Tribuna abierta

Enseñanzas de la pandemia

Cualquier gobernante que yerra en aspectos esenciales como la vida, o la familia debe rectificar lo antes posible

Ignacio Danvila del Valle

Han transcurrido ya más de dieciocho meses desde que la terrible pandemia llegó a nuestras vidas, alterando la manera de vivir y de relacionarnos con los demás. Parece que ha pasado tiempo suficiente para intentar extraer algunas conclusiones sobre los valores que aprecia y defiende nuestra sociedad. En primer lugar deberíamos destacar el valor de la vida. Parece una verdad de perogrullo, pues sin vida no se puede disfrutar del resto de derechos. De hecho, siempre hemos escuchado que el derecho a la vida es el primer derecho humano universal a partir del cual tienen sentido los demás derechos. Así, en este tiempo, con el único objetivo de preservar la vida propia y del prójimo, multitud de personas han dejado de ver a sus seres queridos, se han aislado cuando han aparecido los primeros síntomas del coronavirus, han trabajado desde sus domicilios o han cumplido con las normas de distanciamiento a la hora de relacionarse con los demás en los transportes públicos, el trabajo u otros lugares. A pesar de esto, no se legisla precisamente para proteger el derecho a la vida de los más vulnerables (los ancianos, los enfermos o el no nacido), fomentando una sociedad egoísta que abandona a los más débiles cuando más ayuda necesitan. Otra conclusión que podríamos sacar de este último año y medio sería el papel de la familia como célula básica de la sociedad. No existe una institución más atacada por los herederos de mayo del 68. A pesar de ello, podemos afirmar que la familia goza de buena salud. En estos meses hemos presenciado cómo muchos padres velaban por la salud de sus hijos tomando todo tipo de precauciones e instruyendo a los más pequeños en el uso de la mascarilla, el gel hidroalcohólico o el distanciamiento en casa y en la escuela.

En este período muchas personas han acudido al domicilio paterno para llevar la compra a sus ancianos padres y evitar que estos corrieran riesgos innecesarios o han acudido a empresas que ofrecen comida a domicilio. Los nietos han sufrido apenados la separación con sus abuelos, que hasta la llegada del virus cuidaban de ellos. Los abuelos han aprendido a utilizar medios telemáticos para poder ver y hablar con sus hijos y nietos; mientras recordaban a los que desde hace años no están, a sus mayores que sacaron adelante sus familias a base de horas de trabajo y sacrificio. Y en el día a día, los padres y madres han dejado sus ordenadores portátiles a sus hijos para que pudieran tener sus clases (ha quedado claro que, en confinamiento, «los hijos si pertenecen a los padres»), aunque ello haya conllevado tener que teletrabajar a horas intempestivas, robando horas al sueño, para que sus hijos pudieran seguir el curso académico. Cualquier gobernante que yerra en aspectos esenciales como la vida, la familia o la educación debe rectificar lo antes posible, o el pueblo le mostrará más pronto que tarde, la puerta de salida.

IGNACIO DANVILA DEL VALLE ES PROFESOR TITULAR

DE LA Universidad Complutense de Madrid

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