Necrológica

El ‘Darwin moderno’

Sus aportaciones al pensamiento sobre la conservación de la naturaleza le sitúan entre los grandes humanistas del siglo XX

Pedro Jordano

Con enorme desolación hemos recibido en la comunidad científica la triste noticia del fallecimiento de Edward O. Wilson, justo al día siguiente de conocer la pérdida de Tom Lovejoy, otro gigante de la ecología y la biología de la conservación. Ambos estaban unidos por el interés y trabajo pionero al desarrollar el concepto de biodiversidad, pero también por su esfuerzo titánico en la conservación de nuestro planeta. Wilson es, parafraseando a sir Isaac Newton, uno de «esos gigantes a cuyos hombros caminamos para ser capaces de ver más allá». Profesor en la Universidad de Harvard entre 1956-1996, donde también dirigió durante años el Museo de Zoología Comparativa, la obra de Wilson es inmensa, con más de 30 libros y 430 trabajos enormemente influyentes en el desarrollo de la ecología como ciencia. Destaca su teoría de la biogeografía de islas, según la cual la biodiversidad de las islas obedece a equilibrios entre procesos de colonización y extinción, que ha sido la base conceptual para, por ejemplo, el diseño de áreas de conservación. En 1975, con su libro ‘Sociobiology: The New Synthesis’, creó la nueva disciplina de la sociobiología, para entender el origen y evolución de las sociedades animales, incluida la humana, no exenta de debate y críticas. En años recientes sus aportaciones al pensamiento sobre la conservación de la naturaleza le sitúan entre los grandes humanistas del s. XX. Esa responsabilidad última que tenemos los humanos respecto a nuestro planeta proviene del vínculo estrecho, aunque no apreciado en general, entre las ciencias naturales y las ciencias sociales. El problema lo abordó Wilson en ‘Consilience: The Unity of Knowledge’ (1998) defendiendo la poderosa herramienta del humanismo científico.

Wilson era un naturalista. Siempre defendió la importancia del conocimiento taxonómico de las especies (la idea de catalogar la Biodiversidad del planeta). Tal conocimiento es básico para conocer el alcance de la acelerada extinción de especies a la que asistimos. El fundamento de esa base naturalista era su apasionada afición por las hormigas y, en general, por los insectos, como muestra su fabulosa autobiografía ‘Naturalist’ (1994), que desarrollaría en su monumental obra ‘The Ants’ (1990). Entre más de 150 distinciones que recibió, una de las más significativas fue el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento (2010). Recuerdo que el día tras la ceremonia había quedado con él para acompañarle al Real Jardín Botánico. Cuando caminábamos por el jardín se detenía en cada planta con flor e identificaba los insectos que visitaban las flores; su conocimiento naturalista era portentoso. Su inmenso legado intelectual, su capacidad de tender puentes entre áreas de conocimiento, desde la biología a las ciencias sociales y las humanidades, y su empatía con la defensa de la vida en todas sus formas quedará para siempre entre nosotros.

Pedro Jordano

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