Las tribulaciones del Papa Francisco
«Las cartas de la tribulación» es un volumen considerado por el Papa «fundamental para que la Iglesia esté en condiciones de afrontar tiempos de desolación, de turbación, de polémicas falsas y antievangélicas»
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No es casualidad que esta semana se haya presentado en Roma un libro que el Papa Francisco ha mimado en su vida espiritual, «Las cartas de la tribulación». Uno de sus teloneros habituales, el jesuita P. Spadaro, afirma, en la introducción de un texto ahora también editado en español, que las palabras de este volumen son consideradas por el Papa «fundamentales hoy para que la Iglesia esté en condiciones de afrontar tiempos de desolación , de turbación, de polémicas falsas y antievangélicas». Un antídoto para que los católicos no se rindan, ni claudiquen, ni se entreguen a rumiar la desolación ante la complejidad del presente eclesial, ante la confusión que parece imponerse, ante las dudas e incertidumbres, ante las persecuciones de variada naturaleza y ante determinados protagonismos.
El libro tiene un núcleo principal: las ochos cartas que los padres generales de la Compañía de Jesús, Lorenzo Ricci y Jan Roothaan, escribieron en los años 1758, 1773 y 1831, referidas a la supresión de los jesuitas por el papa Clemente XIV y a los momentos de una modernidad agresiva contra la fe. Estas misivas ayudaron a los jesuitas a aceptar la propia supresión en obediencia a la Iglesia, sin devolver mal por mal a nadie. A estos textos se añade un prólogo que en 1987 firmó Jorge Mario Bergoglio , una vez que hubo regresado de la LXVI Congregación de Procuradores de la Compañía de Jesús, entre el 27 de septiembre y el 5 de octubre de 1987. En el citado prólogo, el hoy Papa insiste en que las Cartas ofrecen criterios de discernimiento , de acción, «para no dejarse chupar por la desolación institucional».
¿Qué hay que hacer entonces? En momentos de oscuridad y tribulación, cuando los nudos no pueden desenredarse, ni las cosas aclararse, la espiritualidad jesuítica recomienda callar, porque, como escribió Bergoglio, «la mansedumbre del silencio nos mostrará más débiles, y entonces será el mismo demonio quien, envalentonado, se muestre a la luz, quien muestre sus reales intenciones». Esta «resistencia pasiva al mal» , después del discernimiento, es clave para combatir los chismes de pasillo y los ataques, también entre católicos, hoy tan en boga.