Día Internacional del Cáncer

Los oncólogos: «Nadie se acostumbra a dar malas noticias»

Son los portadores de la mejor y la peor información, hombres y mujeres que conviven a diario con el dolor, pero también con el éxito de muchos enfermos

Una doctora toma la mano de una paciente como gesto de consuelo en un hospital ABC

N. RAMÍREZ DE CASTRO

Una consulta de Oncología es como subirse a una montaña rusa emocional, de la que difícilmente puede bajarse quien la pilota. Los oncólogos han elegido una de las especialidades médicas con mayor riesgo de sufrir agotamiento físico y mental, de «quemarse» en su profesión. Pero en la Universidad nadie enseña a sobrellevarlo, ni a dar malas noticias, tampoco a conectar con el enfermo.

«No hay una receta para hacerlo. La relación médico-paciente no se enseña. La base es la empatía, el ponerse en lugar del otro, y eso no se aprende», confiesa Ignacio Gil Bazo, director de Oncología de la Clínica de la Universidad de Navarra. En quince años de profesión, Gil Bazo ha aprendido que el oncólogo debe ser quien prepare sus enfermos para afrontar todo el proceso, con honestidad. «Uno no se acostumbra nunca a dar malas noticias, pero nos preparamos para hacerlo. Debemos dejar una puerta abierta: si un tratamiento fracasa debemos explicar que hay alternativas. Una mala noticia debe ir acompañada de una buena, no podemos quedarnos solo con lo negativo. Y cuando todo falla, el paciente debe saber que su médico siempre va a estar ahí para acompañarle. Yo nunca me desvinculo de mis pacientes, aunque no estén bajo tratamiento activo sigo en contacto con ellos».

Implicación personal

Ana Lluch, jefe de Oncología Médica del Hospital Clínico de Valencia tampoco ha conseguido acostumbrarse a dar malas noticias después de 33 años de profesión. «El día que me ocurra dejaré el hospital y me iré a casa», dice. El síndrome del burn-out (“estar quemado”) no va con esta oncóloga. «Respeto a quien lo sufre, aunque yo nunca lo he entendido para mí. Cuando escucho a un médico quejarse todo el día de que está cansado pienso que no debería continuar viendo pacientes. A veces lo paso muy mal, pero mis enfermos también me dan muchas alegrías. Ellos me han enseñado a vivir. Y puede que me lleve los problemas del hospital a casa, como hacemos todos, sea cual sea nuestra profesión. No creo que debamos protegernos emocionalmente para ser mejores médicos, esta no es una profesión cualquiera y sabemos que exige una implicación personal».

«Cuando escucho a un médico quejarse todo el día pienso que no debería ver más enfermos»

Ana Lluch

Lluch conserva los teléfonos de sus pacientes, incluso de los que ya han fallecido, «porque necesito acordarme de ellos». En su servicio del Clínico de Valencia intenta trasladar el mismo espíritu. «No quiero a nadie en mi equipo si no entiende que el paciente es el eje de nuestro trabajo, que son ellos los que nos impulsan a trabajar y a investigar. A mis residentes les transmito que deben explicar las cosas con la máxima claridad y tomarse el tiempo necesario».

Nunca engañar, regla de oro

En las consultas de oncología hoy es raro encontrar a un enfermo engañado. Casi siempre es la familia quien intenta protegerle. «Les dicen que tienen una “manchita”, una neumonía.... , esto no es bueno hacerlo. El paciente es el único que tiene derecho a conocer toda la información sobre su estado de salud y es más fácil afrontar un tratamiento duro sabiendo lo que te ocurre», señala Gil Bazo.

Acompañar, explicar con claridad, ser honestos... son los argumentos que más repiten los oncólogos. «No importa el tipo de formación que tengan, todos los enfermos deben conocer la explicación y la base científica de lo que les ocurre, sus tratamientos, solo así podrán entender las posibilidades y también las limitaciones de una medicina que es muy eficaz aunque no es infalible», insiste la oncóloga Ana Lluch.

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