Los irreductibles del carbón

Heridas de muerte, las últimas minas de carbón que quedan en España encaran su cierre. Todas, menos dos: Ariño (Teruel) y la pedanía leonesa de Caboalles de Arriba. Así son los últimos pueblos mineros del carbón nacional

La mina de Ariño Fabián Simón
Roberto Pérez

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La minería del carbón hace décadas que se instaló en España en una irremediable agonía , anclada en un proceso de cierre paulatino de explotaciones, en un imparable proceso de prejubilaciones y en una cadena de multimillonarios planes de «reconversión» que han dejado muchas más sombras que luces, por su ineficacia para dotar de un tejido económico alternativo a las cuencas mineras.

Hace 30 años, las minas de carbón empleaban en España a más de 46.000 personas ; el pasado diciembre, apenas quedaban 2.000 mineros, y el fin de año dejó otra gruesa tacada de prejubilaciones, así que en estos momentos son bastantes menos. Convertidos en especie laboral en extinción, los últimos mineros en activo encaran sus últimos días en las explotaciones de carbón. Todos, menos los de dos minas en concreto, las únicas que han decidido aguantar todo lo que puedan y prescindir de las subvenciones que la Administración ha concedido para finiquitar este sector. Se trata de una mina a cielo abierto situada en Ariño (Teruel), perteneciente al grupo empresarial aragonés Samca; y «La Escondida», una mina de interior, de montaña, que pertenece a la compañía Viloria.

Caboalles de Arriba pertenece al municipio leonés de Villablino, uno de los históricos enclaves españoles de la minería del carbón. Situado junto al límite con Asturias, Villablino cuenta con 14 pedanías y en la mayoría se vivía del carbón. Ahora quedan unos 60 mineros en activo en esta localidad en la que «llegamos a tener 5.000 mineros en el año 1992», explica el alcalde, Mario Rivas. A sus 40 años de edad, lleva ya 21 en la mina. En su caso, trabaja en un pozo situado en la vecina Asturias, a 22 kilómetros de Villablino. Fue de los que hace tiempo que tuvieron que buscar una mina fuera de su localidad, porque cada vez quedaban menos. Y en la que trabaja ahora es una de las que va a echar el cierre.

Tras la defunción de las minas hay un proceso severo de crisis territorial , de pueblos condenados a una extinción paulatina si no han sido capaces de tejer un mínimo tejido económico con el que seguir viviendo. «Sin empleo no hay futuro posible», subraya el alcalde de Villablino, que clama por que el Gobierno se emplee a fondo para una reconversión real que mantenga a flote a esos municipios. Lo hecho hasta ahora no ha funcionado, subraya.

«El cierre de las minas de carbón ha supuesto un desastre demográfico », afirma Mario Rivas con argumentos contundentes: «Hace veinte años había 16.700 habitantes empadronados en Villablino, mientras que ahora hay 9.100; la población que queda está mucho más envejecida y con menos jóvenes que la de hace veinte años; en 2017 hubo 23 nacimientos en nuestro municipio, frente a 129 defunciones».

«La Escondida» Ical

Villablino creció con el carbón y entró en declive cuando el carbón cayó en su particular agonía. Se fueron los inmigrantes de otras regiones y de otros países que un día acudieron al calor del empleo que daban las minas. Los que llegaron de fuera suelen irse cuando se prejubilan . Los que son de Villablino, aguantan si les queda una prejubilación que les garantice la renta; de lo contrario, tienen que irse a buscar trabajo fuera. Y, como subraya el alcalde, no todos los mineros que salen del sector se pueden acoger a prejubilaciones.

Reconversión

Ahora que la minería del carbón asiste a su final, el Gobierno vuelve a prometer planes de reconversión. Pero en las zonas mineras escasea la fe en esos anuncios, a la vista de cómo han funcionado en la práctica durante décadas. «Los fondos Miner, los planes de reconversión, han servido para cerrar el sector, esa ha sido su finalidad –afirma el alcalde de Villablino-. Se han subvencionado las prejubilaciones para cerrar las minas, y también se han mejorado las infraestructuras y equipamientos de los municipios, pero esos planes de reconversión no han servido para que se creara un tejido industrial que compensara los empleos que se han perdido en la minería».

