Una guerra mundial a pedazos

A estas alturas de la historia está claro que dar por sentada la paz en el mundo es propio de ingenuos

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Podríamos discutir si el Vaticano tendría que haber elevado un poco más la voz contra la invasión de Rusia en Ucrania , un acto bárbaro contra un país pacífico, una injusticia que implica la violación de la Carta de la ONU y los Tratados y normas internacionales. El Papa Francisco ha pedido a los cristianos oración y ayuno, la aparente debilidad de la oración frente a la prepotencia de las armas. El cardenal Parolin, en sus declaraciones del primer día de la guerra, recordaba los sentimientos de angustia y preocupación que atenazan a la humanidad.

El Papa Francisco, reiteradas veces, nos ha alertado, desde hace tiempo y por diversa razones, de una «tercera guerra mundial a pedazos». Convendría que en estos días retomemos la nueva 'Pacem in terris', que es la encíclica 'Fratelli tutti'. Tanto la primera, de Juan XXIII , como la de Francisco pretenden invitar a un mundo desgarrado y dividido a encontrar la paz y el necesario espíritu de concordia. El texto de Francisco no es un manifiesto de irenismo filantrópico, más o menos optimista, sino una propuesta realista que no renuncia a la esperanza. A estas alturas de la historia está claro que dar por sentada la paz en el mundo es propio de ingenuos. La paz no es un sueño, ni una utopía. La paz es posible, solía repetir Benedicto XVI .

Hace no mucho tiempo la amenaza para la paz provenía de la división del planeta en dos bloques. Ahora estamos marcados por profundos antagonismos, el nacionalismo y el populismo no les son ajenos. El desafío de la paz nos compromete a todos. En estas últimas horas resuenan si cabe con más fuerza las palabras que san Juan Pablo II escribiera en la Encíclica 'Centesimus annus' y que repitió tantas veces: «¡No, nunca más la guerra! ¡No, nunca más la guerra!, que destruye la vidas de los inocentes, que enseña a matar y trastorna igualmente la vida de los que matan, que deja tras de sí una secuela de rencores y odios, y hace más difícil la justa solución de los mismos problemas que la han provocado».

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