Nos enseñó a ser libres

Hoy somos menos libres de lo que Pepe Oneto nos enseñó a ser, y es más grotesca e inasumible nuestra corrección política que su peculiar peinado y sus camisas

Salvador Sostres

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Conocí a Pepe Oneto durante el único curso que estudié de Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona, ese cementerio de elefantes, ese atentado contra el periodismo. Lo vi cenando en Jockey con Juan Tapia, que entonces era el director de La Vanguardia, y tuvieron la caridad de invitarme a tomar café. Oneto forma parte del paisaje de mi vida, con su peinado característico, sus trajes y sus camisas con los cuellos y los puños de color distinto. Para el niño que yo fui, Oneto fue un icono, un símbolo. Le dio dimensión social, y casi artística, al oficio de ser periodista.

Yo entonces no distinguía mucho entre partidismos y su imagen me parecía tan rompedora, tan sensacional, tan imposible, que me bastaba con verle para quedar absolutamente fascinado. Supongo que, en parte, era lo que pretendía. Con el tiempo descubrí a un cronista político brillante e incisivo, «salado», como hoy lo describía Luis Ventoso en la redacción de ABC, al conocer la triste noticia; pero mucho menos estridente –y lo digo como un elogio– que en su aspecto tan llamativo.

Con Oneto, como con tantos periodistas de su época, España aprendió a ser libre, y a recordar, tras décadas de silencio, que no sólo todo podía decirse sino que todo debía decirse. Hoy somos menos libres de lo que Pepe Oneto nos enseñó a ser, y es más grotesca e inasumible nuestra corrección política que su peculiar peinado y sus camisas.

Fue valiente, audaz y comprometido. Se arriesgó de verdad por hacer lo que hizo. Más allá de la discrepancia ideológica está el reconocimiento por haberse atrevido a ser libre, y tan libre. Si algún día dejamos de aceptar que nos entierren en vida el feminismo, el buenismo, el ecologismo y tantas otras tiranías, aún el ejemplo de Pepe Oneto ha de servirnos para que vuelva a ser decente, y digno, llamarse a uno mismo periodista.

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