Coronavirus

La peste siempre ha estado ahí

Lo que nos está sucediendo no es nada nuevo. La mala noticia es que hoy la globalización permite expandir las enfermedades contagiosas a una enorme velocidad. La buena, que ahora el mundo dispone de más recursos

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Coronavirus, la pandemia del 2020
Pedro García Cuartango

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La humanidad ha sufrido desde el Paleolítico enfermedades contagiosas que han determinado los asentamientos de la población y alterado los equilibrios demográficos.

El miedo a la peste está enterrado en el inconsciente humano desde el Paleolítico. Las infecciones y las epidemias ya eran la principal causa de mortalidad cuando el Homo Sapiens vivía en las cavernas hace decenas de miles de años. Pero ahora resurge de nuevo ese temor ancestral al contagio en una sociedad que creía haber alejado esas amenazas gracias al avance del conocimiento.

Las referencias a la peste atraviesan la historia de la cultura occidental desde Boccaccio a Thomas Mann pasando por la pintura flamenca en la que se representa la apoteosis de la muerte. Boccaccio, por ejemplo, se inspiró en la peste bubónica que asoló Florencia y otras ciudades italianas en el siglo XIV para escribir el “Decamerón”.

La narración comienza cuando diez jóvenes se alejan de la villa y se refugian en una casa de campo para huir del contagio. Para entretenerse, empiezan a contar historias, muchas de ellas, de contenido erótico. La obra empieza con un prólogo en el que el escritor florentino describe crudamente los efectos de la peste: “¡Cuántos valerosos varones, bellas mujeres y jóvenes gallardos que Galeno e Hipócrates hubieran juzgado sanísimos desayunaron con sus familiares y por la noche ya estaban en el otro mundo cenando con sus antepasados!”.

La peste bubónica fue probablemente la pandemia más devastadora en la historia de la humanidad. Se calcula que pudo matar en Europa a unos 25 millones de personas en el periodo comprendido entre 1347 y 1353, más de la tercera parte de la población. El origen de la enfermedad era una bactería llamada Yersinia pestis, que producía manchas y ronchas en la piel. Los enfermos desprendían un olor pestilente al supurar un líquido que salía de las ampollas que cubrían el cuerpo.

Es interesante saber que la epidemia se solapó con la devastadora Guerra de los Cien Años, un conflicto tremendamente cruel entre los reinos de Francia e Inglaterra, que provocó éxodos de población, destrucción de las cosechas y terribles hambrunas. Muchos de los que la sufrieron creían que se avecinaba el fin del mundo.

Jared Diamond en “Armas, gérmenes y acero” estudia el impacto de las pandemias en la historia y concluye que los virus y las bacterías han sido poderosos instrumentos de destrucción masiva . Las migraciones y el asentamiento de los pueblos tienen mucho que ver con el desarrollo de las pestes que han asolado a la humanidad.

Diamond sostiene que las epidemias surgieron cuando el hombre domesticó a animales como los perros, las vacas, los cerdos y las ovejas, cuya convivencia generó la aparición de enfermedades contagiosas. En el Paleolítico, cuando el hombre vivía en pequeños núcleos, dedicado a la caza y sin un territorio fijo, los microbios tenían una menor incidencia que en el Neolítico, cuando nacieron las primeras poblaciones estables en torno al desarrollo de la agricultura.

El autor de “Colapso” resalta algo que ya sabemos: la increíble capacidad de los virus para sobrevivir a través de las mutaciones, de suerte que están continuamente evolucionando para poder seguir infectando la vida animal, de la que depende su existencia y propagación. Por ello, aparecen nuevas enfermedades como la provocada por el coronavirus, que carece todavía de antídoto.

Diamond cuenta como la expedición del capitán Cook al llegar a Hawai en 1779 llevó consigo la sífilis, la gonorrea y el tifus , lo que diezmó a la población nativa. Hawai tenía medio millón de habitantes a finales del siglo XVIII y pasó a 80.000 personas en 1850.

No hay duda de que las rutas comerciales que se intensifican a partir de Marco Polo y las expediciones militares para conquistar nuevos territorios contribuyeron a expandir las enfermedades contagiosas. Pero también ha habido casos documentados de que tan sólo una persona ha llevado una epidemia a lugares aislados. Por ejemplo, un carpintero procedente de Dinamarca portó el sarampión a las Islas Feroe en 1781. En el plazo de varios meses, el 90% de la población quedó infectada.

Uno de los ejemplos más clásicos a los que recurren los epidemiólogos para ilustrar los efectos de la expansión de los virus es la colonización española de América tras el descubrimiento de 1492. Hay algunas estimaciones no contrastadas que señalan que más de la mitad de la población indígena murió a causa de las enfermedades transmitidas por los españoles.

Colonizadores

Los colonizadores llevaron más allá del Atlántico el sarampión, la viruela y la fiebre amarilla con consecuencias devastadoras. La población local en Cuba desapareció a causa de una serie de epidemias, mientras que Hernán Cortés se vio favorecido en la conquista de México por la viruela. Diamond dice que sólo sobrevivieron 1,6 millones de aztecas de los 20 millones que había en 1520.

