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El Palacio de Hielo se despide como morgue: «Nadie se fue solo. Se les dio la máxima dignidad a todos»

1.146 vidas después, Madrid cierra su morgue más gélida. La batalla de los vivos se va imponiendo poco a poco

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Autoridades militares, la ministra de Defensa, la presidenta de la Comunidad y el alcalde de Madrid clausuran la morgue del Palacio de Hielo EFE

«Hace un mes estábamos todos hablando de la ley de la eutanasia. De decidir nosotros sobre la muerte de una persona. Un mes después nos invade el deseo de cuidar, luchar por la vida y salvar la de nuestros mayores; muchos de ellos se han ido». Cerradas las puertas de la pista central del Palacio de Hielo, donde semanas atrás acompañamos en plena Semana Santa a Pancho García , misionero chileno al que tocó en destino ser uno de los cinco capellanes que han velado los cadáveres depositados sobre alfombras verdes, el religioso de la parroquia de Nuestra Señora de las Américas en Madrid da la despedida. En sus palabras se mezclan reflexiones que se escuchan en la ceremonia de clausura a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso , al alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida , la ministra de Defensa, Margarita Robles , militares y policías destinados a custodiar este cementerio provisional desde el 23 de marzo, cuando –recuerda para ABC el comandante de la Unidad Militar de Emergencias (UME), José María Corrochano– llegamos «por la noche con los primeros siete cuerpos». Atodos les dominan dos emociones: la tristeza por tanta gente y la esperanza.

«Es un símbolo del horror y un halo de esperanza», dice el regidor. Ayuso infiere que «tras la situación más dolorosa que ha vivido la Comunidad en toda su historia, de enfrentarnos a un enemigo desconocido y traidor, en el Palacio de Hielo se asistió a un inmenso consuelo; todo el mundo cuidó y veló a los fallecidos».

«Todos los españoles somos soldados en esta crisis», dice el comandante de la UME José María Corrochano, responsable del operativo en el Palacio de Hielo

Es un «gozo» que los discursos ganen espacio a lo que hasta ayer fueron responsos. Vicente Esplugues es el vicario de la parroquia de Pancho. El capellán valenciano se siente «muy feliz» porque «nadie estuvo ni se fue solo». «Los médicos en los hospitales les tomaron la mano hasta el último minuto. Nosotros tomamos el relevo después. En esta crisis, todos hemos hecho nuestro papel: todos los españoles somos soldados », asegura Corrochano.

Una familia para cada ataúd

En parte, la comunidad de religiosos, operarios del Summa, Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad sienten cierto alivio, tras días de incertidumbre en los que asistieron con desolación a la apertura de otras dos morgues en la región. El palacio llegó a un nivel «de saturación», afirma el padre García.

Lo describe un agente de la Policía Nacional que se ha encargado de vigilar el exterior de este lugar. Era« el Mercamadrid de los Muertos». Además de la seguridad, auxiliaron a quienes trabajaban en el interior. «Intentábamos entrar lo menos posible para no molestar a la UME». El agente, curtido en la calle, habla de dos fases. «Al principio fue chocante. No te haces una idea hasta que no ves los camiones con los ataúdes entrar, las funerarias... había problemas de logística y organización y los veías desesperados. Los funerarios yendo de una morgue a otra. Era un caos».

Pasada esa fase, el ritmo fue frenético pero muy organizado. «La llegada continua de furgones impresiona. Tratas de tomar distancia porque no te puedes debilitar, debes hacer tu trabajo y mantenerte sereno», señala. Este policía asegura que jamás olvidará la imagen de la pista de hielo con todos los ataúdes , divididos en parcelas numeradas como un cementerio, tal y como detalla el comandante Corrochano.

El 14 de abril, cuando se cerró otro de los depósitos provisionales en Majadahonda, respiraron. Los capellanes observaban la curva con más desazón que Fernando Simón y al «dar el salto» de las jornadas con 900 muertos a las de 500, se comenzó a visionar el fin de la tragedia superlativa.

«Nunca fueron un número. Yo me colocaba y leía cada nombre. Decía: “hay que sacar a Gregorio, a América...”»

Militares de la UME corroboran su gratitud y el espíritu de entrega que se ha formado en torno a este punto, símbolo del ocio y bullicio familiar reducido durante treinta días negros a gélido punto de duelo. «Se les ha tratado con la máxima dignidad. Atodos, para nosotros nunca fueron un número, fueron nombres. Hay nombres que nunca olvidaré. Yo leía cada uno y decía: “hay que sacar a América, a Gregorio”. Gregorio da vueltas en mi cabeza», traslada el comandante sevillano afincado desde hace décadas en Alcalá de Henares. Pasan las 19.30 horas y el jefe del despliegue militar está recogiendo los últimos bártulos.

«Tenemos que decir a las familias que se les ha acompañado como si fueran nuestros padres o abuelos», señala el soldado emocionado. Al homenaje en la pista central acude también el teniente general jefe de la UME, Luis Manuel Martínez Meijide y otras autoridades civiles y religiosas, como el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro.

Como cada mediodía en la Puerta del Sol, sede de la Comunidad, se guarda un minuto de silencio y se tributa por las 1.146 vidas que pasaron su último escalón en este rincón.

«No se han ido solos, los militares estuvieron con ellos», elogió Robles EFE

Pocas pompas fúnebres

La morgue fue un paréntesis, afirman desde la autoridad mortuoria de Madrid. Hasta este cementerio provisional trasladaron los cuerpos las funerarias, los Bomberos de la Comunidad aliviaron la presión inicial, también la UME, custodiados siempre por agentes de la Policía Nacional y la Municipal. Sus cuerpos vencidos por el Covid-19 se llevaron después a las incineradoras y tanatorios , no solo de Madrid, sino que en el momento de mayor virulencia del virus se tuvieron que cremar en hornos de Cuenca, Valladolid, Calatayud o el de Las Quemadas en Córdoba, un área menos colapsada por la mortandad del virus. A esta ciudad andaluza se trasladó un tráiler lleno de cadáveres –siempre embolsados y desinfectados– el 3 de abril, con lo que se logró desatascar los de la capital. Las cenizas se entregaron en urnas a cada familia. Los enterramientos fueron austeros y solemnes, con pocos parientes como marcó la orden de Sanidad, pero con «la fuerza de la familia» formada en torno al Palacio de Hielo. «Todo esto está sirviendo de acicate en la fe. Dios está viviendo esta situación muy de cerca, acompañando a cada familia», afirma el padre Esplugues.

Los vivos van ganando poco a poco la batalla en este recodo de la ciudad. Vecinos como Carmen, que habla desde la ventana de un cuarto piso, observa cómo la comitiva se aleja. «Hace dos semanas había filas de coches mortuarios apostados frente a mi puerta. Ahora parece un lejano recuerdo». En este distrito de Hortaleza se ha sentido como un funeral propio y cercano. En las faldas del metro de Canillas, cuya apertura asoma al Palacio, Mari Carmen ha cogido el suburbano todo el mes para dirigirse a su trabajo de hostelería a domicilio. Como ella, decenas de personas compran en el súper de la planta baja «sin querer pensar» en los cientos de ataúdes que se acumulaban en la planta de arriba. La boticaria afirma que han ido y han venido todos los días. No han cerrado. Es la honra a los muertos. La vida misma.

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