La Iglesia no está en quiebra
Es la hora de la corresponsabilidad económica con una Iglesia que da todo lo que tiene
Malos tiempos para hablar de Iglesia y dinero. Pero como decía Marc Bloch, el cristianismo es «una religión histórica», no una mitología extraña al tiempo que vivimos. El vicesecretario de Asuntos Económicos de la Conferencia Episcopal, profesor Fernando Giménez Barriocanal, nos dejó un agridulce sabor de boca en la presentación de la Memoria económica de la Iglesia Año 2018. Si bien los datos de la Asignación Tributaria (Campaña 2019) no eran malos, la epidemia los había desplazado a la cuneta.
Desde que comenzó el estado de alarma, las parroquias han dejado de ingresar cerca de 38,4 millones de euros. La forma con la que los párrocos hablan, estos primeros días de misas, de la economía doméstica estremece. Sé de templos que tienen que cerrar por las tardes por falta de presupuesto; sé de conventos de monjas que han pedido la fruta corrompida a las tiendas cercanas; doy fe de cómo se ha multiplicado por tres, por cuatro, el número de familias que se acercan a las parroquias de toda España, muchas de ellas al límite de existencias, para pedir comida. Una vez más, la deficiencia del Estado la resuelve la Iglesia.
Es la hora de la corresponsabilidad económica con una Iglesia que da todo lo que tiene. Podemos discutir sobre la gestión, sobre las supuestas riquezas patrimoniales, sobre incomprensibles operaciones inmobiliarias. Pero ahora urge asumir el compromiso con una Iglesia que ni es perfecta, ni en su dimensión humana va a cumplir nuestras expectativas. Los que piensan que la Iglesia es rica, los que consideran que bastante recibe del Estado, y los que dan patadas, a no se sabe quién, en las cuentas de la Iglesia, expresan una insuficiente experiencia de la vida de la comunidad eclesial. Es verdad que para ser libres hay que ser pobres. Esa libertad y esa pobreza necesitan de la generosidad de todos. Recordemos aquella primera comunidad de Jerusalén en la que, en torno a los apóstoles, con un solo corazón y una sola alma, “no había necesitados”. De esta forma, la Iglesia nunca está en quiebra, porque su tesoro es el don, dar a todos.