El próximo Papa

Después de la publicación de «Fratelli tutti», cada discurso que pronuncia el Papa Francisco bien pudiera ser el último

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Desde hace unos meses, y después de la publicación de la encíclica síntesis del pontificado, «Fratelli tutti», cada discurso que pronuncia el Papa Francisco bien pudiera ser el último. Lean, por ejemplo, el pronunciado a la curia vaticana de esta pasada semana. El futuro está en manos de Dios y no conviene jugar a los dados , ni a las quinielas pontificias. Pero lo que sí se percibe es, al menos, un cambio de ciclo en la época Francisco, que cristalizará cuando se implante la reforma de la curia vaticana. Por cierto que el leit motiv de la reforma general de vida de la Iglesia parece ya caído en el olvido.

Hemos vivido un tiempo en el que la perspectiva de las periferias se ha impuesto a la centrífuga pretensión de salvaguardar el centro de la institución eclesial. Por mucho que se diga, el Papa no ha dinamitado los pilares del catolicismo. A lo sumo ha dejado a un lado algunos aspectos que en el pasado inmediato se consideraban protagonistas de la propuesta cristiana y ha priorizado otros que se habían preterido. Lo que no se puede negar es que si se va a producir algún cambio sísmico en la Iglesia católica, ocurrirá en el siguiente pontificado.

Hace unas semanas ha aparecido en España el libro del biógrafo de Juan Pablo II, George Weigel, titulado «El próximo Papa» (Homo Legens). «La clave, dice este autor, del siglo XXI y del tercer milenio será una Iglesia centrada en Cristo, nacida del Evangelio en su totalidad. (…) Los líderes de la Iglesia no deben asustarse por el hecho de que los nuestros no sean tiempos de cristiandad y sí tiempo apostólicos». Hoy hay 229 cardenales, de los cuales 128 tiene menos de 80 años. 73 de los 128 miembros del cónclave han sido elegidos por el Papa Francisco. ¿Es esto garantía de la continuidad en la forma del ejercicio del ministerio petrino? Las humanas previsiones no suelen ser, en la Iglesia, la clave del éxito. El factor sorpresa, novedad, o como se le quiera denominar, también es fruto del Espíritu Santo.

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