La Cruz Roja del Mar cumple 50 años: más de 2.000 personas invierten su tiempo libre en salvar vidas
Decenas de personas en 55 puntos costeros del país recorren palmo a palmo el litoral para sacar del apuro a quien precise socorro inmediato
José María Garijo, al que todo el mundo llama ‘Gari’, no se ve a sí mismo como un salvador. Este patrón marinero, al que la vida y el oficio de constructor no le pudieron disuadir de su gran pasión por el Mediterráneo, encuentra más cobijo en el mar que los rescatados en sus profundidades. Y eso que este cincuentañero, como la Cruz Roja del Mar, cargan unas cuantas intervenciones decisivas a sus espaldas.
‘Gari’ sonríe a los mandos de su lancha semirígida y sale rumbo al Cabo de Palos por la bocana del puerto. Comienza a caer la noche y los veraneantes surcan el paseo marítimo del pueblo buscando recalar en alguna terraza con marisco en la mesa y vistas al oleaje. Los niños despiden al hinchable rojo y a su tripulación, la tropa de ‘Gari’, con ‘Cuco’, Antonio y los demás. « Cuando alguien ve cerca a la Cruz Roja, entonces se siente algo más seguro », lisonjea el capitán.
Todos son voluntarios. Reparten sus días entre sus oficios y el salto al mar de noche. Regalar el poco tiempo libre del que uno dispone para esta tarea de emergencias da un salto de calidad al altruismo. A muchos de estos hombres que hoy acompaña ABC desde Cartagena les esperan sus familias en casa, pero no se amilanarán cuando el coordinador les comunique por megafonía interna que el ‘Buena Esperanza’ debe dirigirse adonde un hombre, Francisco J. S., ha dado la voz de emergencia porque es inexperto y le ha dado pánico fondear en el regreso a su casa. «Ha hecho muy bien, se ha refugiado en una escollera para esperar ayuda», resuelve ‘Cuco’. Quizás el alias lo merezcan sus ojos profundos y saltones, pendiente del mar todo el rato, ojo avizor como un cuco.
‘Gari’ es menos comprensivo con la maniobra de su paisano: «En realidad en España hay poca cultura marinera, y eso que los mejores conquistadores del mundo, marinos, eran españoles». Es noche cerrada. Esta patrulla de hombres embarcados no miran el reloj. Pasan tres y cuatro horas sin alertas, bailando con las olas y velando por las personas que se encuentran en apuros a un lado y otro de la costa. «Cualquier llamada en el mar es un desafío», resuelve la patrona mayor de Salvamento Marítimo de Cruz Roja , Mercedes Mora , que facilita los datos de la actuación del servicio: 1.124 personas rescatadas en 2020 de las 3.172 intervenciones que se desarrollaron. En el primer semestre de 2021 han sido más de mil las actuaciones. Sergio Peñas , de Salvamento de la Guardia Civil y que compagina con su labor ‘oficiosa’ como voluntario en Cruz Roja, interrumpe la charla: «Son la ambulancia del mar, sirven de acompañamiento para cualquier persona en dificultades. Hacen un trabajo increíble».
Mientras la motora rodea el saliente de Palos, hoy con el mar en calma, se cumplen 50 años desde que la Cruz Roja estrenase su servicio de ayuda en el mar. El objeto no era otro que «procurar el salvamento de las personas que se encuentren en peligro a lo largo de las costas o llevar a cabo cuanta labor humanitaria pueda realizar», recuerda Mora.
Ayuda humanitaria
Humanitaria. En Cartagena, a un lado del cuarto donde se desvisten ‘Gari’ y los suyos, se acumulan las pateras. Hay muchos bidones apilados, todos en estado pésimo. María José Vera, responsable de Cruz Roja en Murcia, explica al alimón con Peñas: «Lo que más se atienden son quemaduras, porque el combustible que echan, mezclado con el agua salada, les provoca grandes quemaduras». «Estamos en ventana de buen tiempo» este fin de semana, añade Vera y eso significa que podrían llegar oleadas de inmigrantes. «Tenemos alerta por pateras». Una acaba de arribar a Águilas. Son argelinos, como la inmensa mayoría, cuenta el guardia civil. 24 horas después de su salida de Argelia pueden entrar en el litoral que abarca desde la costa norte de Alicante hasta el punto donde nos encontramos. La ayuda en el mar no distingue de procedencias, pero sí el tiempo de respuesta en acción. Es esencial. La Cruz Roja del Mar actuará dentro del límite de las doce millas de los puntos más salientes de la costa, perímetro a partir del cual solo tiene potestad para el socorro la Sociedad de Salvamento y Seguridad Marítima (Sasemar), inscrita en el Ministerio de Fomento. El voluntario con el traje bermellón en puerto tiene que estar en el punto de acción en el agua en media hora. Menos de 45 minutos es un logro, más es un fracaso. Y puede resultar dramático. Bien lo saben algunos de ellos. «Cuando encuentras un cadáver flotando... esa expresión no se olvida» , farfullan sin querer hablar más de ello. Respiran aliviados cuando hoy recogen un neopreno, boca abajo. Nadie dentro.
El verano inaugural de la Cruz Roja del Mar, el de 1971, dos trágicos accidentes marítimos habían sacudido a la sociedad española. Hasta 1992 (fecha en la que se crea Sasemar) solo este programa de salvamento se dedicó a hacer eso, ser una salvaguarda ante los zarpazos que da el océano. Su segundo mayor cometido es la lucha contra la contaminación marina y la protección de la fauna, en serio peligro en algunas zonas de esta Murcia que recorremos.
Cartagena es una de las 55 ubicaciones (44 incluidas en convenio con Sasemar y 11 adicionales) del país donde la Cruz Roja tiene escuadrones como el de ‘Gari’, personas que se acuestan a las cinco o seis de la mañana de vuelta de un sábado como este en busca de emergencias. Con la cabeza en la almohada, no pegarán ojo por el joven que tropieza con gravedad en la embarcación o la pareja de borrachos que sin respeto al mar penetró en el cabo sin hallar salida. Esta noche, Francisco J. puso en problemas a sus dos hijos pequeños porque «solo hacía un año que tenía «el carné para timonear». «He pagado la novatada», suelta ante la Cruz Roja, la patrullera de la Guardia Civil y los Bomberos de Murcia, que han acudido a la llamada de «embarcación a la deriva; familia de dos adultos y dos menores».
Los protocolos de actuación están ajustados al milímetro. Pero la metodología de búsqueda del barquito, foco en mano con perimetraje por la costa y sus entradas, es la rudimentaria del último medio siglo. Los salvaguardas del mar caminan de vuelta al muelle. Tal vez no ha sido una gran noche. Como la del sábado pasado y la que viene, pero el orgullo les envalentona. Antonio frisa la veintena y, al observar un botellón, no duda. «Me he metido en el voluntariado convencido. No quiero hacer otra cosa». No se arrepiente, como el resto de la tropa del hinchable, de seguir rastreando palmo a palmo el mar. Como si no hubiesen pasado cincuenta años.
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