Cómo sortear la infección por coronavirus
Juan M. Pascual, investigador y profesor de neurología del UT Southwestern en Dallas, ofece algunas recomendaciones
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Toda recomendación es susceptible de rectificación a medida que se sepa más sobre la infección. Valgan como consejos personales estas reflexiones:
Distanciamiento social
El virus permanece flotando en el aire en micropartículas un tiempo mayor al supuesto inicialmente. ¿Qué es una micropartícula? No está claro, porque depende de cómo se defina. Como ejemplo, el humo de un cigarro está constituido por micropartículas y a veces es posible notar que alguien estuvo fumando en nuestra habitación esa mañana. Dos metros de separación parece ser el mínimo deseable.
Mascarillas y guantes
Si hubiera mascarillas para toda la población ¿por qué no usarlas? Los rumores sobre su uso incorrecto posiblemente empeorando el riesgo son ciertos, pero es difícil usarlas mal con un poco de sentido común y disposición a aprender. Sobre la utilización de guantes, el virus en las manos no infecta, por tanto, el lavado de manos con agua y jabón durante veinte segundos (cronometrados) o el uso de un gel con alcohol debería ser suficiente.
Objetos contaminados
Los objetos o compras de supermercado que no precisen refrigeración y que no puedan limpiarse o cuya procedencia sea dudosa pueden dejarse en una habitación aislada cuatro días, pues el virus se inactiva antes de ese periodo. Cualquier objeto del exterior deja de ser problemático en ese tiempo (salvo que esté contaminado y se mantenga refrigerado).
¿Cómo desinfectar?
La lejía es el mejor desinfectante cuando los otros escasean. Los artículos de comida perecederos pueden limpiarse con un trapo humedecido en lejía diluida o sumergirse en agua con lejía diluida durante 30 minutos. La dilución es de 1 parte de lejía por cada 50 partes de agua. Por ejemplo: un fregadero con 2,5 litros de agua necesita 50 ml de lejía (1/5 de vaso).
¿Cuántos infectados hay?
No tiene mucho sentido hablar del número total de infectados, ni de la proporción de infectados, porque no hay todavía suficientes pruebas diagnósticas. Si todo el que enfermase recibiese una prueba, cabría hablar del número total de infectados, o de la proporción de infectados con respecto a todos los que presentan síntomas respiratorios. Pero no se conoce ni el numerador (porque no se sabe el total de infectados puesto que no hay pruebas suficientes) ni tampoco el denominador (porque no se sabe qué total de personas hay con síntomas respiratorios). Utilizar una fracción con numerador y denominador inciertos para cualquier propósito importante puede ser lo menos malo, pero es poco fiable.
¿Cómo y a quién mata el virus?
No se sabe todavía lo suficiente al respecto. No mata el virus, sino la reacción del organismo. En una proporción de infectados se produce una neumonía al cabo de 10-15 días de los primeros síntomas que comienza en forma de consolidación inflamatoria del tamaño de una nuez en varias partes de la periferia de los pulmones. Por motivos no aclarados, este proceso es más grave cuanto mayor es la edad (posiblemente incluso sin enfermedades previas, en contraste con lo que se suele decir). Se trata de una reacción inflamatoria desmesurada. El corazón y el cerebro pueden verse afectados en una pequeña parte de casos. Por último, el virus destruye selectivamente la clase de glóbulos blancos llamados linfocitos y esto se puede asociar (como se sabe por otras enfermedades parecidas) a infecciones bacterianas y a otras también llamadas oportunistas (causando neumonías o septicemias) que se añaden a la vírica inicial.
¿Qué medicinas tomar o no tomar?
Hoy por hoy, ninguna información es lo suficientemente fiable y ningún estudio fiable ha concluido. En todas las ciencias siempre hay quienes escriben más que leen y hablan más que piensan (quien no lo crea, vea los grabados 33 y 40 de la serie «Los Caprichos» de Francisco de Goya).
