Lo que la Iglesia debe a don Juan Carlos
Siempre supo defender la misión y la libertad de la Iglesia, y muy especialmente, por cierto, del resto de las confesiones religiosas
El comunicado de la Conferencia Episcopal con motivo de la marcha de España del rey don Juan Carlos no dijo, ni debía decir, que históricamente a la Iglesia católica en nuestro país le ha ido mejor con la monarquía que con la república. No se trata de un debate teórico sobre si existen formas de república respetuosas con la naturaleza y libertad de la Iglesia. Sin duda las hay en Europa. Se trata de desentrañar la relación, pasada y presente, entre monarquía y catolicismo en España . Este es el contexto adecuado desde el que también hay que analizar la decisión de don Juan Carlos.
Lo que sí recalcaba el texto episcopal fue «el reconocimiento por su decisiva contribución a la democracia y a la concordia entre los españoles». Al margen de la vida personal de don Juan Carlos, -el que esté libre de errores y pecados, ya sabe lo que tiene que hacer con las piedras-, y de sus reiteradas muestras de practicar una fe sin estridencias, incluso en público, en continuidad histórica con la institución que representó, siempre supo defender la misión y la libertad de la Iglesia, y muy especialmente, por cierto, del resto de las confesiones religiosas . Difícilmente se hubieran podido celebrar los viajes de los papas a España sin el apoyo de don Juan Carlos, que contribuyó a mantener vivas las tradiciones religiosas más acendradas del pueblo español. Por ejemplo, la jacobea, con su ofrenda al Apóstol Santiago.
Tal y como dijo el cardenal Rouco Varela la víspera de la última visita que don Juan Carlos y doña Sofía hicieron a la Conferencia Episcopal, en noviembre de 2001, el reconocimiento al rey emérito «se extiende al servicio prestado por la Monarquía al mostrar, en la práctica de todos los días, que no sólo no son irreconciliables la tradición católica, la profesión católica de la fe de la inmensa mayoría de los españoles y los principios de libertad política, social y cultural formulados con toda nitidez en la doctrina conciliar sobre la libertad religiosa, sino que, por el contrario, con su conciliación sale favorecido el bien común».