La «salud» del confinamiento
Los gobernantes están trasmitiendo opacidad, inseguridad e incertidumbre y su comportamiento está generando verdadera alarma social
Por qué será, pero esta salud del confinamiento recuerda mucho a la famosa “paz de los cementerios” que no es, precisamente, la Paz a la que aspiramos los vivos, “la gente de bien”. Y es que el confinamiento ha suspendido nuestras vidas, porque ha suspendido nuestros derechos a circular libremente y a reunirnos con quien queramos, responsablemente, cuando y como queramos. Estos derechos fundamentales han quedado prohibidos, sólo sujetos a reserva de excepción (su ejercicio ha quedado supeditado a una especie de autorización gubernativa). Sin embargo, estos derechos humanos son estructurales, sin ellos, difícilmente pueden las personas ser lo que son, individual y socialmente hablando. Y se puede decir, además, que esta suspensión comporta, desde un punto de vista político, la suplantación del ciudadano por una nueva versión del “súbdito” (el sometido o “supeditado” a las órdenes de quien manda), el de la “nueva normalidad”.
La situación da mucho miedo. Porque los gobernantes están trasmitiendo opacidad, inseguridad e incertidumbre, y su comportamiento está generando verdadera alarma social. Resulta todo oscuro y es, además, patético, que el gobierno pretenda esconderse detrás de los profesionales de la salud, promoviendo su aplauso, cuando no se les han entregado los medios de protección adecuados a tiempo, cuando sigue muriendo gente sin parar y los contagios entre sanitarios se multiplican. Estamos pasando un duelo, que es incompatible con el aplauso. Y es que, es verdad, “no hay nada que aplaudir”, porque todos estamos de luto.
El futuro es incierto. Necesitamos un gran acuerdo nacional de reconstrucción de la libertad y la economía, que nos permita recuperar nuestro propio nombre de ciudadanos españoles y nos permita vivir de nuestro propio trabajo, dignamente, por el bien de todos. Porque si no hay nada, nada se podrá dar siquiera a los más necesitados. Y este acuerdo pasa por derrotar políticamente al actual Gobierno de España que, parapetado en la adversidad, se aferra a una excepcionalidad sin un límite claro. Llegado el caso, ese límite tendrá una eficacia meramente transitoria y aparente, porque sólo se mantendrá en función de unos datos también inciertos, que el mismo Gobierno podrá manejar a su propio interés, marcando sus tiempos políticos, y que en la hipótesis poco probable de que puedan llegar a ser datos reales, ya muy pocos estarán en condiciones de creerlos. El Gobierno avisa, “¡qué viene el lobo!”, pero como ha perdido ya su poca credibilidad, si llegara a avisar de verdad, ya nadie le creería. Necesitamos un Gobierno creíble y trasparente, nada más.
Necesitamos también una escala de valores clara. La salud es importante, pero para vivir con todas las consecuencias, no para hibernar de forma intermitente, a merced de quien mande. La economía es tan importante como la vida, es más, una y otra no pueden entenderse separadamente en un país libre. Los limites que el poder público disponga, en atención a las necesidades colectivas de salud pública, sólo serán legítimos en la medida en que se apoyen en evidencias científicas incontestables y en una verdadera legitimidad democrática. Pero no es el caso. Porque la medicina no es una ciencia exacta, porque los buenos médicos repiten siempre que no hay enfermedades, sino enfermos, porque en este tiempo de confinamiento nos hemos hartado a escuchar en los medios oficiales que se sabe muy poco del Covid 19 y porque, incluso, planea la sombra de ser producto de una manipulación artificial, sin que conste clara y científicamente lo contrario.
En este contexto, debemos recuperar el pulso social y laboral cuanto antes. Porque no es irrefutable que no haya otra forma de luchar contra el virus. Porque otros países lo están haciendo de otra manera. Porque, tal vez, deba reconocerse que el confinamiento ha servido de ayuda a la sanidad y a muchas vidas, en un primer momento, pero no puede ser una solución permanente, reincidente, reiterada sin límite e interesada políticamente. Y porque, en definitiva, necesitamos otra política, que sea trasparente y eficaz, y pueda dar cierta certidumbre, independientemente de lo que pueda durar el virus. Si el virus deja de matar, no será mérito del Gobierno. El virus tiene su propio recorrido y al Gobierno le queda ya poco trecho. Necesitamos un “plan B”, trasparente, austero, serio y fiable. Y sí, así podremos convivir con el virus y, ojalá que también vencerlo, sin hibernar virtualmente, ni dejar de vivir de verdad.
(*) Isabel María de los Mozos y Touya es profesora titular de Derecho Administrativo en la Universidad de Valladolid