En Villablino están esforzándose por potenciar el sector turístico, por aprovechar el excepcional patrimonio natural que atesora la zona, en la que también hay una estación de esquí (Valle de Laciana-Laitariegos). Y se está potenciando el sector de la ganadería. «Pero necesitamos algún tipo de industria , porque todo lo demás ayuda como tejido económico, pero no compensa lo que se pierde con el cierre de las minas», insiste Mario Rivas. «El empleo es lo único que puede paralizar la sangría poblacional que sufrimos; o las partidas presupuestarias se destinan a generar empleo, o estamos condenados a la desaparición», subraya.

Es lo mismo en lo que ha incidido Ariño durante años. Esta población turolense llegó a tener casi 1.700 vecinos en el año 1960; ahora ronda los 760 empadronados, pero realmente son unos 600 los que viven de continuo en el municipio durante todo el año. En Ariño llegó a haber tres minas funcionando a la vez, dos de interior y una a cielo abierto. Esta última es la que la empresa Samca ha decidido mantener abierta por tiempo indefinido. De ella dependen un centenar de empleos, apenas una quinta parte de los puestos de trabajo que llegó a haber en Ariño en los buenos años de la minería.

Mina «La Escondida»

Aunque el carbón aguanta en Ariño, tienen claro que la reconversión es obligatoria. En este caso, los fondos Miner han sido aprovechados para poner en marcha un balneario que ha sido un importante revulsivo laboral para la localidad. Año tras año, la persistencia del Ayuntamiento fue recabando los fondos necesarios para construir ese centro termal que se proyectó en el año 2000 y que se inauguró en 2014. Es propiedad municipal, pero lo explota una empresa privada a la que en su día el Consistorio se lo adjudicó por concurso. En el balneario se invirtieron 7,2 millones de euros y «da trabajo a medio centenar de personas», explica el alcalde de Ariño, Joaquín Noé. «Está siendo un éxito y ahora hemos conseguido que nos asignen casi 3,8 millones de euros del Miner para ampliarlo, lo que se estima que podría generar alrededor de 25 empleos más».

El balneario de Ariño es un ejemplo de reconversión financiada con fondos públicos, pero no abundan casos similares. En la provincia de Teruel tampoco han surtido el efecto deseado las multimillonarias ayudas que han circulado durante décadas con la esperanza de crear un tejido industrial alternativo a las minas de carbón.

Pese a que la crisis del carbón ha zarandeado a esta localidad, al menos Ariño sí ha ido avanzando en la diversificación de su economía, antaño monopolizada por el carbón. No ha escapado del declive de la minería, pero sí que lo ha amortiguado. A los empleos del balneario se añaden los 24 puestos de trabajo de la residencia municipal de tercera edad, que también ha sido ampliada en una localidad que cuenta con una escuela «en la que tenemos casi 50 críos», apunta el alcalde –todo un logro en una de las provincias de España más castigadas por el desierto demográfico y por la escasez de niños-.

Aun con todo, la mina de carbón que aguanta el tipo sigue siendo un pilar básico para la economía de Ariño, así que el presente y el futuro del pueblo siguen dependiendo en gran parte de esa explotación. El carbón que se extrae en ella acaba en los hornos de la central térmica de Andorra (Teruel), que echará el cierre en el año 2020. De ahí que el gran reto que tiene Ariño sea garantizarle una «segunda vida» a su carbón. Para ello está apostando por utilizar su actual yacimiento de lignito como fuente de materia prima para producir fertilizantes. El proyecto ya es una realidad, y se está abriendo camino con paso firme. Es la propia Samca, la propietaria de la mina de carbón, la que promueve esta fábrica de fertilizantes para la que cuenta con 75.000 metros cuadrados en la localidad. Se dice que creará 36 empleos y se confía que ayude a compensar la actividad que se pierda cuando deje de extraerse carbón para la térmica. Es una pieza más en ese particular «sudoku» laboral que Ariño lleva librando desde hace años para no verse arrastrada sin remedio por la crisis de la histórica minería del carbón.

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