Vivir del uranio o morir despoblados

Varios pueblos extremeños temen que el cierre de la central nuclear de Almaraz, que da trabajo a toda la comarca del Campo Arañuelo, provoque una catástrofe demográfica

Manuel Ortiz y su madre, en el bar que regentan en Almaraz MAYA BALANYÀ

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Las dos de la tarde. Sol en Almaraz y decenas de niños salen del colegio en estampida. Apenas unos kilómetros más allá, la central nuclear de la localidad funciona a pleno rendimiento, un hecho que pone de manifiesto que el uranio es perfectamente compatible con la vida, siempre que se tomen las medidas de seguridad oportunas. Los habitantes de este pueblo extremeño, que apenas tiene 1.600 personas censadas, todavía se ríen de aquel periodista portugués que, después de pasar un día por allí, salió pitando en cuanto pudo atemorizado: tenía miedo de que le pillara allí un desastre como el de Chernóbil. «¡Ay qué mal rato he pasado!», cuentan que dijo aquel hombre. «Sólo se habla de las tres centrales que han fallado, nunca de las cientos que funcionan perfectamente», expone Manuel Ortiz desde su bar en la localidad. Igual que Eugenio Porras y Elena Fernández, una pareja que, desde su carnicería, quita hierro a los falsos mitos: «No tenemos miedo de que pase algo en la central, porque llevamos 40 años y nunca ha pasado nada; tenemos miedo de que se vaya».

«No tenemos miedo de que pase algo en la central nuclear; tenemos miedo de que se vaya»

Ahí está el primer problema. La central nuclear de Almaraz va a cerrar pronto . Sus dos reactores tienen licencia para funcionar hasta 2021 y 2023, pero a finales de marzo finaliza el plazo para solicitar que se alargue su vida útil. Sobre la mesa está la opción de una prórroga en el marco de un Gobierno socialista que en su programa aboga por cerrar todas las centrales nucleares, pero la sombra del cierre también asoma. El segundo problema es que la instalación, con fecha de caducidad, da de comer, directa o indirectamente, a unas 3.000 familias. El tercero, que está en Cáceres, la séptima provincia más despoblada de España. Y el cuarto, que no hay ninguna alternativa para dar trabajo a esos futuros parados. «El uranio aquí no da miedo, nos da más miedo que la central se cierre», repite Porras, a quien respalda su mujer: «Si se cierra, la gente joven se tendrá que ir. El futuro de nuestros hijos en Extremadura es cero ».

Una vecina pasea por las calles de Almaraz MAYA BALANYÀ

A lo largo de estas semanas, las reuniones entre los propietarios de la central, el Ministerio de Transición Ecológica y los ayuntamientos de la zona afectados se han sucedido. Pero todo sigue en el aire. Según ha podido saber ABC, la opción más realista a estas alturas es que se conceda una prórroga para que la actividad se mantenga cinco años para después comenzar a comenzar a desmantelar, tanto la central como la región. «Esperemos que ellos tengan más suerte...» , suspira Elena Gordón, alcaldesa de Almonacid de Zorita, un pueblo de Guadalajara que se ha ido desangrando demográficamente desde que allí se clausuró la José Cabrera, la primera central de este tipo que se construyó en España. «Si vas a plantear el desmantelamiento hay que buscar una alternativa para la zona, hay que hacerlo con cabeza y pensar en la gente, más todavía cuando la región se dedica al monocultivo nuclear», propone la edil, en la misma línea que su homóloga en Almaraz, Sabina Hernández.

Sin alternativas

«Nos aporta 3 millones de euros al año», expone Hernández, quien asegura que esos ingresos -nada comunes para cualquier otro pueblo tan pequeño- se invierten en servicios sociales que mejoran la calidad de vida de los vecinos. « Tenemos un colegio bilingüe que es gratis, igual que los libros, ya que también hay un banco de libros», explica Esther Gómez, una de esas madres que esperaba a su hijo al salir del colegio.

La central nuclear de Almaraz y el embalse creado para abastecerla MAYA BALANYÀ

Tampoco es difícil, al pasear el pueblo, ver las cuidadas instalaciones deportivas, museos o espacios de esparcimiento levantados al calor del dinero nuclear. Todo está en el alambre ahora mismo. «No hay ningún proyecto real encima de la mesa que represente una alternativa», lamenta Almudena Hernández, integrante de la Plataforma Vida, que hace dos semanas reunió a más de 4.500 personas en Navalmoral de la Mata, otra de las localidades afectadas, para protestar contra el cierre. «Hay mucha gente implicada. El que no tiene un hijo, tiene un sobrino que trabaja allí y el que no, no una tienda que vende a los trabajadores de la central». De esta forma explica esta mujer la concienciación de los habitantes de la zona, que se juegan el futuro. «Esto va a ser un pueblo fantasma» , vaticina Eloísa Muñoz, dueña de «La kasa de Elo», una pequeña tienda en Almaraz. «Va a pasar como un huracán por aquí» , insiste la empresaria, muy pesimista en sus augurios: «Lo veo muy oscuro. Me quedan, como mucho, seis años de tienda y luego a mi casa. Con 52 años y a casa, verás qué bien».

«La central nuclear para nosotros es tan familiar como el que tiene un quiosco de pipas en su barrio»

«Pensábamos que esto era la gallina de los huevos de oro, que no se iba a acabar nunca pero se ha acabado», lamenta en la carnicería Fernández, quien igual que su marido recuerda cómo fueron los inicios de la central, hace casi 40 años . «Había mucha desinformación, no sabíamos qué era, pero luego nos hemos ido informando y para nosotros es algo tan familiar como el que tiene un quiosco de pipas en su barrio», explica la carnicera que, como tantos otros vecinos, echa en falta más planificación de sus políticos.

Sin planificación

«Ha entrado dinero a espuertas a los ayuntamientos y no se ha planificado absolutamente nada para cuando llegara este día», lamenta Fernández, a quien responde la alcaldesa de la localidad: «Nosotros hemos hecho los deberes, ya que el dinero que se ha ingresado de la central se ha destinado al fomento empresarial y al bienestar social». Por ello, apunta sus dardos más arriba: «La Comunidad lleva 40 años percibiendo un ingreso de 80 millones de euros por el coste energético de la central de Almaraz y ¿dónde lo ha utilizado? En nuestra zona no».

Elena Fernández y Eugenio Porras ya notan que los vecinos compran menos MAYA BALANYÀ

A kilómetros de allí, la primer edil de Almonacid de Zorita , donde sabe de lo que hablan, le echa un cable a su colega: «Por mucho que queramos, si no nos ayudan, los pueblos pequeños no podemos solucionar estas cosas solos».

Con miedo

El miedo, sin embargo, ya se ha instalado en Almaraz. En la carnicería afirman que la gente gasta menos: «Es como cuando llegó la crisis. El 90% de la gente de la zona tiene miedo». «Y entiendo que lo tengan, ya han visto lo que pasó cuando nos cerraron la central», replica Gordón desde Almonacid, donde el fin de la central supuso, según un estudio de la Universidad de Alcalá de Henares, una pérdida de población media del 15% en los pueblos de la zona.

«Si cierra la central, yo cierro el bar y el 70% del pueblo se irá», adelanta Ortiz tras la barra. Un poco más allá, en una mesa, varios ancianos gritan al fragor de una caliente partida de cartas . Sus gritos contrastan con los de los chavales al salir del colegio y, si la cosa no cambia, los niños y sus gritos serán, en unos años, cosa de otra época en Almaraz.

Una niña al salir del colegio de Almaraz MAYA BALANYÀ

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación