Infodemia, un cóctel de cifras y letras
«Corren tiempos de sobreinformación, filtro y manipulación. Tiempos de pistas en las que bailan los datos, pantallas que deforman realidades, cócteles que agitan cifras y letras..»
La sobreabundancia de información en torno a la mayor crisis sanitaria de los últimos tiempos, la Covid-19, ha contribuido a aumentar la popularidad del concepto infodemia, un neologismo que alude al gran volumen de noticias -algunas ciertas, otras falsas- expuestas sobre un determinado tema. La epidemia informativa presente ha confirmado una vez más el interés del poder político-económico en el control de la opinión pública, los medios de comunicación tradicionales y el amateurismo online -detrás del cual se esconden oscuras conveniencias-.
La diferencia entre la era antes de Google (a.G.) y después de Google (d.G.) es que nunca antes había habido tanta gente desinformada creyendo conocer lo cierto . Parecía que la red haría un mundo más global y, sin embargo, ha empezado a construir uno vallado. En los muros digitales los usuarios tienden a rodearse de personas con idéntico parecer. Lo normal es bloquear -y destruir- el puente hacia el que piensa distinto. Si antiguamente no había más remedio que escuchar al que difería en criterio, ahora con un solo clic es fácil silenciarlo y quedarse con el propio. El lector busca titulares que reafirmen sus convicciones -sea válida o no la fuente informativa- . Los algoritmos programados para satisfacerlo, esos que predicen cuáles son las informaciones que más le gustan, en lugar de abrir una ventana al mundo han abierto otra a sus prejuicios. Eso advertía el escritor Alvin Toffler a principios de la década de los setenta, aludiendo a lo que hoy se conoce como sociedad de la información. Exponía el norteamericano que la saturación informativa crearía mecanismos de defensa en la gente, y que esta, en su necesidad de simplificar el mundo para comprenderlo, acabaría reafirmando sus creencias.
El universo político, como el sanitario, se enfrenta a uno de los mayores retos de los últimos tiempos. También el empresarial -veremos cómo afecta esta crisis al escenario financiero global-. Y cómo no, el informativo. El responsable de la primicia no puede ser cómplice del afianzamiento de una masa civil desinformada y, consecuentemente, menos libre. No puede esconder la verdad, ni convertir la interpretación de datos en análisis sesgados que poco tienen que ver con el interés general. La buena praxis profesional debe ahuyentar la nocividad de las fake news , el pseudoperiodismo y la infoxicación. Afear el mal -que diría Walter Lippmann-, pues del valor emanado como fuente de verdad dependerá la salud democrática del país y el futuro del oficio de informar.
En los corchos de las viejas redacciones solía colgar, cual axioma, una máxima: si una persona dice que llueve y otra dice que no, la misión del periodista no es dar voz a ambas . Es abrir la ventana y comprobar si cae agua. El problema es que el valedor de la noticia atraviesa una particular odisea, derivada de la crisis publicitaria y el auge tecnológico. Factores que revelan su debilidad y que permitirían explicar la politización con que un buen número de cabeceras aborda el tratamiento de la emergencia sanitaria. La Covid-19 a buen seguro pondrá en jaque a miles de trabajadores directos e indirectos del gremio informativo y supondrá el auge tanto de la fiereza editorial como de los bulos incontrolados.
Corren tiempos de sobreinformación, filtro y manipulación . De dudosa inteligencia colaborativa. Tiempos de pistas en las que bailan los datos, pantallas que deforman realidades, cócteles que agitan cifras y letras... La infodemia nubla la mente con contenidos falsos . Un mal que discurre a mayor velocidad que el propio coronavirus. Quizá sea pertinente, llegados a este punto, recomendar al ciudadano un consumo responsable de información.
* Víctor López es autor de «El día que nos robaron el mando» y «Manu Leguineche. El jefe de la tribu»