los chinos en la antigüedad: la medicina preventiva .

En la antigua china, la misión del doctor no era curar enfermedades, sino mantener sanos a los individuos a su cuidado. Si alguno enfermaba, era al médico a quien se pedían responsabilidades. Algo así se antoja una utopía en nuestros tiempos. ¿Qué iba a hacer la poderosa industria farmacéutica sin enfermos? ¿Quién iba a costear los carísimos y sofisticados sistemas de diagnóstico? La medicina es hoy un negocio ingente, que no permite intrusos, lo cual despierta inevitables suspicacias a la hora de entender los motivos que puedan haber llevado a los ministerios citados a tratar de proscribir el yoga o cualquier otra práctica (que no terapia) que promueva la salud. El yoga sólo procura evitar la enfermedad con un sistema de vida saludable. ¿Puede alguien en su sano juicio llamar a eso una pseudoterapia?

Quizá sea el momento de explicar que el yoga es la forma de conocimiento más antigua de que se tiene noticia. Sus orígenes en las riveras del Indo y del Ganges se pierden en la noche de los tiempos y nadie puede datarlos con precisión, aunque es universalmente aceptado que suman muchos miles de años. Cualquier cosa que se haya mantenido viva y vigente durante milenios en un mundo tan cambiante como el nuestro merece un gran respeto. Casi me atrevería a afirmar que la ciencia nació en realidad cuando nació el yoga, ya que, como se acaba de demostrar, ninguno de sus principios y aseveraciones contradice los actuales conocimientos sobre el hombre, y algunos superan de largo lo que la ciencia actual puede indagar o probar. Sencillamente porque ésta carece de herramientas capaces de profundizar en la hondura intangible que se extiende más allá de la materia; la consciencia, por ejemplo. El yoga, en cambio, ha diseñado métodos, como la meditación , capaces de trascender la mente y penetrar en ese mundo místico de las esencias, del que nada sabe el común de los mortales. Quien desee indagar en el tema puede leer ‘The Tao of Physics’, del doctor Frjtiof Capra, otro especialista en física cuántica que ha encontrado asombrosos paralelismos y semejanzas entre ésta y los fundamentos de la milenaria sabiduría yóguica.

El yoga se centra en trascender lo aparente para llegar a lo esencial. Al yogui no le interesa el conocimiento de las circunstancias -el mundo ilusorio de maya- al que se aplica la ciencia. Su afán consiste más bien en investigar al investigador, es decir, en conocer la esencia última del sujeto antes que los detalles de los objetos. El universo de las formas carece de interés para él. Es la inmanencia lo que busca. Para poder lograr este objetivo es necesaria una perfecta salud, por eso el yoga prescribe un sistema de vida saludable, que puede resumirse en cinco puntos: dieta, respiración, ejercicio, relajación y actitud mental positiva . Se trata de mantener en perfecto funcionamiento los sistemas físico, psíquico y emocional del practicante, algo muy parecido a lo que persigue la medicina preventiva. ¿Dónde está el problema entonces?

Si la práctica de las asanas, las familiares posturas que constituyen la parte más básica, conocida y elemental del yoga, se ha popularizado en Occidente es porque nuestro sistema de vida nos aboca a un estrés insufrible que la ciencia médica no acierta a atajar, ya que se trata de un síndrome psicosomático, algo que incomoda y desconcierta todavía a muchos especialistas al tener componentes ‘atípicos’. Estas sencillas posturas, que cualquiera puede practicar, son de una eficacia incuestionable en lo que se refiere a combatir los efectos del estrés y la tensión de la vida moderna. Los yoguis las practican asiduamente porque les facilitan la meditación. Otros lo hacen porque les relaja, les serena y les proporciona una profunda sensación de grato bienestar. Quede, pues, claro que el yoga no es ninguna terapia, sino una forma de crecimiento personal. Otra cosa es que su práctica propicie una cierta serenidad y estabilidad emocional, algo que podríamos considerar como simples efectos colaterales positivos.

La pretensión del gobierno actual de incluir el yoga en una lista de ‘pseudoterapias’ puede producir perplejidad y hasta vergüenza ajena, por cuanto presupone una ignorancia supina de lo que es esta ciencia milenaria. Sobre todo, teniendo en cuenta que buena parte de quienes acuden a un centro de yoga lo hacen a instancias de sus médicos y psicólogos. Otros, como nuestra reina, lo practican porque les hace sentir bien y les ayuda a mantenerse relajados y centrados. Además, a diferencia de cualquier tratamiento médico conocido, la práctica del yoga carece de contraindicaciones. Y si un especialista establece ciertas cauciones a algún practicante, éstas son prontamente respetadas por el monitor de turno.

Iba a terminar recomendando a los ministros y ministras de este gobierno cesante que experimenten aunque no sea más que una sola sesión de yoga antes de seguir adelante con esa disparatada idea de descalificar por las buenas el que seguramente es uno de los mayores y mejores inventos de la humanidad, por delante del fuego, la rueda e incluso la siesta, a la que no en vano el famoso psiquiatra López Ibor llamaba el ‘ yoga ibérico ’. Pero no quiero perder el tiempo. Mucho me malicio que los ministros conocen perfectamente los beneficios del yoga y su pretensión de desacreditarlo no proviene de la ignorancia, sino de otras causas que desconozco y que algún día tal vez sabremos. De momento, sólo cabe preguntarse ¿Quid prodest?

*Francisco López-Seivane, periodista y escritor, es experto en filosofías orientales y autor de ‘Cosas que aprendí de Oriente’ (Alianza)

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