Coronavirus
Residencias de ancianos que ahuyentaron al virus
El centro El Palacio en Matapozuelos, que no tiene contagios, se anticipó a la crisis con aislamientos, máscaras, gafas, pantallas y un arco desinfectante
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Seis días antes de que España ingresara en el obligado cierre del estado de alarma un 14 de marzo, el quédate en casa de la conciencia social, la mayor crisis sanitaria conocida por casi todas las generaciones, muchas residencias de ancianos en nuestro país se anticiparon al cese global que pretendía evitar la propagación del Covid-19. Una de ellas, el centro geriátrico asistido El Palacio, fue un poco más allá de las medidas preventivas que se anunciaban en el horizonte para el colectivo de población, los mayores, que se ha mostrado más vulnerable al virus durante esta tragedia. El 9 de marzo, la dirección del centro ubicado en el pequeño municipio de Matapozuelos (Valladolid) aisló a los 48 residentes , bunkerizó sus coquetas instalaciones y dotó de material sanitario de emergencia (gafas, mascarillas, guantes, trajes de buzo, pantallas para la cabeza) a los 29 empleados. El resultado es hoy el orgullo de estos parajes de la España vaciada. Son 38 días de cuarentena y cero contagios. Hay muchas otras residencias que adoptaron soluciones eficaces como éstas. La España invisible que funciona y se protege más allá de las trifulcas políticas.
Matapozuelos es una población de 1.055 habitantes en la estepa castellana que se nutre a cuentagotas del Adaja y el Eresma para producir cereales (trigo, cebada, avena), legumbres (garbanzo, lenteja) y criar al ganado. Un municipio eminentemente agrícola rociado por los viñedos que dan nombre a los vinos de Rueda y a su variedad más característica, el verdejo. Una tierra arenosa, pobre en materia orgánica e irrisoria en recursos hídricos. Equidistante entre Medina del Campo y Valladolid, Matapozuelos es famosa por producir una de las mejores uvas verdejo.
Allí, en la residencia de la localidad viven 48 ancianos, quienes el pasado 9 de marzo asintieron disciplinados a las recomendaciones del equipo médico compuesto por seis personas (doctores, enfermeras, rehabilitadores, terapeutas…) que se reúnen cada martes y viernes con la directora del centro, Ana Muñoz. Aquel día, los profesionales médicos clasificaron en una palabra el problema que llegaba: aislamiento.
Todas las habitaciones dobles, donde comparten estancia los clientes, se convirtieron en individuales para los abuelos con más patologías y mayor riesgo de contraer la enfermedad. Los amplios salones del centro dotados para el esparcimiento, los tres comedores, se transformaron en un pequeño ifema : cortinas y biombos cada siete metros para separar a cada ocupante.
La alimentación dejó de ser grupal. El desayuno, la comida y la cena empezó a distribuirse en bandejas individuales. La dirección del centro planteó turnos y una mínima organización para el uso de los baños comunes. Las rehabilitaciones, terapias y actividades colectivas pasaron a ser personalizadas . «Escuchamos las recomendaciones del equipo médico y nos apresuramos para aislar a cada residente», cuenta a ABC la directora de la residencia El Palacio, Ana Muñoz.
Del exterior llegaron donaciones solidarias que no se esperaban en el centro de mayores. «La clínica dental Galván-Lobo de Valladolid nos cedió mascarillas para nuestros empleados; el grupo Antolín, la empresa Diez Siglos de Verdejo y el Grupo Batas Solidarias nos regalaron batas para nuestro personal», explica Muñoz.
El golpe de efecto que impermeabilizó al centro fue la donación de una cabina de desinfección al estilo de los arcos detectores de los aeropuertos . «Creí que Luis Méndez nos tomaba el pelo cuando nos lo dijo, pero no. Melumen nos cedió una cabina para desinfectar a todo el que entraba al centro». Colocado en la entrada del recinto, el componente metálico fumiga a cada persona que acude a la residencia, proveedores y personal, sobre todo.
Sin contagios durante las semanas en que las residencias de España han sido triste noticia por la rápida propagación del virus entre nuestros mayores, Ana Muñoz apeló al aspecto emocional y afectivo de su función. «Nuestro centro es la casa de los residentes y de sus familiares –asegura la directora–. Las familias no pueden venir a verlos, pero les ponemos en comunicación visual a través de Skype o whatsapp. Sin el contacto con su familia, la estancia de nuestros clientes sería muy larga y triste».
Ana Muñoz mantiene la guardia. «Falta mucho para el final y es muy duro. Somos 29 trabajadores con nuestra vida, nuestros domicilios, los horarios, los descansos… Y es difícil evitar el contagio. Pero todo el personal trabaja con ilusión para nuestros mayores. El mayor mérito de esta situación en la que por fotuna no tenemos contagios hay que atribuirlo al esfuerzo y dedicación de los trabajadores del centro ».
Algo parecido han vivido en la Residencia Les Fonts, en La Nucía (Alicante). 61 residentes, 40 empleados y cero casos de Covid-19. «Hace más de un mes aislamos la residencia, prohibimos las visitas, limitamos el acceso de los proveedores y pusimos guantes, mascarillas y batas a nuestros trabajadores –dice a ABC Miguel López, portavoz del centro–. Todos los mayores comen por separado en sus habitaciones y las zonas comunes están restringidas».
En similares circunstancias se mueve el grupo Casaverde, con residencias en Madrid, Alicante y Murcia, que atiende a 1.200 personas y certifica cero contagios en tres centros de la zona levantina. Fueron medidas similares: aislamiento desde el 9 de marzo y prohibición de visitas de los familiares, citas individuales con su médico, fisioterapeuta o trabajador social y videollamadas con la familia través de móviles y tablets facilitadas por el centro. «Los residentes están aislados en sus habitaciones. Y hasta juegan al bingo sin salir de ellas, escuchando cantar los números por los altavoces», explica Julio García, portavoz del grupo.