La prensa, antídoto del populismo

Los periódicos son un instrumento irremplazable para informar a los ciudadanos, vigilar los abusos del poder y contribuir a formar la opinión pública

Pedro García Cuartango

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Un fantasma recorre Occidente y agita los espíritus: el populismo. Allí donde se mire aumentan quienes creen en soluciones fáciles para los problemas complejos. Quienes desconfían de la política tradicional y de los partidos que han gobernado durante el último medio siglo. Quienes votan a demagogos que desdeñan la verdad y dicen lo que la gente quiere escuchar. Quienes deslegitiman las instituciones y se declaran depositarios de la confianza del pueblo.

Sería un error creer que estamos ante un fenómeno pasajero porque el virus que amenaza las democracias parlamentarias no es el Covid-19 sino la inseguridad de los ciudadanos que han perdido la esperanza de que el sistema podrá solucionar sus problemas. El aumento de la pobreza y de la desigualdad desde la crisis de 2008 ha sido el terreno abonado sobre el que han crecido el populismo y los nacionalismos, que presentan rasgos en común aunque no tienen las mismas causas.

El populismo tampoco ha surgido de la nada ni ha sido una sorpresa. El pensador estadounidense Richard Rorty, fallecido en 2007, predijo hace más de dos décadas que el deterioro de la calidad de vida de las clases medias, de la seguridad en las ciudades y del poder adquisitivo de los trabajadores desencadenaría la llegada al poder de «un hombre fuerte». La profecía se cumplió y Donald Trump ganó las elecciones de 2016 con un discurso trufado de medias verdades, simplificaciones y demagogia. Más que un éxito por sus méritos fue un fracaso por la incapacidad de sus oponentes.

Resulta difícil establecer una definición unívoca de lo que es el populismo. Es más fácil conocerlo por sus manifestaciones que por su naturaleza porque líderes como Matteo Salvini, Viktor Orban, Alexander Gauland o Marine Le Pen ofrecen diferentes perfiles ideológicos, aunque coinciden en el rechazo del sistema y la necesidad de un Estado fuerte.

Hay, sin embargo, una base que les une y sustenta su discurso político: la manipulación del lenguaje. Todos podrían suscribir aquella frase de Humpty Dumpty cuando le responde a Alicia: «Las palabras significan lo que yo decido que signifiquen». Eso es el populismo: la absoluta relativización del lenguaje. La mentira se convierte en verdad, la tiranía en libertad y la ciencia en opinión.

No es una casualidad que las llamadas «fake news» se hayan instalado en el corazón del sistema político de suerte que cada vez es más difícil distinguir lo verdadero de lo falso. No importan los hechos, sólo su apariencia. En la sociedad del espectáculo, todo es pura representación.

El discurso político, y esto incluye también a los partidos tradicionales, se ha instalado en una retórica en la que la propaganda triunfa sobre la información. Y esto no es nada nuevo porque ya Aristóteles subrayaba en su «Retórica» la importancia del pathos: la habilidad para conectar con el público al que se dirige el mensaje.

A lo largo de esta crisis del coronavirus, hemos visto un gigantesco esfuerzo propagandístico del Gobierno para tapar sus errores de gestión. Pedro Sánchez y los ministros se han escudado en las recomendaciones de un comité científico que no existía para eludir sus responsabilidades políticas.

Opiniones y hechos

Esta creciente dificultad para diferenciar los hechos de las opiniones es justamente lo que hace que los periódicos sean más necesarios hoy que nunca. Aseguraba Thomas Jefferson en una cita ya clásica: «Prefiero tener prensa sin democracia que democracia sin prensa». Y su afirmación era muy certera y sigue siendo válida porque sólo los periódicos son un instrumento irremplazable para informar a los ciudadanos, vigilar los abusos del poder y contribuir a la formación de la opinión pública.

Desgraciadamente la caída de las tiradas y el descenso de la publicidad amenazan el modelo de negocio de los periódicos, que han perdido una parte muy importante de los ingresos y, por tanto, han tenido que reducir los costes. Y ello es un problema que trasciende los intereses de las empresas editoras y que afecta a las bases de la convivencia democrática.

Como el resto del sector, ABC está en un proceso de búsqueda de un nuevo modelo que permita mantener sus estándares de calidad informativa y su solvencia intelectual. En definitiva, seguir sirviendo a esa comunidad de lectores que comparten los mismos valores y que necesitan un medio que defienda una idea de España y de la convivencia, basada en la tolerancia, la libertad y los principios del humanismo cristiano.

La independencia tiene un coste y por ello, el periódico necesita de la aportación de los lectores para seguir diciendo la verdad, su verdad. A su generosidad y comprensión invocamos para combatir esos populismos que pueden destruir la democracia y para preservar el modelo de vida que hemos elegido y al que jamás vamos a renunciar.

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