ABC en Wuhan
El día después del coronavirus en Wuhan
Entre dudas sobre las cifras oficiales, el epicentro de la pandemia vive una distopía de mascarillas, trajes fantasmagóricos y controles draconianos para impedir rebrotes
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En China, lo mínimo que se despacha para protegerse del coronavirus son las mascarillas , que además son obligatorias. A partir de ahí, y dependiendo del grado de aprensión, los complementos aumentan hasta los guantes de látex, gafas protectoras o viseras de protección que cubren el rostro e incluso trajes blancos antirradiación . Por estar en permanente contacto con el público, eso es lo que visten muchos porteros de establecimientos comerciales y edificios residenciales. A sus puertas o en la entrada a las calles, cerradas por vallas azules, voluntarios con fantasmagóricos monos de protección toman la temperatura a los vecinos y revisan en sus móviles los códigos QR de salud bajo la bandera del Partido Comunista. Entre la bruma que envuelve sus futuristas rascacielos y majestuosos puentes sobre el Yangtsé, es el día después en Wuhan. Pero no del apocalipsis atómico para el que Mao construyó tantos refugios antinucleares durante la Guerra Fría, sino de la peste del siglo XXI que asuela el planeta tras desatarse en enero en esta ciudad del centro de China, capital de la provincia de Hubei.
Tras el levantamiento de su cierre y el fin del confinamiento, la vida vuelve a sus calles en este mundo poscoronavirus que no volverá a ser como el de antes, al menos hasta que se descubra una vacuna o haya medicamentos eficaces. El control de la epidemia no devuelve la normalidad, sino una distopía donde la humanidad se protege contra un enemigo microscópico que ni ve ni nota, pero que puede seguir flotando en el aire o adherido a algo que toquemos.
«El coronavirus se propaga tan rápido que ha destrozado el mundo en cien días . Los gobiernos solo pensaban en sus intereses políticos y económicos. Al igual que el régimen chino, que permitió un banquete con 40.000 personas en Wuhan días antes del estallido, no vieron la amenaza porque pensaban que era una simple gripe», reflexiona para ABC Tian Xi, un voluntario que los primeros días ayudó a repartir mascarillas entre los hospitales. Con 33 años, y tras haber estudiado Historia y Derecho, ha visto lo suficiente de la vida como para saber que «el ser humano no aprende del pasado» , pero es tan idealista que sigue empeñado en arreglar el mundo.
Por eso, cuando las autoridades cerraron Wuhan el 23 de enero y los hospitales se desbordaron de enfermos, echó mano de las amistades forjadas durante sus años de voluntariado por China para conseguir lo que tanta falta hacía en aquellos momentos: mascarillas para los sanitarios . Con una ambulancia para pasar los controles policiales, que un hospital le alquiló a cambio de parte de la mercancía, llegó hasta la frontera con la provincia de Henan, donde recibió un cargamento de 60.000 mascarillas fabricadas en Zhejiang, que en ocho horas repartió en hospitales de Wuhan e Yingcheng, su ciudad natal.
«Se me rompió el corazón porque lo que vi era terrible: los médicos apenas disponían de medios y sufrían una presión tan grande que, quienes tenían, dormían con sus trajes protectores puestos», recuerda hablando tras su máscara. «Lo peor que vi fue la muerte, porque era a una escala masiva» , relata, y suelta una irónica carcajada cuando le preguntamos si cree las cifras oficiales del régimen: 80.000 contagiados y 3.300 fallecidos. «¡Ja, eso es una broma! ¡Sabemos claramente que los datos del Gobierno son falsos!», exclama negando con la cabeza. Como muchos otros, sospecha que a esas cifras hay que añadirle un cero final para aproximarse a la realidad. «Tenemos muchos datos de tumbas y certificados de defunción que así lo indican» .
Aunque confía en que algún día aflore la verdad, sabe que los médicos de Wuhan han sido aleccionados por el régimen para que no hablen con los periodistas extranjeros . Al igual que el difunto doctor Li Wenliang, el oftalmólogo que avisó de la enfermedad y fue reprendido por la Policía, el personal sanitario vuelve a ser silenciado. «La muerte del doctor Li desató en internet una ola de rabia ciudadana que el Gobierno no pudo parar», señala Tian Xi, quien responde con otra exclamación cuando le preguntamos si ha sido detenido alguna vez: «¡Claro que sí!».
Consciente del «dilema que supone controlar la enfermedad Covid-19 sin medidas restrictivas que a veces contradicen los derechos humanos», cree que la epidemia ha mostrado las diferencias entre los sistemas políticos de China y Occidente. Lo que está por ver es cómo afecta al autoritario régimen de Pekín y a los planes del presidente Xi Jinping de perpetuarse en el poder, así como el papel de China en un mundo en el que la globalización ha saltado por los aires.
Tensiones internacionales
Para empezar, y según «The Guardian», los servicios secretos británicos han pedido a su Gobierno que se replantee su relación con Pekín al sospechar, como la CIA, que ocultó información. Aunque la opacidad del régimen no justifica la inacción ni la ceguera de Occidente, la pandemia inflamará las tensiones internacionales cuando acabe la pesadilla . Como se ve con el material sanitario, las potencias democráticas se cuestionarán su dependencia de la «fábrica global», con las consiguientes repercusiones económicas para ambas partes.
«El negocio va muy mal y me temo que se pondrá peor en el futuro», se lamenta Liu Zhongshan, un tendero de la calle Shanhaiguan que vende comida, licor y cigarrillos con su esposa y su hijo. Con el fin de impedir los tan temidos rebrotes, todos los comercios han sido vallados y para atender a los clientes hay que pasarles las bolsas por encima o entre los huecos abiertos entre la chapa. «Todavía no viene mucha gente a comprar y me temo que no volveremos a recuperar nuestra vida normal hasta el próximo año », augura con pesimismo. Hasta que haya una vacuna o medicamentos eficaces, el día después del coronavirus en Wuhan es la distopía que le espera al mundo.
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