La renovación episcopal pendiente
En este año ya estrenado se inicia un cambio epocal en la Iglesia en España

En este año ya estrenado se inicia un cambio epocal en la Iglesia en España. A finales de enero presentarán al Papa la renuncia, por razones de edad, los arzobispos de Toledo, monseñor Braulio Rodríguez Plaza , y el de Zaragoza, monseñor Vicente Jiménez. En febrero le tocará el turno al de Tarragona, monseñor Joan Pujol; en el mes de julio, al arzobispo de Burgos, don Fidel Herráez , junto con el obispo de Tarazona, monseñor Eusebio Hernández Sola. En el mes de octubre será el de Canarias, monseñor Francisco Cases , y en diciembre, el de Huelva, monseñor José Vilaplana. No hay que olvidar que el arzobispo de Valladolid presentó ya el 13 de abril de 2017 su renuncia, pero ahí no se esperan movimientos hasta que concluya el mandato del cardenal Ricardo Blázquez como presidente de la Conferencia Episcopal en primavera del 2020. No hay que olvidar que en 2020 cumplen la edad canónica los obispos de León y Salamanca, el arzobispo de Sevilla y los cardenales arzobispos de Madrid y Valencia. Para el 2021 habrá que sumar diez renuncias más.
Cumplidas las fechas, comienza oficialmente la propuesta de sustituciones que compete al Nuncio en España, monseñor Renzo Fratini, quien, en este mes de abril próximo, también llega a los setenta y cinco años. Una primera incógnita es cuál será el papel del actual Nuncio. Pero la clave no está tanto en el proceso, sino en quién determinará y cuáles serán los criterios que se van a seguir para designar a los nuevos arzobispos y a los sacerdotes que promocionen.
Hasta ahora, la vía de la Nunciatura gestionaba la parte principal, con la añadida mano del obispo español miembro de la Congregación de obispos, el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella. Pero últimamente se han abierto otras vías paralelas que, sin duda, complicarán el proceso sumando, a los criterios que marque el Papa, que están muy claros en sus intervenciones sobre lo que debe ser un obispo, otros criterios espurios. Convendría leer con detenimiento la reciente carta del Papa Francisco al episcopado norteamericano, como si fuera dirigida a España.