Sarah, un cardenal disidente
El cardenal africano propone la disidencia que el mundo necesita: la de hablar de Dios sin complejos
Hacía tiempo que en Madrid no se generaba tanta expectación por la presencia de un hombre de Iglesia . Las dos intervenciones públicas del cardenal Robert Sarah abarrotaron los auditorios previstos. El pasado jueves, por la mañana, el Aula Magna de la Universidad CEU San Pablo se quedó pequeña . Por la tarde, la editorial Palabra no pudo sentar a todas las personas que se acercaron a la presentación del libro «Se hace tarde y anochece». ¿A qué se debía tanto interés?
Hay quienes repiten que el cardenal prefecto de la Congregación del Culto Divino es el líder de la oposición al Papa Francisco. Quienes asistieron por este motivo a las conferencias se marcharon profundamente defraudados. También se equivocaron los que no asistieron por esa causa. La atracción del cardenal Robert Sarah quizá se puede sintetizar en lo que recalcó monseñor Luis Argüello por la tarde. El cardenal Robert Sarah propone la disidencia que el mundo necesita. La disidencia de hablar de Dios sin complejos. La disidencia de superar la dialéctica entre quienes debilitan la identidad para afirmar la dimensión social, o de quienes recalcan la identidad para ocultar su miedo. Cuando el rostro de Dios se hace borroso, cuando la persona desdeña la salvación, cuando en la Iglesia se introduce la bruma, Robert Sarah nos recuerda cuál es la razón de nuestra esperanza. Nunca fue más verdad la frase de Albert Camus: «No llamar a las cosas por su nombre añade mal al mundo».
Este cardenal africano, que nació en un poblado animista, que se enfrentó a la dictadura de Séku Turé, que padeció cárcel y persecución, no pretendió el aplauso. «Hoy –dijo-, a algunas personas les gustaría que la Iglesia se centrara exclusivamente en el trabajo de reducir o incluso erradicar la pobreza, en la acogida de migrantes, en la acogida y acompañamiento de los “heridos de la vida”. Ciertamente es necesario invertir en la solución de problemas sociales, pero también es necesario, y quizás incluso más que nada, trabajar contra corriente para evitar que tantos hombres y mujeres resulten heridos en sus cuerpos, sus almas, su inteligencia, su afectividad».