Lisboa, fado fantasma: Portugal estrena su drástico toque de queda para los fines de semana
La cuenta atrás desembocó a las 13.00 horas de este sábado en una imagen insólita en las principales ciudades lusas: abarrotadas de vacío, de soledad, de ausencia
Portugal vive ya su toque de queda más drástico , aquel que se implantó para los fines de semana y arranca a plena luz del día. La cuenta atrás desembocó a las 13.00 horas de este sábado en una imagen insólita en las principales ciudades lusas: abarrotadas de vacío, de soledad, de ausencia. Prohibido circular por las calles sin una causa justificada y acreditada hasta las ocho de la mañana del día siguiente… porque la curva de contagios se encuentra en su pico más alto al otro lado de la frontera, con más de 6.000 nuevos casos diarios y el sistema sanitario al borde del colapso.
Asomarse a la ventana en Lisboa arroja, por tanto, un panorama desolador . La obra cumbre de la literatura en lengua portuguesa, ‘El Libro del Desasosiego’, se ha hecho realidad en esos rincones abandonados por los que un día caminó el propio Fernando Pessoa.
La estatua del inmenso escritor en el Chiado ya no tiene quien se fotografíe a su lado, la Rua dos Douradores exhibe sin espectadores el cartel donde puede leerse ‘Antigua casa de Pessoa’, el Largo do Carmo ha dejado de atraer a los turistas con sus historias sobre el estallido de la Revolución de los Claveles, el emblemático Tranvía 28 se ha detenido, los pasteles de nata no esperan a nadie que se los lleve a la boca… solo el eco de Amália Rodrigues suena con intensidad para romper el incómodo silencio que desata el confinamiento extra.
Lisboa inhóspita, Lisboa hostil, Lisboa refugiada en sí misma, como en una imagen de Andreas H. Bitesnich o André Cepeda, artistas que se lanzaron a retratar con sus cámaras la quietud, y hasta la inquietud, por las cuestas de la Alfama o del Barrio Alto.
Los barcos que unen la capital portuguesa con Cacilhas, Barreiro, Seixal, Montijo y Porto Brandao están amarrados en los muelles de Terreiro do Paço, de Cais do Sodré, de Belém. Los trenes de cercanías a Sintra y Cascais han cesado su traqueteo. El viento frío del océano sopla exclusivamente para las gaviotas y para los edificios de arquitectura pombalina de la Baixa .
Canción triste de esta Lisboa hueca, que recupera de sus archivos el ‘Fado fantasma’ escrito en su día por Nuno Miguel Guedes y cantado por Telmo Pires.
«El cero es la mayor metáfora, el infinito es la mayor analogía, la existencia es el mayor símbolo», escribió Pessoa con la misma lucidez que le llevó a proclamar: «Me siento tan aislado que puedo palpar la distancia entre mí y mi presencia».
También Antonio Lobo Antunes despojó su alma lisboeta cuando plasmó sobre un cuaderno esta frase que hoy se encarna en cualquier vecino que cierra con un portazo y se sumerge a la fuerza en la guarida urbana donde duerme: «Detesto la intimidad de la tristeza, detesto lo que en el miedo existe de untuoso, lo que en la desesperación existe de obsceno».
Momentos para la reflexión con idéntica firma: «Un faro latía en las rocas, azulando la noche con una pupila que se abría y cerraba al iluminar los árboles, las dunas y un haz de sombras que se desplazaba despacio, sembrado de escamas».