«La sociedad parece demandar a las personas con discapacidad si merecen o no vivir»
Claire Cunningham, una de las bailarinas discapacitadas mas reconocidas, presenta en Madrid su trabajo, «Give Me a Reason to Live»

Claire Cunningham pide una razón para vivir. Esta coreógrafa y bailarina escocesa se desplaza a través del escenario gracias a las muletas que usa como un instrumento más de su espectáculo. La discapacidad de Cunningham es precisamente el elemento central de su arte .
No hay saltos, giros ni grandes desplazamientos pero sí una forma de contonear el cuerpo estremecedora, en la que se hace palpable el esfuerzo físico de la bailarina y que dota al espectáculo (y al espectador) de una tensión que pocos artistas consiguen generar.
La artista, afincada en Glasgow (Escocia) ha estrenado en Madrid en la Sala Cuarta Pared (mañana es la última función), de la mano del XXXIV Festival de Otoño a Primavera, el solo dancístico « Give me a Reason to Live » («Dame una razón para vivir»). El trabajo está inspirado en el grandísimo pintor holandés, Hieronymous Bosch, más conocido como El Bosco .
Pero el nombre del espectáculo, cuenta Cunningham, procede de un ejercicio que se realiza en pareja y que fue creado por Meg Stuart, coreógrafa norteamericana que trabaja en Berlín.
En su desarrollo inicial, «la razón para vivir se la daba uno al compañero, buscando dentro de uno, en lo más profundo del alma ». Pero Cunningham asegura tener la misma sensación ahora que baila sola. «Siento que me pongo a prueba, que me reivindico y así excavo en la profundidad de mi alma», explica. Sin embargo, asegura que hay muchas maneras de entender su trabajo, y esa búsqueda de razones para vivir también «tiene que ver con una pregunta que se me hace a mí, en el sentido de que la sociedad parece demandar a las personas con discapacidad si merecen o no vivir», sentencia.
Merecer el cielo o el infierno
Todos los colectivos marginalizados, a su juicio, se encuentran en una posición en la que de alguna forma tienen que probar que tienen una razón para existir, una razón para vivir, «como le sucede a los discapacitados pero también a las minorías étnicas, a los desempleados o a los refugiados».
Esa «cruz» con la que cargan, según Cunningham, determinados grupos de la sociedad, es la que enlaza su trabajo con el del Bosco, cuyos pinceles plasman de forma casi obsesiva la dualidad: cielo-infierno. «De alguna manera, también me pongo a prueba para saber si merezco pertenecer al cielo o al infierno », explica. El contacto con la obra del Bosco , reconoce Cunningham, no fue directo. «Me acerqué a él a través de Salvador Dalí , tenía otra edad y me gustaba mucho. Llegué al Bosco por él».
Además de que su trabajo supone una prueba constante, Cunningham asegura que el baile también le despierta curiosidad, y que no lo hace por cuestiones emocionales. «Este espectáculo se basa en hacerme preguntas de forma constante. Por lo tanto, no trabajo desde las emociones, como podría ser la ira o la alegría de bailar , sino desde una investigación que hago cuando estoy en el escenario».
Por ello, al investigar y trabajar hacia sí misma la bailarina aclara que no intenta expresar nada en particular, sino «crear un espacio para el que el espectador cree sus propias respuestas».
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