Dejar al Papa ser Papa

La publicación de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco «Querida Amazonia» ha producido frustración entre quienes consideraban que era el momento para las excepciones al celibato sacerdotal. Y, entre los que se negaban a abrir esta brecha, la reacción ha sido de satisfacción contenida. Al margen de las especulaciones sobre si ha influido o no la actitud de Benedicto XVI, o si el Papa no quiere que se acreciente la división en la Iglesia, o si no desea pasar a la historia como el que abolió el celibato, está claro que no hay vía libre para los «viri probati», que se mantiene una teología clara del sacerdocio y que cierra la puerta a la ordenación de las mujeres. Esta decisión supondrá un antes y un después en el pontificado del Papa Francisco. Nadie sabe si le traerá las consecuencias que a Pablo VI le produjo negarse a la opinión de la mayoría de la Comisión que estudiaba los temas de la «Humanae vitae».

El ejercicio del ministerio de Pedro, el de la unidad en la Iglesia, implica ser «signo de contradicción». Se podría decir que el Papa Francisco no ha entrado al juego de sus múltiples intérpretes, los que proyectan sus deseos sobre lo que debe ser la Iglesia utilizando lo que dice y hace el Papa Francisco. Incluso hay quienes utilizan al Papa para pasar facturas pendientes.

Una vez se ha publicado el texto de la Exhortación, parece que, en determinados medios, no existe lo que ha escrito el Papa sino solo interpretaciones sobre lo que ha dicho, no ha dicho o ha querido decir. Los que sostienen que no se ha cerrado la puerta a los curas casados y los que afirman que están en vigor las conclusiones del Sínodo que solicitaban se permitieran los «viri probati», para restar valencia a «Querida Amazonia», pertenecen a esa clase de intérpretes. Lo que está claro es que el Papa Francisco ha escrito lo que consideraba mejor para la Iglesia. El Papa es mucho más que quienes se consideran sus legítimos hermeneutas. Convendría dejar al Papa ser Papa.