Coronavirus

Luces de esperanza entre los más vulnerables

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España registró ayer 16.780 personas que han superado el coronavirus. Algunos jóvenes y fuertes, pero también otros casos de pacientes con problemas previos, complicaciones y edades avanzadas

Coronavirus: Alma, superviviente italiana de 95 años Vídeo: Los más vulnerables también superan el coronavirus - ABC Multimedia

María Lozano y Laura Marta

Entre las tinieblas y la incertidumbre que ha pintado el coronavirus esta primavera de 2020, unos destellos: los aplausos en los hospitales para los pacientes extubados o para los que reciben el alta; las gracias emocionadas aunque sin abrazos de quienes se han recuperado de una enfermedad invasiva y que no muestra piedad. Entre la oscuridad para el colectivo de personas mayores, a los que ataca con más virulencia y rencor, una luz, amplia, brillante, esperanzadora: la sonrisa de Italica Grondova, 102 años, recuperada del Covid-19 tras veinte días ingresada, «La inmortal», apodo recibido en el hospital de Génova donde fue tratada. En España, las sonrisas son las de María, Ana María y Amador. Con y sin patologías, bajas defensas y altas edades. Supervivientes del Covid-19 .

María Candela, Burgos, 92 años

«Comía lo que podía para tener más fuerzas»

Con 92 años, problemas del corazón y diabetes, María Candela era la definición perfecta de paciente de riesgo frente al coronavirus , pero pudo con él. «Es una guerrera», explican tras el teléfono su hija y su nieta, que no se despegan de ella. María, que reside en Burgos y quedó viuda hace cinco años, presume de que ahora sus hijos la atienden «como una reina», pero no olvida los duros momentos que pasó cuando los síntomas del virus comenzaron a manifestarse en su cuerpo debilitado. A principios de marzo María no se cansaba de repetir que tenía un constipado «que no se acababa de quitar», hasta que se dio cuenta de que era algo más. El día 9 acudió al hospital, pero la mandaron a casa. Una noche después tuvo que pulsar el botón de la cruz roja porque sentía que se ahogaba. «Había mucha confusión», recuerda su hija. La ingresaron en planta y su familia pudo estar con ella durante un día, el tiempo que tardaron en confirmar el positivo en Covid-19 .

«Cuando te dicen «dale un beso que nos la llevamos» es lo más duro. Sentimos mucho miedo», lamenta una de sus hijas. María no recuerda las dos semanas que pasó en el Hospital Universitario de Burgos como algo negativo. Esa actitud luchadora es lo que cree que la ayudó a superarlo: «tenía mucha fuerza de voluntad, comía lo que podía para tener fuerza, es lo bueno que tuve».

Ana María, Madrid, 59 años

«El coronavirus nos ha hecho a todos iguales»

En los últimos dos años, Ana María, religiosa de 59 años en la Congregación de Esclavas del Corazón de Jesús, ha tenido que estar ingresada en el hospital en doce ocasiones, por eso cuando los médicos le comunicaron que tenía coronavirus supo que iba a ser muy difícil salir. «He tenido peritonitis, neumonía, tromboembolismo pulmonar masivo, me han hecho una ablación... mi estado físico y de salud era muy malo, pero es cuestión de luchar», relata en una conversación con ABC. Estuvo durante 17 días en el Hospital de La Paz, en Madrid, y aunque le dieron el alta el pasado jueves, sigue «muy cansada».

Recuerda que los primeros días tenía mucha fiebre y «tiritaba como una hoja» y hubo momentos en los que los que los pensamientos negativos vencían al optimismo que la define. «Creí por momentos que no salía. Pensé que la vida ya la había entregado y que no iba a ir escatimando la vida al señor», admite. Relata que los sanitarios estaban «desbordados»: «Sobrepasados en todo. No había mascarillas ni muchos trajes de protección, pero todas las carencias se suplían con humanidad, que era admirable», señala. Ahora, pasada la tormenta, ha hecho balance de lo bueno que le ha traído el coronavirus. «El virus ha dado la posibilidad al hombre de humanizarse. Nos ha hecho a todos iguales porque afecta de la misma manera a todo el mundo».

Amador, Leganés, 82 años

«Esto es más duro de lo que parece»

A Amador, jubilado de 82 años de Leganés, le dieron el alta el viernes y ahora lo único que quiere es recuperarse completamente y no contagiar. Todavía tiene secuelas y advierte de que «es más duro de lo que parece». Estuvo ingresado unos diez días en el Hospital Universitario Severo Ochoa de Leganés y asegura que la situación no dista ni un ápice de la que se ha mostrado en los medios de comunicación. «No cabíamos por ningún lado. Es una pena estar solos y abandonados con esta edad».

Ahora señala que está tan cansado que ni se tiene en pie y que tampoco tiene ganas de comer. «Antes era muy activo, hacía muchas rutas por la sierra de Madrid con mis amigos de la peña Los Romerales y he hecho dos veces el Camino de Santiago». Justo en esa peña hay varios compañeros contagiados, por lo que sospecha que fue donde contrajo el virus. La mayoría son más jóvenes que Amador, pero «están peor», razón por la que pide que nadie se crea «invencible» por el coronavirus .

Una fiesta

También para los profesionales sanitarios es un alivio y un impulso ver cómo los pacientes comienzan a respirar por sí mismos, les vuelve el color a la cara y la sonrisa al ánimo. El pasado miércoles, Raquel, médica especialista en medicina interna del Hospital Gregorio Marañón, vio salir por su propio pie a varios pacientes que superaban los 70 años después de pasar entre una semana y diez días ingresados, luchando siempre. El jueves, a otras dos mujeres de edad parecida se iban a terminar de curarse a casa. Alguna paciente ha preferido ir a un hotel de apoyo para recuperarse un poco más y evitar así contagiar a su marido, de más edad que ella. «Se toman el alta con mucha alegría. Con muchas ganas de llegar a casa. Todas las altas son un impulso para seguir. Yo soy la primera que me emociono con cada una », admite.

Explica que la relación entre paciente con coronavirus y profesionales sanitarios es muy intensa, más que cualquier otra. «No es una hospitalización convencional. Es una situación muy cambiante en muy poco tiempo. Lo que nos obliga a entrar varias veces al día a la habitación. Además, tenemos que hacer el esfuerzo para que no se sientan solos , porque sus familias no pueden venir. Y algunos pacientes de estas edades no saben utilizar las tecnologías para comunicarse con su familia que está fuera».

Cada buena noticia es una fiesta, celebrada con toda la emoción aunque sea bajo capas y capas de protección. «Lo de las mascarillas es algo durísimo. Las usan los pacientes y también nosotros. Así que no nos vemos la cara y no nos ven la cara . Yo tampoco se la veo a la enfermera ni a la auxiliar con los que trabajo codo con codo a diario. Tampoco podemos abrazar a la familia . No hay visitas, claro. Así que cuando se van, les hacemos pasillo y aplaudimos hasta la puerta donde espera el familiar».

Todos se marchan con la sonrisa que pueden, con el agradecimiento infinito por los cuidados médicos, psicológicos y humanos recibidos y con una promesa: « nos dicen que van a volver a vernos cuando pase la epidemia. Para que nos podamos ver las caras y lo celebremos ». Hoy seguirá su turno, espera aplaudir más altas, y recuerda lo importante que es mandar un mensaje de esperanza a las personas más vulnerables, confinadas en casa y, muchas de ellas, con la única compañía de una televisión que solo presagia nubes negras sobre su horizonte. También hay luz para ellas.

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