Cuando la residencia es una planta más del hospital
Del Puerta de Hierro salen cada día equipos itinerantes de médicos, residentes y enfermeros para atender por pura vocación a los ancianos
Ésta es la historia de cómo la montaña va a Mahoma. De cómo setenta médicos y enfermeros del hospital de Puerta de Hierro de Majadahonda se desplazan cada día a las residencias de ancianos para atender personalmente al colectivo más vulnerable en esta emergencia sanitaria. Los abuelos más graves han sido ingresados. Pero para cuidar del resto sin que salgan de sus habitaciones se movilizan los jefes de servicio, residentes, adjuntos y enfermeros del centro médico madrileño. Y lo hacen después de cumplir con su jornada de trabajo. Pura vocación.
Del Puerta de Hierro salen cada día equipos itinerantes con sus batas y sus maletines. Van en coches cedidos por una empresa de alquiler. Incluidos los pesos pesados del centro. Ellos se encargan no solo de la atención médica de los residentes, sino de procurarles material de protección necesario y hacerles las pruebas de detección del coronavirus. Son sus “padrinos”. Esto ha permitido a las residencias a separar a los ancianos en áreas diferenciadas. Es el sistema “semáforo” donde la zona roja es para los infectados, la naranja es para los que ya lo han pasado y la verde es la libre de contagios.
“Tengo al jefe de cardiología y el de trauma dando vueltas por el hospital todas las tardes, rompiéndose la cabeza para ayudar a las residencias”, comenta orgullosa la responsable de geriatría del Puerta de Hierro, Cristina Bermejo, que recita de memoria su plantilla extra: “Los padrinos son gente con mucha fuerza: está la jefa de neumonología, la de urgencias, la jefa de pediatría, un subdirector médico, la directora de enfermería”… Destaca la aportación del servicio de rehabilitación, vital para la recuperación física y cognitiva de los ancianos.
Bermejo fue la primera en percatarse del desastre que se cernía sobre nuestros mayores. Si antes atendían una media de diez consultas telefónicas diarias desde las residencias, cuando el coronavirus entró en ellas el teléfono del hospital empezó a sonar unas 150 veces cada día. Eran llamadas desesperadas porque los ancianos se morían. “Decidimos que la residencia debía ser una planta más del hospital. Había que ir a verles todos los días”, señala Bermejo. Su voz se encoge al hacer recuento de las bajas: “Teníamos 6.100 residentes. Ahora son 5.000…” La semana pasada eran 1.500 los contagiados en esta zona.
La situación general de estos centros es precaria, reconoce la doctora. “La gente que está en residencia es porque tiene enfermedades y dependencia. Y como están todos juntos, favorece la infección”, lamenta. Y allí donde disponen de un médico ni siquiera es geriatra. Tristemente, en esta España envejecida faltan especialistas para los abuelos.
“Al principio íbamos solo a ver a los enfermos. Pero las personas mayores cuando tienen una infección presentan síntomas muy larvados, clínica tos, fiebre, dolor… ellos se sienten mal, dejan de comer. Están muy malitos. Por eso nos adelantamos y buscamos síntomas en fases incipientes”, explica la jefa de geriatras. Había que apoyar al personal de las residencias. “En un hospital somos muchos y es fácil compartir dudas, diagnósticos. Ellos están más solos”, apunta Bermejo que da otra cifra: 390 sanitarios de los centros de la zona están de baja por contagio.
“La labor de acompañamiento del Puerta de Hierro a nuestro personal es crucial, les empodera”, confirma Joaquín Sastre, consejero delegado de Geriasa y responsable de una residencia concertada en Brunete con 242 plazas. Allí la tasa de contagio es del 80%, pero prefiere no hablar de los fallecidos. “Afortunadamente se han curado 150 personas, para nosotros ésa es la noticia”, afirma dolido con la mala prensa que rodea los centros de mayores. Cuenta que en un solo día han llegado a tener doce médicos y enfermeros del hospital atendiendo a sus residentes . “El apoyo es recíproco”, asegura desde este hogar de la tercera edad, que cerró sus puertas al exterior 48 horas antes de que lo decretara la Comunidad de Madrid.
Allí vive contenta Purificación, 82 años, que presume de una atención privilegiada. “Yo estoy tratada por toda la especialidad del Puerta de Hierro”, comenta orgullosa de haberle dado la vuelta al virus pese a que arrastra cierta insuficiencia respiratoria. Ella dice que es porque fue fumadora. Los médicos del hospital contrastaron su historia clínica, confirmaron el diagnóstico y decidieron su ingreso. Su caso es solo un ejemplo de la íntima coordinación entre su residencia y el hospital. “Mi doctora me dijo: Pura, de esta nos hemos librado. Y a mí se me abrieron las venas del cuerpo”.
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