Despoblación en España
La lucha de Sarnago contra el olvido
Una asociación vecinal lleva más de treinta y cinco años reconstruyendo el pueblo de sus antepasados en las Tierras Altas sorianas
Corría el año 1979 cuando murió Aurelio, el último habitante estable de Sarnago, un pueblo en las Tierras Altas sorianas y con él se perdió el último suspiro de resistencia. Un pueblo donde 70 años antes había casi cien familias, niños, una escuela y el ajetreo cotidiano de sus vecinos basado en la economía de subsistencia donde las huertas, los pastos y el ganado eran el medio que daba sentido a las vidas de sus moradores desde siglos atrás, cuando la trashumancia de la Mesta cruzaban Castilla de lado a lado.
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En pleno desarrollismo franquista, con la llegada de los ministros tecnócratas, se decidió en 1965 que esas tierras pobres en plena sierra de la Alcarama, necesitaban un impulso económico acorde al resto del país y la comarca fue replantada de pinos con la finalidad de usarlos como explotación maderera. Pero las flamantes hileras de pinos peinados a raya poco o ningún trabajo daban a los sarnagueses, y estos además ocupaban, expropiación mediante, el espacio donde antes crecían sus sembrados y pastaban sus rebaños con lo que, aprovechando los ensanches y acondicionados de caminos para la maquinaria forestal, los vecinos en constante goteo los usaron para mudarse a las ciudades buscando una vida mejor.
«No sabía qué comer»
«A mi padre le hicieron la parcelaria y se jibó», comenta Milagros Jiménez, sarnaguesa que con 18 años emigró a Pamplona donde ha estado toda su vida sirviendo en casas ajenas. O como Priscilo Ramos, nacido en 1928 que fue pastor y por correspondencia hizo un curso de electrónica a la luz de un candil de aceite cuando con hijos, mujer y hogar, tuvo que dejarlos atrás para emigrar a Pamplona. «Sin ganado, en mi casa no había qué comer así que como único equipaje me llevé un despertador de lata para poder madrugar en la ciudad». Allí Priscilo y gracias a sus estudios, entró a trabajar como electricista en el ayuntamiento y se llevó a toda su familia consigo con el tiempo. Aún, con 90 años, vuelve al pueblo con su cartera de cuero que le dieron el primer día que empezó a trabajar, con sus viejas herramientas y la memoria indeleble.
Año a año, invierno tras invierno, las casas se fueron abandonando , las calles vaciando y el tiempo y las inclemencias meteorológicas se encargaron de hundir los tejados de los hogares sin lumbre, los corrales y establos hasta convertir a Sarnago en un esqueleto de mampostería y zarzas.
El fallecimiento del Aurelio, que murió con 47 años, solo y en un hospital de Soria donde nadie reclamó su cuerpo, dejó un hueco que catalizó lo que al año siguiente se constituiría como la Asociación de amigos de Sarnago. «Se trataba de no permitir que el olvido arruinara lo que quedaba, así que arrimamos el hombro todos», narra Luis Calvo que dejó Sarnago en su infancia y mientras pasea por el pequeño cementerio musita: «Aquí nací y aquí quiero morir , enterrado junto a mi familia». Emigrados del pueblo que se marcharon siendo jóvenes no querían ver desmoronarse sus raíces ya como adultos, sus hijos y nietos crecidos en los barrios de Zaragoza, Pamplona, Tudela o Barcelona anhelaban la tierra que narraban sus mayores y cada verano se reunían en el dislocado Sarnago para rehabilitar las casas de sus ancestros, reparar las canalizaciones de agua corriente, llevar un cable de alta tensión desde el vecino San Pedro Manrique y parchear la plaza y las hacenderas sufragado todo con dinero de sus propios bolsillos.
Pero la intemperie es tozuda y en 1985 la maltrecha iglesia de San Bartolomé acabó por derrumbarse desparramando las campanas por el suelo, así que, según cuenta José María Carrascosa, presidente de la asociación de amigos de Sarnago, se decidió en asamblea restaurar el edificio que sirvió de escuela y ayuntamiento para crear un museo etnográfico donde no sólo proteger esas campanas de los saqueadores que en invierno merodeaban por las poblaciones abandonadas a la rapiña del patrimonio de valor, sino también exponer con muebles, utensilios de labranza, viejas fotografías, ropas folclóricas y demás enseres, todos donados por los asociados, cuyo fin es mostrar cómo vivían sus antepasados en Sarnago y perpetuar de alguna forma el legado y la memoria a los venideros. Carrascosa, a quien todos le conocen por José Mari, es un incombustible: «Sarnago a punto lo perdimos y lo vamos a tener durante generaciones, cueste lo que cueste y aunque haya que remover cielo y tierra».
La comarca fue replantada de pinos, pero la explotación maderera da poco trabajo a los sarnagueses
A día de hoy, gracias al empeño de sus habitantes estacionales, el pueblo empieza a recobrar el pulso con casas restauradas, flamantes tejados y ventanas aislantes sumando ya 25 inmuebles habitables que sirven como residencia de verano a las casi 150 personas que en el estío allí se arremolinan. Tanto el ayuntamiento de San Pedro Manrique, del que Sarnago es pedanía, como la diputación de Soria empiezan ya a aportar medios materiales y económicos para devolverle a la población elementos básicos como una placa de hormigón en el suelo de la plaza para su posterior empedrado, el asfaltado de la actual pista de zahorra que comunica el pueblo con la cabeza de partido, alumbrado público y reconstruir el lavadero, entre otros.
Y es que Sarnago se puede considerar como un caso pionero en la comarca por su movimiento asociativo. La provincia de Soria acusa de una despoblación lacerante con una media de 8,63 personas por kilómetro cuadrado de los más de 14 que databa el INE en 1960 y los datos de densidad poblacional que arrojan las Tierras Altas son aún más dramáticos, con una cifra de 2,32 habitantes por kilómetro cuadrado –la Siberia rusa tiene 3,05– convirtiendo esta región en un rosario de despoblados como Acrijos, Aldealcardo, Buimanco, Peñazcurna, Fuentebella, Valdenegrillos –donde aún reside una única habitante llamada Romana, una viuda nonagenaria sin agua corriente ni electricidad– y una docena más de enclaves ya abandonados. Y la sangría no cesa pese a iniciativas como el Proyecto Arraigo en la provincia, donde se pretende mediante incentivos que los habitantes de las ciudades alquilen o compren terrenos e inmuebles como residencia vacacional, así como el establecimiento de ecoaldeas con asociaciones de vecinos en Armejún o Villarijo.
El contraste del verano
Ahora empieza el verano y las vacaciones, lo que supone que los comercios de San Pedro Manrique rebosen actividad, los niños jueguen despreocupados por las calles de Sarnago y las noches frescas hagan de la plaza un lugar de encuentro. Pero cuando llegue el otoño los matrimonios de jubilados que aún se resisten a volver a sus ciudades trancarán las contraventanas de chapa y las puertas, vaciarán las cañerías y enfilarán valle abajo antes de que las primeras nieves hagan acto de presencia. Llegará puntual el afilado cuchillo del invierno con sus noches interminables , ventiscas de nieve que barrerán los restos de los huertos que en verano dieron frutos, y en ese instante es cuando volverá a enseñorear el que ha sido en las últimas décadas el propietario indiscutible de este territorio: el Silencio.