Vicente y Anna Ferrer, medio siglo de revolución en la India

Se cumplen 10 años de la muerte del jesuita barcelonés y 50 de su desembarco en la India, pero su acción silenciosa e imparable no tiene vuelta atrás. Su mujer la reivindica para ABC

Anna Ferrer, en Anantapur en la actualidad a sus 72 años FOTO CEDIDA A ABC POR LA FUNDACIÓN VICENTE FERRER
Érika Montañés

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La entrevista con Anna Ferrer (Essex, Inglaterra, 1947) se hace por Skype, ese sistema de videoconferencia que permite ver que a un lado del ordenador, la viuda de Vicente Ferrer sufre los rigores de los más de 40 grados que sofocan en Anantapur (La India) y, a este otro lado, Madrid ha amanecido ventoso y no pasa de los 18. Ella está, como siempre, «muy bien y feliz», trabajando con el mismo impulso, «como hizo Vicente, hasta el último día». Anna no piensa en plegar velas, porque –y vuelve a mentar a su esposo– «mientras haya sufrimiento en el mundo, no vamos a descansar». «Todo lo que te ocurre a ti, me ocurre a mí. No puedes mirar el sufrimiento de los demás sin sentirlo dentro. Cuando te das cuenta, te sientes responsable», sintetiza la obra del barcelonés su fundación. El próximo 19 de junio se cumplen diez años de la muerte del jesuita barcelonés, y 50 de su «desembarco» solidario en La India y su legado sigue incólume, agrandándose por obra de su mujer, y él sigue vivo en Anantapur. Anna, que gastaba el apellido británico Perry cuando le entrevistó en este rincón del mundo por primera vez, rememora para ABC su inmensa labor.

De ella, tal y como comienza esta conversación matutina, « se han escrito enciclopedias» , miles de artículos y libros. Y, sin embargo, Anna lo descubre cada día . Eso confiesa: lleva una década pivotando su labor pero le impresiona todavía observar lo que consiguió su marido. «Me impacta muchísimo ver su poder de convicción a cientos de miles de personas de que era real la posibilidad de erradicar la pobreza, su capacidad cuando no tenía absolutamente nada en las manos y decirle a la gente en la India de que era capaz de superar los obstáculos. Nos convenció no solo a mí, sino a cientos de miles de personas de que no podemos dejar solo a los gobiernos poner solución a este problema, sino que cada uno tiene una gran responsabilidad».

La religión de Ferrer

Esa responsabilidad compartida ha sido la religión de Ferrer y sus devotos. Su obra «Los héroes no se hacen en la guerra» fue el corolario de su participación con la Quinta del Biberón, el grupo de jóvenes alistados por el bando republicano en 1938, en los estertores de la Guerra Civil. Nacido en 1920 y criado en las fauces del barrio barcelonés del Raval, en 1944 abandonó la carrera de Derecho e ingresó en la Orden de los Jesuitas. Con ellos llegó en 1952 al estado indio de Maharastra y ya no se fue. Se sintió como en casa al enfocar su acción en ayudar a los hombres. Trabajó con campesinos, prestó su hombro para excavar pozos y levantar dispensarios médicos.

Fueron las primeras piedras de un movimiento disruptivo en la India, que transformó la educación de los niños y niñas dalit, movido siempre por una única consigna: la no violencia . Despertó tantas conciencias que en 1968 fue expulsado por la presión del «lobby» terrateniente y ocupó portadas de periódicos. No hay mal que por bien no venga, debió pensar, cuando conoció a Anne Perry, una joven periodista británica que trabajaba en «Current», un semanario de Mumbai. Después de la entrevista, ella se unió a él para siempre. Se casaron en 1970, él idealista, ella pragmática. Un tándem imparable.

Punzante, atinado, discreto

Al escuchar décadas después a Anna Ferrer uno se uniría también a ella de por vida. «Recuerdo en todo momento las palabras de Vicente meses antes de morir. Decía que cuando él no estuviese, no ocurriría nada, porque Anna (o sea, yo) tiene en su cabeza toda la organización y en su corazón la gente». Vicente se fue tranquilo. Sabía que ella no se relajaría. Él era punzante. «Lo que a mí me cuesta describir en una hoja, él lo sintetizaba en dos líneas. Antes de morir, me dijo: “ Anna, si siempre piensas en las familias pobres, en sus condiciones de vida, en sus necesidades, nunca vas a equivocarte” . Y es lo que estoy haciendo cada día».

