Un niño ciego recorre 120 kilómetros cada día en Portugal para asistir a clase
El Estado del país vecino sufraga los gastos del taxi que lo traslada cada mañana
Diego Santos es un niño de siete años que conmueve a los portugueses porque su historia retrata un increíble afán de superación . Sufre una amaurosis congénita de Leber, lo que le condena a una ceguera virtual (sólo atisba sombras) desde que tenía apenas un año.
Su pérdida de visión resulta hereditaria, pero el mal acontece raras veces. Su caso aparece, por tanto, como una excepción. Las consecuencias le obligan a un esfuerzo diario que lo ha hecho saltar al primer plano.
Vive en Mirandela, en el distrito de Bragança. Allí asistió a la guardería y a la escuela primaria, pero a partir de ahí comenzaron sus problemas para continuar aprendiendo.
Existen pocos centros en Portugal con profesores especializados en el sistema Braille, así que no le quedó más remedio a Diogo que aceptar una de estas dos opciones: un colegio de Bragança y otro de Vila Real, su elección final y donde se reúne diariamente con 24 compañeros que padecen igualmente acusadas dificultades para ver.
Un taxi , cuyo coste sufraga el Estado del país vecino, le espera a las siete de cada mañana en la puerta de su casa y le traslada 60 kilómetros más allá. El camino inverso, que transcurre a lo largo de 45 minutos, se inicia a las 17.30 horas.
Al niño le encanta llegar a la escuela y sentarse en un pupitre. Sabe que le rodea gente que lo comprende y no le importa en absoluto sacrificarse con tal de no faltar a su cita.