No usemos el nombre del MIR en vano

Desde la reciente intervención de la Ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, ante la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados, y cual río Guadiana que resurge vez tras vez en su recorrido, la idea del MIR educativo ha vuelto a aparecer en el espacio público de la opinión

Francisco López Rupérez*

Desde la reciente intervención de la Ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, ante la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados, y cual río Guadiana que resurge vez tras vez en su recorrido, la idea del MIR educativo ha vuelto a aparecer en el espacio público de la opinión. Todo el mundo sabe ya, a estas alturas, que una de las claves del éxito de nuestro Sistema Nacional de Salud estriba en el modelo de excelencia de la formación de nuestros médicos especialistas .

El pasado mes se hizo público el nuevo Índice de Competitividad Global 2019 del Foro Económico Mundial basado en doce dimensiones: Instituciones, Infraestructuras, Adopción de las tecnologías digitales, Estabilidad macroeconómica, Salud, Competencias, Mercado de productos, Mercado laboral, Sistema financiero, Tamaño del mercado, Dinamismo de los negocios y Capacidad de innovación. De las 141 economías analizadas, España ocupa el lugar 23; pero en materia de Salud es la primera, mientras que en Competencias –enfoque de la Educación para el siglo XXI– es la trigésimo séptima. Algo estaremos haciendo bien en Sanidad que no estamos haciendo en Educación; y ese algo tiene mucho que ver con el sistema de preparación excelente de nuestros médicos especialistas que conocemos como MIR (Médico Interno Residente) y que ha sobrevivido a lo largo de más de cuarenta años a los diferentes gobiernos de turno .

Hace más de una década que la reiterada evidencia empírica internacional nos avisaba de que el factor cuya vinculación con los resultados de los alumnos es más intensa era la calidad del profesorado. El corolario que se derivaba, de forma evidente, de este hecho probado consistía en hacer de la preparación del profesorado el objeto prioritario de las políticas de mejora de nuestro sistema educativo; y para ello el modelo sanitario debía ser en España una fuente imprescindible de inspiración. Así lo propusimos en 2010 en una publicación de la fundación FAES y así lo entendió Alfredo Pérez Rubalcaba cuando, uno año después, acuñó el término «MIR educativo» . Los partidos de centro derecha asumieron esa recomendación y la trasladaron a sus programas electorales, formularon diferentes Proposiciones no de Ley en el Parlamento con un sentido análogo y la incorporaron a las negociaciones sobre el nonnato Pacto educativo.

Ahora, se invoca de nuevo el término MIR educativo, desde una comprensión o utilización imprecisa de ese concepto propio de nuestro modelo sanitario. La transposición del MIR genuino al ámbito docente ha de cumplir los siguientes requisitos: ha de considerarse como formación de postgrado; la selección ha de ser previa a la formación; ha de tener un carácter nacional; ha de aplicarse a todos los candidatos que deseen ejercer la docencia, sea cual fuere el destino laboral público, privado o concertado por el que opten posteriormente; ha de estar regulado por el Estado ; y ha de orientarse hacia la excelencia.

En el actual contexto político hay muchos de estos requerimientos del modelo que chirrían, como por ejemplo su carácter nacional, o la competencia del Estado para su regulación, o que repose en una selección previa y esté orientado hacia la excelencia. Por ello, y conocedores del prestigio que el concepto MIR tiene en el imaginario colectivo español, es muy probable que asistamos en los próximos meses a una nada inocente confusión terminológica , de modo que se presente el nuevo procedimiento para el acceso a la profesión docente como una suerte de MIR. Cada uno de esos seis pilares en los que reposa el sistema MIR tienen un impacto claro sobre la solidez del modelo, de modo que no se puede “bricolear” con sus piezas a capricho, so pena de pervertirlo y reducir notablemente su impacto como política de mejora de la calidad de nuestro sistema educativo. Que no nos den gato por liebre; al menos, seamos rigurosos con el lenguaje y no tomemos el nombre del MIR en vano.

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*Francisco López Rupérez es expresidente del Consejo Escolar del Estado y autor del libro Fortalecer la profesión docente. Un desafío crucial. (Narcea, 2014).

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