«Anna, si piensas en las familias pobres, nunca vas a equivocarte, me dijo Vicente antes de morir. Y es lo que estoy haciendo cada día»

La costilla de Vicente está preocupada por «los futuros 50 años», y no ceja. Si mira los pasados 50, concluye que hubo 25 años dedicados a sentar «una base magnífica», una estructura que funciona como un reloj suizo, y que comenzó a cambiar la vida de 250 municipios indios. Hoy se extiende como un océano por 3.600 pueblos y diez distritos de los estados de Andhra Pradesh y Telangana, en un área de 106.000 kilómetros cuadrados del país asiático, donde residen 16,2 millones de personas.

«Vicente creó la Fundación que lleva su nombre en 1996, tenía 75 años de edad. Cuando la mayoría de la gente está jubilada, él estuvo hasta los 85 años dando cada año conferencias en España para convencer a mucha gente de que apoyase nuestro trabajo. Esto también me impactó», dice Anna en un perfecto español con acento anglosajón.

La telaraña de la Fundación Vicente Ferrer (FVF) ha logrado gestas imposibles de sintetizar: construyó 75.000 viviendas destinadas a 300.000 familias; creó una red de estructura sanitaria, con hospitales generales en tres aldeas, y el trabajo de la unidad de enfermedades infecciosas ha sido clave para reducir la incidencia del VIH en Anantapur y distritos colindantes; en las zonas donde interviene la fundación la matriculación en las escuelas de primaria es del 100% y del 80% en secundaria; han logrado la inserción laboral del 90% del alumnado; integrado a las personas con discapacidad aisladas en la India y, las mujeres, totalmente invisibilizadas, se organizan en sanghams , espacios donde se reúnen periódicamente y en los que pueden tomar decisiones , pedir microcréditos...

Ellas, las mujeres indias, siempre ellas

Cada día es una nueva lección para Anna. «Las mujeres en la India son extraordinariamente fuertes, con mucho carácter. Hoy en día son las líderes en su comunidad, lo que no deja de ser extraordinario porque cuando llegó Vicente a la India, no se reunían, no podían salir de casa, no hacían nada sin permiso de sus maridos. Hace poco comprobé los efectos de nuestra labor. Hablando con un sangham (hay más de 110.000 mujeres agrupadas en ellos) había logrado convencer a tres familias de que no organizasen los matrimonios de sus hijas, que las dejasen continuar estudiando. Es un salto hacia la igualdad gigantesco, estoy muy orgullosa de estas mujeres», destaca Anna.

No le inquietan los vaivenes políticos que solo se fijan en los pobres cuando les conviene. «Vicente lanzaba una pregunta: de dónde viene tanta gente buena. Siempre nos detenemos a pensar en que hay gente mala en el mundo, pero hay muchísima gente que quiere hacer algo por los demás y se encuentran buscando cómo hacerlo. La FVF atrae a 2.000 personas voluntarios a la India cada año. «Si Vicente pudo convencer a todas esas personas para hacer una acción buena, si puede hacer esto una sola persona en el mundo, cada uno de nosotros con una buena acción podemos cubrir el mundo entero», completa su mujer, de 72 años, algo cansada por el rato de charla tecnológica y el bochorno.

Antes de despedirse, pone un ejemplo de lo que significa ese grano de arena a nivel planetario del que habla, y de la revolución muñida de abajo arriba que es la esencia de lo que hizo (y hace) con Vicente. Hay 150.000 familias pobres en los pueblos que cubre la FVF. Tienen una hucha de barro, donde meten el rupier (o rupia) que logran ahorrar con mucho esfuerzo. Logran 600.000 euros al año, enfatiza Anna. Una inmensa fortuna con la que se aseguran que el edificio levantado por Vicente hace 50 años no caerá.

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