La Tierra se ceba con Indonesia

Palu-Donggala: la ruta del tsunami

El presidente Joko Widodo, a ABC: «Necesitamos todavía dos o tres semanas para evaluar los daños y luego empezaremos la reconstrucción»

la carretera entre Palu y Donggala sigue el rastro de destrucción que dejó el tsunami PABLO M. DÍEZ | Vídeo: Las desgracias se suceden en Indonesia ATLAS
Pablo M. Díez

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Poco a poco, como sucede todo en Indonesia, la ayuda humanitaria va llegando a las zonas de la isla de Célebes sacudidas el viernes por un terremoto y golpeadas luego por un potente tsunami. Después de seis días sin comida ni agua, los convoyes con víveres están entrando en este remoto rincón del centro occidental de la isla, la cuarta mayor de este gigantesco archipiélago. Si en condiciones normales ya resultaba difícil acceder a esta parte de Sulawesi, como se llama la isla en el idioma local, ahora cuesta más de 24 horas recorrer los 470 kilómetros que separan Palu, la «zona cero» de la catástrofe, de la capital de la isla, Macasar , porque las carreteras están bloqueadas por corrimientos de tierra.

Muy lentamente, como sucede todo en Indonesia, el Ejército se está desplegando masivamente para impedir el caos de los primeros días, cuando los supervivientes de Palu se entregaron al pillaje tras quedarse a oscuras y sin víveres ni gasolina. Tras unas primeras jornadas en las que el Gobierno indonesio parecía noqueado por la catástrofe , los convoyes militares y de ayuda humanitaria abarrotaban ayer la carretera entre Palu y Donggala, otra ciudad a 34 kilómetros que había quedado aislada.

A lo largo de la ribera occidental de la estrecha y alargada bahía de Palu, este trayecto es una ruta siguiendo el rastro de destrucción del tsunami, que barrió pueblos enteros hasta reducirlos a los solares que son hoy. En Loli Saluram , justo en medio del camino, solo quedan en pie la mezquita y unas pocas casas, rodeadas de los escombros que provocó el terremoto y luego arrastró la fuerza de la corriente. Bajo un sol tropical que cae a plomo incluso aunque estemos ya a octubre, los supervivientes buscan sus pertenencias entre los cascotes.

«El tsunami llegó muy poco tiempo después del terremoto. El agua se retiró tras el temblor y luego volvió con olas de varios metros», cuenta a ABC Alfin Hidayat , que tiene 18 años y estudia Comunicación en la Universidad de Tadulako, en Palu. Junto a los ochos miembros de su familia, con los que vivía en una casa en primera línea de playa, huyó hacia un lugar elevado en el interior de la jungla, donde hoy siguen refugiados muchos damnificados por miedo a las frecuentes réplicas.

Aunque el joven y otros vecinos aseguran que no recibieron ningún mensaje de alerta en sus móviles, todos sabían lo que se les avecinaba tras el potente seísmo: un tsunami. Por ese motivo, la mayoría de los 1.200 habitantes de Loli Saluram escaparon con vida y solo ha habido que lamentar cuatro muertes, más otros dos desaparecidos cuyos cuerpos aún no han sido encontrados.

La misma proporción se repite en otras localidades de la carretera a Donggala, lo que hace suponer que el tsunami no se ha cobrado tantas vidas como se temía en un principio. A tenor de las cifras oficiales, los fallecidos superan ya los 1.407 (cien más que el día anterior) y aumentarán a medida que sigan las labores de desescombro. Pero parece que el mayor número de muertos será por el terremoto y en la ciudad de Palu, no en Donggala.

En el pueblo de Loli Saluram, barrido por el tsunami a medio camino entre Palu y Donggala, solo han quedado en pie la mezquita y unas pocas casas P. M. DÍEZ

Para mostrar su apoyo a los damnificados, el presidente de Indonesia, Joko Widodo , recorrió ayer algunas de las zonas afectadas, su segunda visita tras la que efectuó el domingo. Cuando su caravana, fuertemente escoltada, atravesaba Loli Saluram, se bajó para saludar y repartir galletas entre los niños. «Necesitamos todavía dos o tres semanas para evaluar los daños y luego empezaremos la reconstrucción», declaró a ABC mientras la multitud se agolpaba para besarle la mano.

A pocos metros de la comitiva, el jefe del pueblo, Rauf Zaenudin, había montado entre los escombros una tienda de campaña para repartir agua y comida entre los vecinos. Tal y como reconocía, «la mayor parte de los víveres que ha recibido hasta el momento ha venido de donaciones de particulares, no del Gobierno». En Indonesia, como en cualquier otro país del mundo, los políticos y sus promesas también llegan antes que la ayuda humanitaria.

«¡Míster, photo, photo!»

Esta lentitud, que se alía con el tradicional caos indonesio, ha movilizado a la sociedad, que está respondiendo en masa para atender a los damnificados. Tras viajes interminables por carretera, caravanas de voluntarios están llegando a Palu con sus furgonetas «pick-up» cargadas de agua y comida. Con los brazos abiertos, y nunca mejor dicho, niños con cara de pena los reciben en los pueblos arrasados por el tsunami, donde sus habitantes han desplegado pancartas y colocado tablones en la calzada para que los convoyes aminoren la marcha y les den algo de lo que transportan. El rostro compungido se les cambia en cuanto ven pasar en una moto a un occidental con una cámara. «¡Míster, photo, photo!», gritan entre risas.

ABC recorre la costa de Indonesia devastada por olas de seis metros que barrieron los pueblos, arrasaron los puertos y dejaron los barcos varados

A la solidaridad privada se suman los convoyes del Ejército, que traen no solo ayuda humanitaria, sino también grúas excavadoras para desescombrar y camiones cisterna para paliar la acuciante falta de combustible. Ante las gasolineras, cada día se forman colas kilométricas vigiladas por soldados fusil en ristre para que no haya incidentes. Con un amplio despliegue por toda la «zona cero», el Ejército garantiza la seguridad para que transiten los convoyes de ayuda humanitaria y las tiendas puedan abrir sin temor a ser saqueadas.

Mientras la vida va recobrando la normalidad poco a poco, como sucede todo en Indonesia, las grúas empiezan a limpiar los restos del tsunami . Además de cascotes, coches y camiones arrastrados por las olas, algunos barcos están varados entre los cocoteros y un puerto de mercancías ha quedado totalmente destruido. Con sus grúas de carga en el agua y sus contenedores arrugados como si fueran de papel, es una de las estampas más desoladoras junto a los solares a que han quedado reducidos algunos pueblos en la ruta del tsunami.

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