El Papa pide a gobiernos que detengan la atrocidad en los barrios chabolistas

El Pontífice lanzó este mensaje en la pequeña parroquia del barrio marginal de Kangemi, uno de los más pobres de Nairobi, donde fue recibido entre muestras de afecto por miles de personas vigiladas por un gran dispositivo militar

Francisco ha dicho «quiero que sepan que el Señor nunca se olvida de ustedes»

El papa Francisco (dcha) saluda a los fieles a su llegada al barrio de Kangemi en Nairobi EFE

JUAN VICENTE BOO

Hablando con el corazón en la mano en un mísero poblado de chabolas de latón en Nairobi, el Papa Francisco confesó que «me siento como en casa compartiendo este momento con hermanos y hermanas que, no me avergüenza decirlo, tienen un lugar preferencial en mi vida y mis opciones».

El «slum» de Kangemi , no tiene alcantarillado, y las aguas fecales circulan a cielo abierto por canales y riachuelos malolientes. Pero no se puede decir que sea un «poblado», pues suma cien mil habitantes en el fondo de un valle encajado entre zonas residenciales ricas. Al menos, el gobierno puso algunos postes de luz y asfaltó varias calles para evitar el riesgo de que el automóvil del Papa se atascase en el barro.

Kangemi no tiene agua corriente, pero sí que sufre las crecidas del arroyo que circula por la parte más baja. No tiene industria, pero sí fabricantes de alcohol y basura que mata a miles de personas y deja ciegos a centenares. No tiene tribunales pero sí bandas de delincuentes.

No es siquiera el mayor barrio de chabolas de la ciudad, pues el «slum» de Kibera suma un millón de personas. Kibera es el mayor de África Oriental, pero no del continente africano.

En medio de ese desastre, la parroquia de San José Obrero de Kangemi, encomendada a los Jesuitas, suma nada menos que veinte mil católicos, felices y orgullosos por la visita. No podían imaginar que el Papa llegaría al «fondo del fondo» de Nairobi para visitarles y sorprenderles hablando de «la sabiduría de los barrios populares», aprendida cuando era obispo auxiliar de Buenos Aires y visitaba las enormes «villas miseria».

Como estos días han sido abundantes en lluvias torrenciales, el encuentro no pudo ser a cielo abierto sino dentro de la iglesia, capaz tan sólo para varios cientos de personas. Los enfermos estaban, como siempre, en primera fila, y Francisco les saludó uno a uno al llegar.

En sus palabras de bienvenida en nombre de los vecinos, Pamella Akwede comentó una situación escalofriante: «Según los datos de UN-Hábitat, los chabolistas de Nairobi somos el 55 por ciento de la población y, sin embargo, estamos hacinados en el cinco por ciento de la superficie total».

Después de disfrutar las danzas populares , incluida una que las mujeres bailan llevando en la cabeza un pote de comida humeante, el Papa elogió «los valores que ustedes practican, valores que no cotizan en Bolsa, valores con los que no se especula ni tienen precio de mercado».

Les hizo notar que viven «la solidaridad, el dar la vida por el otro, preferir el nacimiento a la muerte, ofrecer un lugar al enfermo en la propia casa, compartir el pan con el hambriento, vivir la paciencia y la fortaleza frente a las grandes adversidades».

Según Francisco, se trata de «valores evangélicos que la sociedad opulenta, adormecida por el consumo desenfrenado, parece haber olvidado. Ustedes son capaces de tejer lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se superan las barreras del egoísmo».

El Papa hablaba en español, con traducción sucesiva de cada párrafo al inglés a cargo de un sacerdote del Vaticano. Los vecinos de Kangemi, ataviados con sus mejores trajes y vestidos, seguían cada palabra y se emocionaron cuando, después de elogiar sus valores, les dijo: «Los felicito, los acompaño y quiero que sepan que el Señor nunca se olvida de ustedes. El camino de Jesús comenzó en las periferias. Va desde los pobres y con los pobres hacia todos».

Pero su discurso no era sólo religioso sino también cívico al denunciar «la atroz injusticia de la marginación urbana. Son las heridas provocadas por minorías que concentran el poder, la riqueza… Que derrochan con egoísmo mientras la mayoría de las personas deben refugiarse en periferias abandonadas, contaminadas, descartadas».

Unos minutos antes, la hermana Mary Killen, directora del Mukuru Promotion Centre en otro barrio de chabolas, le había contado ante todos el modo en que los promotores inmobiliarios ilegales intentan robarles los campos de deporte de su escuela, a la que asisten cinco mil niños.

Por eso el Papa se refirió también a la «injusta distribución del suelo» y al “acaparamiento de tierras» que llegan a pretender «apropiarse del patio de las escuelas de sus hijos».

Abordó igualmente el problema de la falta de alcantarillado y de agua potable, «que es un derecho humano básico, fundamental y universal».

Pero hay todavía cosas más tristes, y por eso lamentó que «este contexto de indiferencia y hostilidad se agrava con la violencia y las organizaciones criminales al servicio de intereses económicos o políticos, que utilizan a los niños como `carne de cañón’ para sus negocios ensangrentados».

Desde el fondo de la desastrosa barriada de Kangemi, Francisco invitó «a todos los cristianos, en particular a los pastores, a renovar el impulso misionero, a tomar la iniciativa ante tantas injusticias, a involucrarse con los problemas de los vecinos».

El Papa insistió en que «no es una tarea más, sino tal vez las más importante porque ‘los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio’, como dijo Benedicto XVI» en un discurso del 2007 a los obispos de Brasil.

Como ha hecho en cada encuentro en Kenia, Francisco terminó su discurso con unas palabras en swahili. En este caso fue “Mungu awabariki!” (“¡Que Dios los bendiga!”), y desató el enésimo aplauso cerrado.

Cuando pensaban que iba a marcharse, el Papa les sorprendió de nuevo acercándose a saludar a unos y otros, acariciar a los niños de la catequesis, pararse a conceder algunos «selfies»… Muchas personas lloraban a lágrima viva.

Al final, se despidió del párroco y se marchó en un pequeño utilitario de color gris, el «papamóvil» que utiliza estos días en Nairobi que, como siempre, es el más pequeño de la caravana. Los chabolistas se quedaron bailando y cantando con una alegría desbordante. Era la mayor fiesta del año.

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