El Papa Francisco urge de nuevo al desarme nuclear
Ha enviado además una donación de 250.000 euros al Líbano
En estos tiempos de pandemia, para el Papa Francisco el rezo del Ángelus es uno de los escasos momentos que tiene para estar en contacto directo y personal con los fieles, aunque sea desde la ventana de su estudio del Palacio Apostólico.
También es uno de los pocos momentos en los que ahora se puede escuchar su voz. Por eso, no desdeña ninguna oportunidad para poner el acento en las tragedias que afligen el mundo, las pasadas y las presentes. Este domingo tras el rezo de la oración mariana, ha recordado que hoy se cumplen 75 años de la bomba atómica que los estadounidenses lanzaron sobre Nagasaki. Como hiciera con su mensaje del pasado día 6 a las autoridades de Hiroshima con motivo del fatal aniversario, este domingo el Pontífice ha reiterado que es urgente alcanzar «un mundo totalmente libre de armas nucleares». El pasado noviembre, en el que fuera su último viaje apostólico internacional, Francisco tuvo la oportunidad de estar en la zona cero tanto de Hiroshima como de Nagasaki. Allí conoció a supervivientes de la tragedia y clamó fuertemente en contra de la posesión de armamento nuclear que tildó de «inmoral». El Papa jesuita sabe bien de las consecuencias de la bomba atómica, no solo por su visita al lugar de los hechos, sino también por el testimonio del padre Arrupe. El español era maestro de novicios en Hiroshima cuando a las 8 y cuarto de la mañana el bombardero Enola Gay arrojó la bomba «little boy» sobre la ciudad. Testigo del horror nuclear, Arrupe convirtió el noviciado en un hospital de campaña. Aquellas horas funestas las relata en el volumen «Yo viví a la bomba atómica». Años después el sacerdote vasco sería nombrado Prepósito general de la Compañía de Jesús, cargo que ocupó entre 1965 y 1983. Su proceso de beatificación se abrió el pasado año.
Este domingo el Santo Padre también ha recordado otra tragedia, esta vez, de nuestros días, la devastación y caos en los que está sumido el Líbano tras las explosiones del 4 de agosto. Antes de su llamamiento, ha saludado con afecto a un pequeño grupo de peregrinos que portaba una bandera libanesa. «La catástrofe del martes pasado llama a todos, partiendo de los libaneses, a colaborar por el bien común de este amado país. El Líbano tiene una identidad peculiar, -fruto del encuentro de varias culturas-, surgida en el tiempo como un modelo de convivencia. Cierto es que esta convivencia ahora es muy frágil, lo sabemos, pero rezo para que con la ayuda de Dios y la leal participación de todos pueda renacer libre y fuerte. Invito a la Iglesia en Líbano a ser cercana al pueblo en su calvario, como está haciendo en estos días, con solidaridad y compasión, con el corazón y las manos abiertas al compartir. Renuevo el llamamiento por una generosa ayuda de parte de la Comunidad Internacional. Y por favor, pido a los obispos, a los religiosos y a los sacerdotes del Líbano que sean cercanos al pueblo y que vivan con un estilo de vida marcado por la pobreza evangélica sin lujos, porque vuestro pueblo sufre y sufre mucho», ha pedido Francisco que ha querido destacar que el país de los Cedros es un modelo de convivencia entre las 17 denominaciones religiosas distintas que lo habitan.
Francisco no solo piensa en el Líbano sino que también actúa por el Líbano. Ha enviado una primera ayuda de 250.000 euros. La dotación se ha gestionado a través de la Nunciatura Apostólica y la administrará Cáritas. En cualquier caso, el Pontífice, mediante organismos como el Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral o la Congregación para las Iglesias Orientales, está constantemente atento a las necesidades de la región. Una de las principales vías de apoyo y sostenimiento de las comunidades de Oriente Medio es la Colecta pro Tierra Santa que se celebra normalmente en Viernes Santo, pero que este año, a causa de la pandemia, se ha retrasado hasta el 13 de septiembre. Se llama en ella a todos los católicos y personas de buena voluntad a sostener los Santos Lugares, la presencia cristiana en Oriente Medio y los centenares de proyectos a favor de toda la población que la Iglesia desarrolla desde hace décadas en países como Líbano, Palestina, Jordania, Irak, Siria, Egipto o Etiopía.