Javier García de Jalón, enfermo de ELA: «La solución no es la eutanasia, sino fortalecer las ayudas. A mí ya me han regalado vida de más»
Este profesor de 72 años demanda como muchos enfermos graves abordar la soledad y los problemas económicos
La fe es eso que te transmiten de niño. La familia, la escuela, los valores, las experiencias, los años... pueden ir cimentándola, pero para quienes la tienen, es un asidero esencial en los compases finales de la partitura. También puede serlo entre aquellos que no la cultivaron, claro que sí. Y, para todos, cuando hay sufrimiento, entonces cargar el pedacito de la cruz individual se hace mucho más llevadero. El profesor Javier García de Jalón padece ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica). La tiene hace cinco años. Y ya le han regalado algún estribillo más del que contaba. «Me siento un privilegiado. Me ha tocado una vida fantástica. He disfrutado mucho con lo que me ha tocado vivir», dice por videollamada.
Las reuniones virtuales que algunos estrenaron en pandemia a Javier le salvan para ver a los suyos y seguir sus evoluciones. No se ha desconectado en ningún momento. Está limitado físicamente, y muy ágil mentalmente . Todo comenzó en 2015 con un encorvamiento, luego perdió parte de la vista a causa del glaucoma; pero hay cosas que no quiere dejar en el camino. La misa diaria es una de ellas; la lectura voraz de libros electrónicos, otra. «Tengo la cabeza muy bien, serenidad, puedo hablar, tengo una vida plena y buen humor».
Alguna de esas bromas de las que hace gala se deslizan en la conversación con este profesor maño de Matemáticas, que dio su última clase en la Universidad en diciembre de 2106. Hacía tiempo que le «costaba caminar hasta el aula», y solo sus alumnos asoman un halo de nostalgia durante su charla. Javier, miembro de la asociación española adELA, ha pensado mucho en morir. Pero nunca por una enfermedad incurable. De hecho, cuenta con gracia cómo un bulto en el antebrazo sacó a relucir su «cobardía» siendo más joven . Entonces sí tuvo miedo. Ahora peina 72 años. Y es curioso cómo ha sido la digestión del dolor en su caso: «Entonces estaba intranquilo, tenía pavor, y no había llegado mi hora; ahora que ha llegado, estoy tranquilo».
Prosigue: «En el momento del diagnóstico, no me lo esperaba; pero lo asumí con mucha tranquilidad. Si es lo que Dios ha querido que sea mi vida... en el fondo no es nada verdaderamente malo. Si tú eres feliz, eso contribuye a que todos alrededor lo estén también».
« No creo que nadie que se sienta querido tenga ganas de pedir la eutanasia. No es la solución y sí lo es reformar la ayuda a la dependencia, acelerar las soluciones económicas para que el enfermo y su familia reposen tranquilos... El dolor físico se puede tratar con cuidados paliativos. Me parece mucho más importante abordar la soledad y los problemas económicos para las personas que estamos en esta situación...». Son pasos más determinantes y previos, demanda como muchos enfermos graves, a una legislación eutanásica.
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