¿Es necesario seleccionar a quien pueda ser más rentable tratar?
Yo, desde luego, no me resigno, como Eneas, a tener que ir visitar a mis seres queridos al Hades y sospecho que pocos lo harán porque nadie sabe cómo predecir quién vivirá y quién morirá. Sobre si esto es parcela de los médicos o de los gobernantes o de los llamados profesionales de la ética, Don Quijote opina que «me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres no yéndoles nada en ello».
¿Cuántos respiradores más hacen falta?
El número justo. No son nada fáciles de usar y por tanto requieren de formación especializada -no solo para programarlos con los parámetros adecuados a las condiciones de la persona (que pueden cambiar hasta tres o más veces diarias), sino también para saber interpretar las consecuencias que se derivan de su uso hora a hora-. Si nuestro país escasamente alcanza la tercera parte de las camas de cuidados intensivos per cápita que hay en Alemania, difícilmente cabe suponer que todo este personal cualificado existiera previamente y estuviese preparado para actuar el primer día. La medicina española nunca ha sido gran creyente en dotar a los cuidados intensivos de la importancia que merecen. Por ejemplo, ver habitaciones con varios enfermos, algunos de los cuales son infecciosos, va siendo ya cosa de la que huyen los países avanzados tan rápidamente como pueden. Salvo en ciertas zonas transitorias, hoy no hay excusa para que un hospital nuevo no tenga habitaciones individuales.
¿Llegará a tiempo la vacunación?
Es prácticamente imposible en el periodo de tiempo necesario y en las cantidades requeridas. La vacuna anual de la gripe común (la cual, como su nombre indica, varía cada año) tarda significativamente, pues comienza a prepararse muchos meses antes de la temporada de la gripe debido al tiempo que conlleva su producción masiva.
Quien se cura ¿es inmune a perpetuidad?
No está claro. Algunos virus (como los del herpes) se padecen varias veces. No parece ser este el caso. De hecho, hay estudios en curso para determinar si los anticuerpos que las personas curadas han desarrollado como respuesta a la infección sirven, tras una donación sanguínea y purificación, como tratamiento para otros.
¿Cuándo acabará todo?
Si el caso de la gripe común sirve como ejemplo, generalmente lo peor cede en unos cuatro meses. Pero puede haber rebrotes. Especialmente cuando se levanta el estado de aislamiento y las personas susceptibles de adquirir la infección pasan de estar confinadas a estar expuestas de nuevo. Generalmente, el fin de las epidemias es tan misterioso como su principio. Pocas medidas existieron contra la peste y, sin embargo, desapareció.
¿Qué más sería deseable (en un futuro)?
Las necesidades inmediatas están a la vista. En el futuro, debería acabarse con la fragmentación de los organismos a cargo de datos y acciones en situaciones como esta. La unión en las cuestiones importantes hace la fuerza, mientras que la división en las tareas fundamentales solo alienta a los provincianos.
¿Es este el final de nuestra civilización?
No parece que las predicciones de la Biblia hayan sido consensuadas todavía. El CDC (Centers for Disease Control and Prevention) norteamericano estima que entre el 1 de octubre de 2019 y el 1 de abril de 2020 ha habido (tan solo en EE.UU.) entre 24.000 y 63.000 muertes en relación con la gripe común, lo cual no es inusual cada año. Y el mundo sigue estando aquí. Puede que el que viene tenga que ser más modesto, pero casi no hubo peor época para la salud pública que el Renacimiento y eso no les impidió la excelencia. Aunque es dudoso que hoy se repita la hazaña, a juzgar por lo ya visto incluso antes de la epidemia. Ahora seriamente: todos podíamos haber hecho más antes de que esto ocurriera, pero estábamos en otras cosas. Ojalá la siguiente generación no tenga que aprender de nuevo la lección de la misma manera. Mis más sentidas condolencias por los prematuramente fallecidos.
*Juan M. Pascual es investigador y profesor de neurología del UT Southwestern en Dallas
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