Lágrimas de esperanza

El mundo se ha detenido, pero nuestro corazón y nuestra inteligencia no. Habíamos perdido el hábito de detenernos

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«Aquí se llora y se sufre». Lo ha dicho el Papa Francisco esta semana. ¿Quién, en estos días, no ha llorado en el silencio de su corazón? Lágrimas de impotencia, lágrimas de frustración, lágrimas por la pérdida de un ser querido, lágrimas que buscan sentido, lágrimas de rebeldía, lágrimas que son gritos en medio de los desiertos.

Hace unos días, el obispo auxiliar de Getafe, monseñor José Rico Pavés, uno de los valores aún inéditos de nuestro episcopado, nos recordaba que habíamos comenzado la Cuaresma escuchando las palabras de la profecía de Joel: «Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes (Jl 2, 17)». Y añadía una recomendación a los sacerdotes: «Queridos hermanos sacerdotes: algunos de vosotros habéis comentado que resulta muy duro celebrar la Eucaristía a solas, con las puertas de vuestras iglesias cerradas. ¡No sintáis vergüenza al regar con vuestras lágrimas el altar! ¡Llorad, sí, llorad por vuestros fieles, llorad con ellos, y presentad vuestras lágrimas al Señor!». «No puedes ser padre si no lloras -decía san Juan Crisóstomo-. Yo quiero ser padre misericordioso».

Ahora que la responsabilidad personal es un bien para todos, quizá nuestra primera tarea sea vivir esta circunstancia dándole un significado . El verdadero drama que la sociedad está experimentando no es tanto, o sólo, la pandemia, sino sus consecuencias en nuestra existencia diaria. El mundo se ha detenido, pero nuestro corazón y nuestra inteligencia no. Habíamos perdido el hábito de detenernos. Sólo nos parábamos si éramos detenidos por un acontecimiento grave en nuestras vidas o en las de los más cercanos. Detenerse libremente se ha convertido en algo casi imposible en la cultura actual globalizada.

Como nos ha recordado en una magnífica carta el Abad general de los Cistercienses, el P. Mauro-Giussepe Lepori , la necesidad de salvaguardar orecuperar la salud es también una necesidad de liberación y de salvación, «de una salvación que preserve nuestra vida de sentirse sin sentido, arrojada por las olas sin destino, sin el encuentro con el Amor que nos la da en cada momento para llegar a vivir eternamente con Él». Nuestras lágrimas son de esperanza.

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