«El portal está reventado y me da miedo salir de casa con un bebé»
Hablan los vecinos de los barrios de Madrid y Barcelona tomados por traficantes y toxicómanos
Vivir con la droga en el rellano cambia las reglas del juego . La coexistencia vecinal torna en mera supervivencia, la seguridad languidece y el miedo se apodera de mujeres como Julia. Su nombre es ficticio, «no vaya a ser que nos tengan que sacar con los pies por delante...». Madre de una niña de solo un año , el pasado jueves asistió paralizada a una escena que tardará mucho en olvidar. «Estaba con mi bebé cuando llamaron a la puerta de casa. Como no veía bien quien era por la mirilla, abrí pensando que sería mi vecino», relata, aún presa de los nervios . No era él. «Me encontré con un yonqui que me dio a entender con un gesto que se había confundido», prosigue. Desde entonces, no deja de pensar en su hija, en lo que pasó «y en lo que podía haber pasado». La vivienda, localizada en el barrio de Villaverde Bajo , es un hervidero de toxicómanos desde que okuparan un piso justo debajo suya. «El portal está reventado y no siempre te atreves a salir de casa», advierte con resignación.
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Este caso, por desgracia, es uno más dentro de un complejo problema de reciente visibilidad en varias zonas de la capital. En Vallecas , la presión ciudadana y la acción policial formaron la mezcla perfecta para hacer frente al auge desmesurado de narcopisos. «En el último año se han cerrado 37», explica una vecina, implicada en la lucha desde el primer día. En el número 23 de la calle Puerto de la Mano de Hierro, el trapicheo y la violencia derivada del mismo alcanzaron su punto álgido a principios de año. «Ahora sigue “ okupado” , pero ha bajado el trasiego de gente», revela la mujer, quien desde su ventana, lleva meses observando las actividades ilegales que se practican en este bloque, de tres alturas y usurpado en su totalidad.
Problemática
Los robos y destrozos son otras de las controversias que asolan las áreas más castigadas. «Salen a la calle y algunos, de lo colocados que van, se dedican a romper los retrovisores», señala otro residente afectado, en este caso, de la parte alta de Lavapiés . «No es raro ver a gente tirada en el portal o consumiendo», añade consciente de que, de puertas para adentro, es más difícil detectar la problemática. Para hacer más llevadera la situación, existe una red nacional antinarcopisos donde los vecinos de los barrios madrileños están en contacto con los de otros lugares como el Raval, donde el pasado lunes tuvo lugar la última gran redada contra esta lacra.
«Se desmantelaron muchos puntos de venta, pero todavía quedan», lamentan en el Raval. La mayoría de los vecinos consultados por este diario consideran «positivo» el golpe policial, pero avisan del peligro de que estos pisos vuelvan a ser “reokupados” por narcotraficantes. Algunos de los inmuebles fueron precintados . A otros, en cambio, han vuelto ya los «inquilinos», una vez quedaron el miércoles en libertad provisional. Así ocurrió en la finca del Raval donde vive Carlos (nombre ficticio), quien, como casi todos los perjudicados, prefiere que no conste su identidad real .
El de este inmueble, explica, parece más el caso de la vivienda habitual de los supuestos traficantes que del local donde hacían negocio. «No había un trasiego constante », resume, pero sí que en un par de ocasiones se encontró en las escaleras a algún heroinómano a horas intempestivas. «Algo raro estaba pasando en aquel piso», concluye frente al portal de un viejo edificio, todavía destrozado tras la irrupción de los antidisturbios a principios de semana.
Pero los problemas con la droga en el Raval no se acaban de puertas para adentro. El cruce entre las calles Riera Baixa y Hospital es uno de esos «puntos calientes» de la delincuencia en la capital catalana. Un coche de la Guardia Urbana permanece aparcado en este punto como un intento de disuadir a traficantes y carteristas. Mientras, Santi González, portavoz de la entidad vecinal Acció Riera Baixa y propietario de un comercio de ropa en esta calle, explica que esta presencia policial ha contribuido a reducir la presencia de malhechores.
Desde hace años, un grupo de personas, la mayoría de nacionalidad argelina, se sitúan en este lugar. Allí trapichean con hachís, intercambian móviles supuestamente robados y protagonizan peleas que han puesto en jaque al vecindario. «Siempre había habido, pero en agosto y septiembre se desbordó», relata. La gente teme pasar por ese lugar, con lo que las ventas en esta calle barcelonesa, famosa por sus establecimientos de artesanía, de ropa alternativa y de segunda mano, se resentían. «Aunque a algunos no nos guste ver policía en todas partes, no queda más remedio», coinciden muchos de los vecinos y comerciantes consultados.