Contar ovejas por no llorar
El coronavirus pasa factura a la ganadería ovina, al límite tras el cierre de hoteles y restaurantes
Cerraron los restaurantes y los ganaderos sintieron el golpe. Con la hostelería clausurada, todos aquellos que no eran proveedores de los supermercados pasaron a tener un nudo en la garganta. Le pasó a David Tejerina, que se dedica a la cría de corderos en Villatoquite, un pequeño pueblo de Palencia, para después venderlos como lechales . «Nos hemos quedado tirados», lamenta tras ver cómo el virus es capaz de poner contra las cuerdas cualquier forma de ganarse la vida.
«Ha pasado todo esto en primavera, la época en la que hay más corderos en la explotación», explica este hombre de campo, que no se esperaba lo que estaba por venir cuando se tomaron las primeras medidas para frenar la pandemia. «Ni en los peores sueños», exclama Tejerina, a quien el primer golpe de realidad le costó muchas horas de sueño. « Tuve unos 15 días que a nivel personal me afectó , que estuve sin dormir. Llamas al tratante y te dice que no se va a llevar los corderos porque él tampoco puede darles salida y te ves una situación desesperada, no sabe uno ni lo que hacer, si sacrificarlos o no, porque alimentarlos es otro gasto. Algún compañero lo ha hecho», reconoce.
Las dificultades, además de las lógicas para dar salida al género, llegaron a cotas impensables en años normales . Llega el calor y las ovejas no pueden aguantar con el mismo pelo que en invierno. «Cuesta encontrar esquiladores, porque suelen hacerlo cuadrillas extranjeras y no han podido venir este año por el virus, además, los pocos que hay en España están desbordados», añade Tejerina.
Este oficio lo conocen bien Daniel Román y su familia que, además de mantener su rebaño, también se atreven a esquilarlo. Este joven, de 22 años, todavía no ha tomado la alternativa, pero expresa a ABC que tanto su padre como su abuelo -antes de jubilarse- mantienen la tradición de motilar a sus ovejas como se ha hecho toda la vida. «Tenemos 400 y, al menos cien las motilamos a tijera», explica Román desde Bogajo, un pueblo de 141 habitantes en Salamanca.
«Con una maquinilla, un profesional te esquila una oveja en un minuto pero con tijera igual tardas quince. Eso sí, queda mucho más vistoso, se ven los carriles y a la gente le llama la atención», resalta el joven, que reconoce que también para ellos están siendo unas semanas complicadas. «Casi hay que dar las gracias si el tratante se lleva los corderos, pero los están comprando mucho más baratos. Si antes los vendías cada uno a 50 euros, ahora sólo a 20 o 30 . Ni mi padre ni mi abuelo recuerdan algo igual, ni en la crisis de 2008», lamenta Román, quien asegura que pronto tomará el testigo de su padre: «Mi abuelo me dice que, si no me enseñan a esquilar, la tradición se perderá».
Agradecidos
Tejerina, pese a las dificultades mantuvo a sus ovejas, que cuida en una explotación familiar junto a su mujer. El objetivo, una vez que vieron que no les quedaba otra opción que tirar hacia adelante, era no caer enfermos. «En este sector no podemos permitírnoslo. Aquí hay que echar de comer todos los días a los animales», subraya el ganadero, que también aprovecha la ocasión para agradecer los gestos que amigos y conocidos tuvieron con ellos en los momentos más complicados de la pandemia.
«La gente se ha volcado con nosotros. Me llamaban amigos para comprarnos los lechazos a nivel particular. Basta que la cosa está mal para que me dijeran que les guardara un lechazo», reconoce el ganadero que poco a poco deja de contar ovejas por las noches, aunque sabe que todavía vendrán tiempos duros.
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