Francisco J. Ayala: «Soy víctima del Me Too. Lo mío fueron cumplidos, no acoso»
La Universidad de California Irvine ha despojado de todos sus cargos al prestigioso científico español por acoso sexual. A sus 84 años, él se ve como una víctima más del movimiento «Me Too»
Francisco J. Ayala (Madrid, 1934) llegó a Estados Unidos como un estudiante más, sin saber apenas inglés y tras colgar los hábitos de dominico. No tenía intención de quedarse pero allí se transformó en uno de los científicos españoles más relevantes del último siglo. En el mundo académico estadounidense, este experto en biología evolutiva es (o era) lo más parecido a un héroe o a una estrella del rock. Su prestigio no solo se ha ido cincelando con sus contribuciones a la Ciencia. Ayala es uno de los pocos científicos que viajaba a los estados más conservadores para defender la Teoría de la Evolución en los colegios públicos. También es el hombre hecho así mismo, el que se convirtió en millonario con unos viñedos e hizo una donación de diez millones de dólares a la Universidad de California, la institución donde creció como experto en biología evolutiva, genetista, filósofo... Nada de esto le ha servido para que su querida Universidad le borrarara de un plumazo todos los honores y cargos. El centro ha dado crédito a los testimonios de tres mujeres -la denuncia de una cuarta finalmente se desestimó- que se quejaban de haber sufrido durante años tocamientos y comentarios sexuales por parte de Ayala. El profesor y exsacerdote se defiende en esta entrevista: «Saludar con un beso en las mejillas o hacer cumplidos sobre la belleza de una mujer no es acoso sexual. Soy víctima del Me Too».
¿Cómo se siente?
Realmente mal. He dedicado toda mi vida y mis ahorros a la Universidad de California, hasta el último penique y, de pronto, me encuentro con esta historia tan penosa que se basa en la mala interpretación de unos cumplidos que he dedicado a estas tres mujeres. Me acusan por decirles que eran «beautiful» (guapas), «elegants» (elegantes)... y lo bien que lo hacían todo. O por saludarlas con dos besos en las mejillas. Todo esto son cortesías que no extrañarían en España y tampoco aquí, entre la gente de mi generación. Todo esto lo han transformado en acusaciones de acoso sexual. Es una situación muy penosa. Desde noviembre del año pasado, cuando se inició la investigación, no me han dejado ir a la Universidad ni entrar en mi despacho ni relacionarme con profesores y alumnos. Muchos me han animado a llevar el caso a los tribunales, pero desde el principio mi esposa Hana y yo decidimos no hacerlo porque tendríamos uno o dos años de controversias en los tribunales. Yo lo único que quiero es dedicarme a mi trabajo.
Entre sus colegas, ¿cuál ha sido la reacción? ¿Le han apoyado?
Estamos recibiendo todos los días 10-12 cartas de apoyo. Algunas de aquí y otras de otros centros, dentro y fuera de Estados Unidos, que han tenido contacto conmigo. Y, sobre todo, la profesora Kristen Monroe, directora del centro para el estudio de la moralidad y la ética de la Universidad de California, me ha apoyado muchísimo.
Dice que le han despedido por sus modales de caballero europeo. Pero algunas de las acusaciones superan los límites de la cortesía. Como decirle a una profesora que la había visto tan animada en una charla que pensó que «tendría un orgasmo» o que «le gustaría tocarle el culo».
Son afirmaciones demostrablemente falsas. Dicen que hice ese comentario cuando me encontré a esta profesora en un mercado de productos agrícolas el 15 de agosto de 2012 y resulta que yo nunca he ido a ese mercado. «¡Tocarle el culo!». Quien me conoce sabe que es un lenguaje que yo nunca utilizo y si lo hago ahora es para aclarárselo a usted. En su denuncia, la profesora también ha dicho que se encontró conmigo en la fiesta de Navidad del departamento y que yo la cogí del brazo para atraerla hacia a mí. Ese día de diciembre yo estaba dando una conferencia pública en San Diego a 150 kilómetros de distancia de allí. Así que ya tenemos dos fechas que ella identifica y son demostrablemente falsas. En su acusación esta profesora da a entender que yo quería estar siempre cerca de ella cuando para mí no tenía un atractivo particular como mujer. Sí lo tenía como científico.
En otra denuncia también se le acusa de invitar a otra colega femenina a sentarse en su regazo durante una reunión «para disfrutar más».
Eso es una exageración. Ocurrió con la profesora Jessica Pratt cuando fue nombrada. Le pidieron que hiciera una presentación con un vídeo de cinco minutos. Cuando llegué a la reunión ella estaba sentada y me dijo: «Te he dejado el asiento libre donde siempre te sueles sentar, aunque hubiera sido más cómodo para mí sentarme ahí». Yo le dije, bromeando, «pues ya sabes que siempre podrías haberte sentado en mis rodillas». Esto lo dije siempre entendido como una broma, con un sentido juguetón y amistoso. Eso la ofendió. Fue un mal juicio por mi parte. No lo debería haber hecho ni si quiera como broma. Cuando ocurrió, la profesora se quejó a la oficina que recibe estas quejas. Me advirtieron, reconocí que fue un error de juicio y ya no volví a hacer este tipo de comentarios. Desde entonces, como mucho he podido decir a algún grupo de mujeres: «¡Qué placer es estar con mujeres tan bonitas!».
¿Piensa que en Europa no hubiera tenido estos problemas?
Probablemente no, ni trabajando en Estados Unidos en otro lugar. Aún no entiendo cómo me he visto en esta situación. Mis colegas me han dado muchas razones que creen que han podido motivar todo esto, pero son solo suposiciones.
Pero usted no es un recién llegado. Lleva buena parte de su vida viviendo en Estados Unidos como para atribuirlo a un choque cultural.
Me refiero a una cultura que se ha desarrollado recientemente, lo que se entiende como el movimiento «Me too». Lo mío fueron cumplidos, no un acoso físico real. Ahora ya he entendido que hay mujeres que no quieren aceptar estos cumplidos.
Entonces, ¿se considera víctima del «Me too»?
Claro, claro que sí. Lo pienso yo y la mayoría de los colegas y amigos. Piensan que es la razón de las acusaciones. Querían establecer su éxito con la persona más distinguida de la Universidad y ese era yo.
Dice que no quiere emprender acciones legales. Sin embargo, sería una forma de limpiar su nombre al final de su carrera.
Siento que quien pierde es la Universidad, no yo. Me va a perdonar mi falta de modestia, pero yo era el científico más distinguido de esa Universidad. Yo no he perdido nada, salvo lo que la gente pueda pensar sobre mí tras ver las informaciones de acoso sexual. Cualquier persona que mire en detalle la naturaleza de estas acusaciones triviales entenderá que no justifican la conclusión. Prefiero tolerar eso a involucrarme en un proceso legal que me llevaría mucho tiempo y absorbería completamente mi trabajo científico.
No solo trabajaba en esa universidad, también era su filántropo. ¿Pedirá que le devuelvan los millones donados?
Mucha gente cree que me lo deberían devolver. Aunque no creo que lo hagan espontáneamente. ¿Reclamarlo? De nuevo, me tendría que meter en un proceso legal con un desgaste que no me interesa, aunque en este caso mi mujer sí está animada a hacerlo. Es una cuestión aún abierta.
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