Cero odio, cero violencia

Nada hay más fácil de transmitir que el odio. Un virus tan fácil de activar como difícil de controlar. La única vacuna posible es la observación atenta, el elogio de lo diverso y el rechazo inmediato a cualquier invitación al contagio. Y ahí estará siempre ABC

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«Manadas», matones de colegio, xenófobos, fanáticos… Todos están unidos por un hilo invisible. Se llama odio y es la pasión más negativa que arrastra a la humanidad. Hay quien explica este sentimiento como una ventaja evolutiva. Sin odio, quizá la especie humana no habría evolucionado en la medida que lo ha hecho. Otros sugieren que la inquina hacia los demás nos ayuda a mantener cierto estado de alerta intelectual porque solo los «odiadores» cuentan con suficiente lucidez para hacer frente a decisiones colectivas equivocadas. Ambas son solo teorías que buscan el lado bueno del mal. La realidad nos muestra justo lo contrario. No hay nada positivo. El odio solo genera más odio.

El acoso en las aulas, la violencia a las mujeres, el rechazo al diferente se genera precisamente de corrientes que se van retroalimentando a base de «clicks». Con «likes» y «retweets» que refrendan al más fuerte, al que lanza el discurso más incendiario y atractivo.

Lo fácil es dejarse llevar y odiar. Lo difícil es ejercer de cortafuegos e impedir que la chispa provoque el incendio. ABC nunca ha sido ni será la gasolina de ese fuego. Los lectores que se asomen a nuestra cabecera no lo encontrarán. Ni en su edición impresa ni en digital. A cambio, sí tendrán el análisis reposado y el rechazo inmediato a cualquier invitación al contagio. Esa es la filosofía de una cabecera centenaria que recorre todas las secciones del periódico, pero sobre todo cobra mayor sentido en las páginas de Sociedad del periódico.

Esta sección ha sido siempre un experimento en los periódicos. La sección que aparece y desaparece para cobrar protagonismo o diluirse en otros contenedores clásicos. La que se esconde en las páginas de Política o se reinventa solo como ciencia y tecnología, olvidándose de lo más humano. Pero cada vez que se elimina ese «cajón de sastre», donde cabe todo lo que no es política, economía o deportes, acaban perdiendo peso los temas que más nos deberían importar: la salud, la ciencia, el medio ambiente, la educación o las cuestiones sociales.

Para nosotros Sociedad es la sección donde encajan las historias personales y la defensa del vulnerable, se denuncia el acoso y se huye de bulos; donde se defiende la igualdad entre hombres y mujeres, más allá de modas o de la batalla del lenguaje inclusivo. Y también donde se reclama una sanidad pública más fuerte sin menospreciar la aportación de la asistencia sanitaria privada y la dignidad de los cuidados al final de la vida. Nos valen los hechos, sin prejuicios ni filias ni fobias, y eso nos obliga a nadar muchas veces a contracorriente.

Respondemos a una sociedad cada vez más compleja y el odio se disfraza en el rechazo al pobre, los ancianos y las personas con discapacidad. Los últimos datos del Ministerio del Interior reflejan un ascenso de la cifra total de delitos e incidentes registrados por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Son solo la punta del iceberg porque en esas cifras no aparecen las agresiones que la víctima no llega a denunciar, bien por vergüenza o porque está tan acostumbrado a sobrellevarlo que ni las considera relevantes.

Ya no es solo la España que margina a los gitanos. Es el país donde crecen los delitos contra las personas por su orientación sexual, la forma de pensar o el rechazo a la discapacidad. Esta defensa no tiene color político, es la defensa de las víctimas.

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