No son estimaciones fiables porque entonc es no existían las estadísticas ni los censos , pero lo cierto es que, si ahora el cáncer y las enfermedades cardiacas son la principal causa de mortalidad, en la Edad Media y parte de la Edad Moderna eran las epidemias.

Ya el historiador Tucídides documentó unas fiebres tifoideas que asolaron Atenas durante la guerra del Peloponeso. Murieron más de 300.000 personas, una cifra muy superior que la provocada por el conflicto con Esparta. Por ello, tal vez habría que reescribir la historia en el sentido de que esas fiebres contribuyeron más a la derrota ateniense que la legendaria fuerza militar espartana.

Los epidemiólogos han señalado que el virus de la viruela ha sido el más letal de todos los tiempos , provocando unos 300 millones de muertos en épocas y lugares distintos. Se sabe que surgió hace 10.000 años, en el comienzo del Neolítico, y que provocó una increíble devastación. La viruela fue erradicada hace 40 años, pero, conocida entonces como la peste antonina, mató a una cuarta parte de la población romana en el siglo II. El historiador Amiano Marcelino señala que se extendió a las Galias y el Rin, provocando una terrible mortalidad.

Durante la época del emperador Justiniano, según cuenta Procopio, una epidemia que pudo originarse en Egipto asoló lo que quedaba del Imperio Romano. Morían 10.000 personas al día por un virus, imposible hoy de identificar, que producía una elevada fiebre y una hinchazón de las extremidades.

Ya hemos hablado del enorme impacto de la peste bubónica o peste negra durante la Edad Media , que despobló los núcleos rurales en Europa. Se piensa que la enfermedad vino de la India. Curiosamente produjo una inmigración del campo a las ciudades, que se creían más seguras.

Cólera

El cólera , palabra de siniestras resonancias, es una enfermedad contagiosa relativamente moderna, ya que causó sus principales estragos en el siglo XIX. Está producida por una bactería que suele contaminar el agua. Hay constancia de que el cólera mató a 20.000 personas en Londres en 1830 y que luego se extendió a otros países europeos como España.

También la sífilis es una enfermedad relativamente moderna . Según algunos estudios, se propagó por Europa tras el sitio de Nápoles en 1495. Fue contagiada por las prostitutas y, por su origen, fue considerada como un estigma y un castigo de Dios. Se dice que afectó a genios como Beethoven, Wilde, Baudelaire, Van Gogh y Nietzsche.

Y es que las epidemias y las pandemias son extraordinariamente democráticas : contagian tanto a los ricos como a los pobres, a los negros y los blancos, a los jóvenes y los viejos. Nadie está a salvo de ellas por muchas medidas de precaución que se adopten.

Pero es cierto que hay enfermedades contagiosas localizadas en lugares determinados como sucede con la malaria, propagada por los mosquitos, que castiga desde hace siglos al continente africano. En España, provocó más de 1.000 muertes en 1943, pero desapareció por completo. En Africa, sigue provocando estragos: se calcula que mata a unas 500.000 personas cada año.

Gripe de 1918

No podemos olvidar en esta larga sucesión de epidemias, la mal llamada gripe española, que se originó en 1918 tras acabar la I Guerra Mundial. Al parecer, los primeros casos se produjeron en la base militar de Fort Riley, en Estados Unidos, en marzo de ese año.

Pronto se extendió por México y el sur del continente y saltó a Europa con consecuencias devastadoras. Parecía una especia de neumonía que acababa destruyendo los pulmones. El virus afectaba con mayor profusión a personas entre 20 y 40 años . Duró dos años y causó al menos a 20 millones de víctimas, aunque hay estimaciones que doblan esa cifra. En España, fallecieron 300.000 personas, en torno a un 15% de la población.

La gripe española propició la creación de un comité científico de expertos a nivel europeo para analizar la naturaleza del virus y hallar una vacuna. Pero fue un laboratorio de Atlanta quien consiguió describir la naturaleza y los mecanismos del germen.

También la ciencia fue capaz de desarrollar medicamentos para neutralizar el sida , considerado como la epidemia de nuestro tiempo, un virus contagiado con frecuencia mediante relaciones sexuales. El sida surgió durante los años 80 y causó estragos en la población africana, provocando cerca de 40 millones de muertes a lo largo de varias décadas.

Todos estos antecedentes históricos nos pueden ayudar a comprender que lo que nos está sucediendo no es nada nuevo en la historia de la humanidad. La mala noticia es que hoy las comunicaciones y la globalización permiten expandir las enfermedades contagiosas a una enorme velocidad. Pero la buena es que ahora el mundo dispone de recursos y conocimientos que no existían en la sociedad medieval asolada por la peste bubónica.

Decía el filósofo de origen español Santayana que quienes ignoran la historia están condenados a repetirla. La frase no es aplicable a la pandemia surgida en China porque tenemos que enfrentarnos a una mal para el que no existe una hoja de ruta ni un manual de instrucciones. Los virus son desgraciadamente tan imprevisibles como persistentes.

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