El pulso del planeta

La Navidad en Sevilla

Cada 22 de diciembre, Carlos Herrera, Arcadi Espada, Juan Carlos Girauta y yo cenamos en Barcelona. Una vez cada 7 años, bajamos a Sevilla

Salvador Sostres

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A principios del mes de diciembre de 2007 me llamó Arcadi Espada para decirme que Carlos Herrera quería cenar conmigo y con Juan Carlos Girauta el 22, el día de la lotería. Yo escribía en el «Avui», no conocía a Carlos y aún era independentista. Herrera hace años que tiene por costumbre pasar en Barcelona cada 22 de diciembre, alquila una moto y recorre los lugares que le hicieron feliz cuando de joven vivió en mi ciudad. Cenamos en Isidre. Fue una velada maravillosa y el encuentro quedó institucionalizado. Material gráfico que circula por las redes así lo certifica. Una vez cada siete años, el 22 cae en domingo y Carlos cree que su recorrido barcelonés no tiene sentido porque lo encuentra todo cerrado. Y entonces somos Arcadi, Girauta y yo los que bajamos a Sevilla. Estuvimos el domingo y he vuelto enamorado de la emoción, la elegancia y la familiaridad con que celebra la Navidad Sevilla.

En la iglesia del Salvador, Arcadi dice ante el altar que sólo en Roma y en Sevilla el Barroco no pesa. En la plaza, atestada de público y de cantores, yo digo que en esta ciudad tampoco pesan las masas y Arcadi conviene que en cualquier otro lugar del mundo, aquella cantidad de gente nos habría agobiado y allí estábamos encantados. Sevilla conserva la magia y el Misterio del pueblo creyente, del pueblo devoto, del pueblo sincero, desnudo ante Dios. La fe toma cuerpo en Sevilla como el Señor se encarnó en su único Hijo. Sevilla, tu espiritualidad es hermosa, sencilla, festiva. Se te nota el regocijo, y que te sale del corazón. Se te nota el Sur, y que la calle es tu lugar. Las familias, las hermandades, los jóvenes cantores y los más mayores. Los que han ensayado las canciones y los que salen a su encuentro. La voz de Dios contra el cinismo, ninguna frialdad. Cenamos en Cañabota, un mero magnífico. Paula es nuestra camarera. Nos dice que no bebe pero se ha puesto un pirsin en la lengua.

He conocido Sevilla de mayor y de un lado, lamento haberme perdido tantos años de júbilo entre Sevilla y yo, pero del otro agradezco haber visitado las más importantes ciudades antes de encontrarme con ella. Agradezco haber conocido la decadencia de París, el ímpetu salvaje de Londres y «la fatua Nueva York»: Sabina lo dice y tiene toda la razón. Porque cuando por fin entré en Sevilla, fue el premio de Dios por todo el descreimiento que a cambio de aprender el lujo tuve que soportar en mi largo descubrimiento del mundo. El Nacimiento en Sevilla no es sólo una metáfora y hay un Belén en cada sevillano, y una promesa realizada de mundo mejor. Si Jesucristo vuelve algún día de visita habrá que nacerle en Sevilla para que sienta como hombre con qué delicadeza, con qué belleza, con qué espiritualidad redimida esta ciudad ha sabido encarnar todo lo que Él nos enseñó hace más de 2.000 años. La Navidad en Sevilla es la tierra libre contra el olvido, el regreso a nuestros corazones de la Fe que habíamos perdido.

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