José Francisco Serrano Oceja

El Papa en España

Veinticinco años después de la visita de Juan Pablo II, el catolicismo español no parece especialmente incisivo en los espacios en los que se configura el curso social

José Francisco Serrano Oceja

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Esta semana se han cumplido veinticinco años de la cuarta visita pastoral del papa Juan Pablo II a España. Un papa que no perdía oportunidad para expresar su amor apasionado a esta «tierra de María». En aquel entonces visitó Sevilla, Huelva y Madrid, con dos actos singulares en la capital: la visita a la sede de la Conferencia Episcopal y la bendición de la catedral de La Almudena. En un momento en el que determinados sectores eclesiales pretenden dictar una «Damnatio memoriae» sobre el pontificado, la teología y la forma evangelizadora de Juan Pablo II, convendría recodar algunos mensajes del santo polaco. El arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, acaba de escribir que «las actitudes del Papa en esos días nos señalaron un verdadero programa de vida cristiana, que veinticinco años después no ha perdido actualidad».

En la homilía en la catedral de La Almudena, Juan Pablo II dijo aquello de que en una sociedad pluralista como la nuestra, «se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública». Y añadió aquel grito que estremeció a los presentes: «¡Salid a la calle, vivid vuestra fe con alegría!». Veinticinco años después, el catolicismo español no parece especialmente incisivo ni en los ámbitos y espacios en los que se configura el curso social ni en la calle. Es cierto que lo público no se circunscribe a lo político. Pero los proyectos que se diseñaron a partir de esa interpelación papal han fracasado o se han diluido, entre otras razones también por el individualismo y el cainismo patrio.

El discurso a los obispos españoles no tiene desperdicio. Tampoco el comentario que escribió el hoy cardenal Fernando Sebastián en el libro recopilatorio del viaje en la BAC. Juan Pablo II dijo aquello de que «el ocultamiento de la verdadera doctrina, el silencio sobre aquellos puntos de la revelación cristiana que hoy no son bien aceptados por la sensibilidad cultural dominante, no es camino para una verdadera renovación de la Iglesia ni para preparar mejores tiempos de evangelización y de fe». Demasiado silencio elocuente.

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