La fe y el coronavirus

El pasado 8 de marzo, el Papa Francisco invitó a los católicos «a vivir este difícil momento con la fuerza de la fe, la certeza de la esperanza y el fervor de la caridad»

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El pasado 8 de marzo, el Papa Francisco invitó a los católicos «a vivir este difícil momento con la fuerza de la fe, la certeza de la esperanza y el fervor de la caridad». Durante varios días, en sus homilías como párroco del mundo, ha pedido rezar, en particular, por los sacerdotes para que puedan acompañar, consolar y estar cerca de quienes sufren. Y para que con todas las precauciones posibles tengan « el coraje de salir e ir a los enfermos , aportando la fuerza de la Palabra Dios y la Eucaristía y acompañar a los trabajadores de la salud, voluntarios, en el extraordinario servicio que llevan a cabo».

La Iglesia en España se ha sumado al necesario ejercicio de responsabilidad ciudadana. Prácticamente todas las diócesis han hecho público un comunicado con instrucciones a sacerdotes y fieles. Pero no han sido muchos los textos que hayan trascendido esa función práctica y nos hayan metido en el sentido de esta inédita experiencia histórica. Quizá estén gripados algunos resortes de sentido teológico ante acontecimientos que nos instalan en la incertidumbre.

Hannah Arendt nos recordó que las crisis «nos obliga a volver a las preguntas». Existe un nexo entre nuestra relación con la realidad y nuestra autoconciencia como personas. Quien no se haya esforzado nunca, quien no se haya preguntado por el sentido de su vida, por las trampas de la voluntad, tendrá un escaso sentido de su conciencia y percibirá con menos fuerza lo que está ocurriendo.

Hace días el teólogo José Granados escribió que las causas, los efectos, la respuesta al coronavirus es competencia de los científicos. La fe, un don Dios que regala a quien la pide, ofrece el horizonte último de respuesta, que está relacionado con el primero de la pregunta por el sentido de nuestra vida. «El creyente –decía- no tiene todas las respuestas. Pero conoce a quien sí las tiene. Nuestro por qué se transforma en un para qué». San Juan Pablo II nos enseñó que el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor. El amor en tiempos de coronavirus.

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