Entrevista
«La Iglesia en España no es una institución obsoleta»
El catedrático Juan Cantavella acaba de publicar una biografía sobre el sacerdote Manuel de Unciti, «un defensor apasionado de la renovación de la Iglesia»
El sacerdote vasco Manuel de Unciti fue un testigo privilegiado de uno de los momentos más decisivos de nuestra historia reciente: el Concilio Vaticano II, el final de la dictadura de Franco y la Transición española. Durante más de 40 años, su buena pluma lo convirtió en un referente del periodismo religioso español. No contento con ello, formó a además a cientos de periodistas que pasaron por su casa, la residencia Azorín, y que luego ocuparon puestos relevantes en los medios de comunicación españoles.
Uno de sus discípulos, el catedrático emérito en Periodismo en la Universidad CEU-San Pablo, Juan Cantavella, ha querido rendir homenaje a este «maestro de periodistas» con un libro que recoge toda su vida: «Manuel de Unciti, misionero y periodista» (Ediciones San Pablo).
¿Qué ha significado la figura de Manuel de Unciti para el periodismo?
Él formó parte de una generación de curas periodistas que se encargaron de hacer visible a los españoles lo que era la Iglesia y lo que el Concilio Vaticano II marcaba que debía ser cambiado o evolucionar. Además hizo su trabajo en medio de una situación conflictiva porque esa idea de Iglesia que proponía el Concilio no encajaba demasiado con lo que el franquismo quería, que era en realidad aprovecharse de la institución. La Iglesia se desvinculó y eso generó innumerables problemas.
En esas circunstancias, ¿fue suficientemente comprendido por el régimen de Franco y por la Iglesia?
La administración, por supuesto, no le comprendió y la Iglesia no siempre comprende bien el trabajo de los periodistas. Sobre todo a estos periodistas que iban a servir a la Iglesia porque eran profundamente creyentes y hacían lo que creían que les correspondía en ese momento.
¿Usted asegura que los obispos llegaron a verle como «un francotirador en las propias filas», ¿era un periodista indómito?
Por supuesto, pero él era un defensor apasionado de la renovación de la Iglesia. En aquel momento ciertos obispos tenían un espíritu más conservador, pero él pensaba que no se trataba de conservar sino de renovar. Y eso no siempre gusta; ni en la Iglesia, ni en la política. Pero eso no le importó porque siempre tuvo las ideas muy claras.
Incluso en su libro recuerda que en 1977 cuando parecía que el cardenal Tarancón iba a cesar en la presidencia de la Conferencia Episcopal, Unciti escribió que «el episcopado español no acaba de sintonizar con las inquietudes de los nuevos creyentes. La jerarquía tiene que seguir pisando el acelerador», ¿qué diría hoy?
Lo que diría es que la reforma de la Iglesia es necesaria y hay que seguir haciéndola. Cuando el Papa Francisco llegó al Pontificado él se alegró mucho. Ahora vería que algunas reformas se están realizando pese a las dificultades que le ponen al Papa. Indudablemente batallaría para que ese impulso renovador de Francisco sea aceptado por la sociedad y por la jerarquía eclesiástica.
«La reforma de la Iglesia es necesaria y hay que seguir haciéndola. Unciti hoy batallaría para que sea aceptada por la sociedad y por la jerarquía eclesiástica»
Manuel se introdujo en la vida periodística en un momento difícil. Los últimos años del franquismo y los inicios de la Transición, ¿tenía entre sus lectores más enemigos que amigos?
Creo que no. Tenía más amigos, entre otras cosas porque él trabajaba en revistas y periódicos donde la gente sintonizaba con su línea de renovación. Eso no quiere decir que no hubiera algunos que lo vieran con malos ojos. Esto ocurre en todas partes. La mayoría de sus lectores, eran lectores que estaban convencidos o los convencía.
Este sacerdote se hace periodista para divulgar la labor de las misiones, ¿cree que el reconocimiento social que tienen hoy se debe a su tarea?
A él nunca se le hubiera ocurrido presumir de lo que hacía, pero en aquellos años hizo una labor inmensa en el terreno de la divulgación de lo que hacían los misioneros en los países del Tercer Mundo. El Domund se convirtió en una auténtica institución en España no sólo gracias a Unciti sino también a monseñor Ángel Sagarmínaga, que fue un auténtico prodigio en esta concienciación de los cristianos y de los no cristianos para trabajar en las misiones.
«No era un colegio mayor más porque él siempre tuvo presente que podía aportar a los estudiantes una formación humana, cristiana y profesional»
Uniciti se incorpora al periodismo en una época en la que la labor de la Iglesia despertaba mucho interés, ¿qué puede aportar hoy el periodismo religioso en una sociedad que pierde la fe?
Pese a que la sociedad vaya por otros caminos, el periodismo religioso hoy puede dar testimonio de esa realidad trascendente que hay en el hombre. Además la religión católica es una realidad histórica y su presencia en la sociedad no se agota porque no haya tantos católicos practicantes. La Iglesia en España no es una institución obsoleta ni mucho menos. Hay una presencia activa que no se ve o a veces no se quiere ver, pero está ahí. Hace una labora inmensa en el terreno social, educativo, en el desarrollo de los pueblos. Lo que pasa es que la Iglesia no se dedica a presumir sobre lo que hace pero qué haríamos sin su labor.
¿Qué han significado para el periodismo las generaciones Azorín?
La residencia Azorín fue una iniciativa suya. No era simplemente un colegio mayor más porque él siempre tuvo presente que podía aportar a los estudiantes que pasaban por allí una formación humana, profesional y cristiana. Todavía ahora no hay medios donde no encuentres personas que han pasado por la residencia Azorín, muchos de ellos en puestos directivos. Eso ha sido así porque allí se formaba muy bien a las personas. Él era muy tenaz, muy exigente, en el sentido profesional. Además era muy entregado en el aspecto humano y un gran incitador en el plano religioso.