La llamada del Papa Francisco a recuperar la amistad social
El Papa en su encíclica nos invita a ser artesanos de la paz en lugar de cruzados de guerras culturales
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El Papa Francisco ha publicado su tercera encíclica: «Fratelli tutti» («Todos hermanos») la cual nos interpela fuertemente por las situaciones que vivimos todos los iberoamericanos, y por ello escribimos este artículo una española y un mexicano conmovidos por el mensaje de Francisco para los tiempos aciagos de polarización , conflicto y división que lamentablemente vivimos en nuestros países.
El Papa vuelve una vez más a sorprender y a provocar, especialmente a los poderosos, pues desde la fidelidad del Evangelio y a partir de la tradición más clásica del cristianismo reafirma los límites del derecho a la propiedad, la idea de que la política no debe someterse a la economía, al mismo tiempo que consagra los derechos de los pobres, los derechos de los pueblos o los derechos de los migrantes. Claramente establece «en algunos países, los fenómenos migratorios suscitan alarma y miedo, a menudo fomentados y explotados con fines políticos. Se difunde así una mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma. Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para participar en la vida social y se olvida que tienen la misma dignidad intrínseca que cualquier persona. Por tanto deben ser protagonistas de su propio rescate». (FT 39)
La encíclica, que hay que leerla, trata muchos aspectos importantes de nuestra vida diaria, de nuestra sociedad con claridad. Los problemas de las personas más vunerables son su mayor preocupación. Del drama ocurrido con las personas mayores señala: «Vimos lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que morir así. Pero en realidad algo semejante ya había ocurrido a causa de olas de calor y en otras circunstancias: cruelmente descartados. No advertimos que aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia» (FT 19).
«El hilo conductor de todo el documento es la amistad social expresada en el diálogo y en una cultura de encuentro»
Y sobre las personas con discapacidad nos dice: «Quiero recordar a esos “exiliados ocultos” que son tratados como cuerpos extraños en la sociedad. Muchas personas con discapacidad «sienten que existen sin pertenecer y sin participar». Hay todavía mucho «que les impide tener una ciudadanía plena». El objetivo no es sólo cuidarlos, sino «que participen activamente en la comunidad civil y eclesial. Es un camino exigente y también fatigoso, que contribuirá cada vez más a la formación de conciencias capaces de reconocer a cada individuo como una persona única e irrepetible». Igualmente pienso en «los ancianos, que, también por su discapacidad, a veces se sienten como una carga». Sin embargo, todos pueden dar «una contribución singular al bien común a través de su biografía original» . Me permito insistir: «Tengan el valor de dar voz a quienes son discriminados por su discapacidad, porque desgraciadamente en algunas naciones, todavía hoy, se duda en reconocerlos como personas de igual dignidad» (FT 98).
A pesar de la diversidad de temas que aborda en sus 123 páginas, el hilo conductor de todo el documento es la amistad social expresada en el diálogo y en una cultura de encuentro; y a pesar de que está dirigido a todos los hombres y mujeres de buena voluntad –no solo creyentes-, uno de los destinatarios principales de esta encíclica son los dirigentes políticos, a quienes «una vez más convoca a rehabilitar la política» (FT 180).
Es a los políticos a quienes hace un llamado abrumador para «abrir las puertas frente a un mundo que se está cerrando», a transformar una «cultura del enfrentamiento por una cultura de encuentro»; a «recuperar la pasión compartida por la comunidad»; a pasar «de los otros, al nosotros»; a «buscar juntos la verdad en el diálogo, en la conversación reposada o incluso en la discusión apasionada»; a «preocuparse de la fragilidad de los pueblos y las personas».
A pesar de que la encíclica –como lo señala el Papa Francisco- se empezó a elaborar varios meses antes de la pandemia, sus palabras tienen un sentido de oportunidad impresionante: «Conviene reconocer que los fanatismos que llevan a destruir a otros son protagonizados también por personas religiosas, sin excluir a los cristianos, que pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio digital. Aún en medios católicos se pueden perder los límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia , y parece quedar fuera toda ética y respeto por la fama ajena» (FT 46). Pareciera que Francisco describe las lamentables campañas presidenciales de los Estados Unidos o el clima de polarización política e instrumentalización política de la fe promovida en algunos países.
Por eso el Papa, convoca a recuperar el diálogo en la vida política que implica «acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto… pues en un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia», lo cual no implica renunciar a reconocer que existe una verdad objetiva, que es la dignidad de las personas, un valor que supera las cosas materiales y las circunstancias, que garantice validez universal a los principios éticos básicos y no negociables, y que pueda impedir nuevas catástrofes.
El Papa invita a redescubrir el principio de la fraternidad, el cual permite armonizar la triada junto con la libertad y la igualdad. Como ya lo señalaba, el poeta mexicano Octavio Paz «la libertad puede existir sin igualdad y la igualdad sin libertad. La primer, aislada, ahonda las desigualdades y provoca las tiranías; la segunda, oprime a la libertad y termina por aniquilarla. La fraternidad es el nexo que las comunica, la virtud que las humaniza y las armoniza. Su otro nombre es solidaridad, herencia viva del cristianismo, versión moderna de la antigua caridad. El único puente que puede reconciliar a estas dos hermanas –un puente hecho de brazos enlazados- es la fraternidad. Sobre esta humilde y simple evidencia podría fundarse, en los días que vienen, una nueva filosofía política» (La otra voz. Poesía y fin de siglo, Seix Barral, México 1998, p. 129.).
O como lo viene anunciando desde hace bastante tiempo, el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro , «hay dos palabras necesarias que las hemos perdido: hijos y hermanos. Son dos sustantivos que deben sustituir los adjetivos como bueno, malo, importante. No hay nadie extraño para nosotros, por más lejano que este. Si lo está pasando mal, yo me debo a esas personas y debo poner los medios necesarios para que les llegue la noticia de verdad, de que Dios les sigue cuidando a través de nosotros».
La encíclica termina reconociendo como fuente de motivación para su publicación, el ejemplo no solo de líderes católicos como Charles de Foucauld o Francisco de Asís , sino también líderes como Desmond Tutu, Luther King y Mahatma Gandhi.
Este texto dará mucho que hablar en los próximos días, por lo pertinente, necesario y al mismo tiempo revolucionario de su planteamiento, en el cual nos invita a ser artesanos de la paz en lugar de cruzados de guerras culturales. Invitamos al lector a dejarse interpelar y provocar por sus planteamientos.
(*) José Antonio Rosas Amor es asesor de la Escuela Social del CELAM y director de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos
(*) Carmen Sánchez Carazo es ex concejal del Ayuntamiento de Madrid (Grupo PSOE) y médico