Los diamantes (naturales) ya no son para siempre
as nuevas generaciones se interesan más por la versión artificial de estas piedras preciosas
Siempre se ha creído que se trataba de un sector tan sólido como su famoso eslogan «un diamante es para siempre» , que fue considerado como el mejor lema publicitario de todo el siglo XX. Pero no, la tendencia en el mercado de los compradores más jóvenes ha emprendido un camino inesperado, porque los nuevos consumidores prefieren los diamantes artificiales.
Tantas campañas contra los «diamantes de sangre» que supuestamente servían para financiar guerras o las denuncias contra la imagen de las máquinas arañando la tierra para extraerlos de manera que se compromete el respeto al medio ambiente, han cambiado la percepción de estas gemas tan emblemáticas. Y, sobre todo, que estos diamantes artificiales hayan sido lucidos con naturalidad por personajes como Meghan Markle , ha acabado por consolidar una tendencia entre los más jóvenes. Hay estudios que indican que entre los que consideran la posibilidad de comprar un primer diamante, un 70% tendría en cuenta seriamente los de fabricación artificial, porque sería una especie de «joya bio» o, al menos, «libre de reproches».
En concordancia con esta tendencia, también están apareciendo grandes marcas que no solamente privilegian el diamante artificial, sino que se exhiben orgullosamente por ello. Una de ellas es Kimai, precisamente la que fabricó los pendientes que lució la Duquesa de Sussex en enero del pasado año y que ha sido creada en la ciudad belga de Amberes, la capital mundial del diamante, por dos descendientes de grandes sagas familiares vinculadas desde hace más de un siglo a la industria tradicional.
En el laboratorio
Esta evolución se ha podido producir porque la industria del diamante artificial ha evolucionado en las últimas décadas hasta llegar a un punto en el que es prácticamente imposible distinguirlo de uno natural. De hecho, desde el punto de vista químico, son productos exactamente iguales y se componen de carbono cristalizado. La diferencia es que los diamantes naturales se formaron en el interior de la tierra hace más de mil millones de años y los artificiales reproducen en laboratorio las mismas condiciones de presión y temperatura para obtener el mismo efecto en un periodo de apenas cinco días.
Las cosas han llegado a un punto que a la Comisión Europea ha renunciado a obligar a los joyeros a etiquetar claramente si los diamantes son naturales o artificiales, lo que a los fabricantes de piedras de laboratorio no les produce ningún rubor a la hora de especificarlo. Al contrario.