Ciudades libres de acoso hacia las mujeres
Piropos indeseados, silbidos, miradas insistentes y tocamientos generan miedo a la mujer, que demanda ciudades más seguras

Defienden algunos que, en el ámbito educativo, hay que transformar los lugares de recreo porque se han convertido en espacios de ocio pensados casi en exclusividad para quienes gozan con el fútbol , en la mayoría de las ocasiones niños, y no niñas. A otros les parece exagerada esa consideración, pero llevado a la globalidad de las ciudades, según un macroestudio internacional, el 80% del espacio público de las urbes es utilizado por los hombres, y las chicas se sienten diez veces menos seguras que los hombres en estos espacios. Zonas de aparcamiento; parques; callejones largos y angostos; calles con la iluminación tenue o inexistente... Ellas comienzan a denunciar que las urbes también son sexistas.
La ONGPlan Internacional decidió unir dos efemérides, el Día Internacional de la Niña y el de las Ciudades, que se celebró el pasado 31 de octubre. Mezclando ambos asuntos, y cuando se cumple un año del estallido del movimiento de mujeres #MeToo , el resultado ha sido un minucioso trabajo según el cual en ninguna de las ciudades del mundo las jóvenes aseguraron vivir sin miedo.
Se han recabado las opiniones de jóvenes y adolescentes de todo el planeta, de los cinco continentes, lo que ha devenido en que las chicas dieron de alta 21.200 puntos en la plataforma digital «Free to Be» . En esta web volcaban sus impresiones, sus sensaciones, sus testimonios de manera anónima o no y obtuvieron más coincidencias que diferencias entre lo comentado por jóvenes de Kampala, o a miles de kilómetros en Lima, Sídney o El Cairo.
Ginette (o su diminutivo, Gege) es una de esas jóvenes comprometidas que han formado parte de la iniciativa . Se postula como inminente arquitecta, y piensa en lo mal que están confeccionadas las metrópolis. «Son los lugares perfectos para que les pasen cosas malas a las mujeres», razona. Venezolana de cuna, no esconde situaciones de acoso sufridas tanto en su país (incluso, por agentes de policía a los que acudió buscando amparo, confiesa) como en Australia. No obvia que su familia se mudó de Venezuela, dentro de un mar de razones, porque «no pegaba con esa cultura en que se valora y respeta muy poco a la mujer». Pero cuál fue su sorpresa cuando los acosadores reincidieron en Sidney. Hablamos de gente que piropea de manera grosera, de miradas insistentes, de silbidos, roces y provocaciones . «Cualquier cosa que me reduzca a objeto físico es acoso», completa Gege.
El acoso, según cuenta Yara, una joven cairota de 16 años, es distinto en su país. Sueña con ser cirujana y cree que no hay nada, ni en Egipto ni en otros rincones, que una mujer no pueda hacer. Y sin embargo, sí relata que en su cultura, donde la proximidad hombre-mujer (más siendo completos desconocidos) se torna en una distancia inquebrantable, verse asediada por un hombre que acabó robándole el móvil desencajó todos sus esquemas. «Sufrí pesadillas. Lo pasé muy mal. No lo entendía. He aprendido técnicas de kárate y autodefensa y ya no tengo tanto miedo, pero –declara– si tengo que elegir pasar al lado de un grupo de hombres o uno de perros enrabietados, elegía mil veces los perros».
Verbal, no físico en Madrid
En Madrid, las situaciones de indefensión de las mujeres también bullen en las esquinas . Donde más se registran, según la directora de Incidencia Política de la ONGPlan Internacional, Emilia Sánchez-Pantoja, es en la calle y el transporte público. «Cuando van solas, las mujeres pasan miedo», dice. El acoso en la capital española no es físico, sino que se resuelve más bien con piropos indeseados. Las chicas en Madrid denuncian en un 72% de los casos acoso verbal, aunque es la ciudad (con un 11%) donde se mencionan más situaciones de masturbaciones de hombres en público, la cifra más elevada de todos los lugares comparados. Entretanto, en Kampala (Uganda), las chicas temen por su vida al encararse a un hombre, se dan casos de robo, violaciones y agresividad extrema a plena luz del día.
«Es dramático ver que la sociedad ha normalizado el acoso callejero. Hoy en día ya vive mucha más gente en los entornos urbanos que en el campo, en 2030 lo harán 700 millones de niñas y mujeres y están tan acostumbradas a sufrirlo a diario que se han resignado. Como sociedad no podemos permitirnos que se las esté acosando y no pase nada», asegura Sánchez-Pantoja.
«No me molesta o asusta un simple “guapa”, pero me siento indefensa porque no sé qué vendrá después, no sé cuál es el fin. Me produce incomodidad y quiero que lo entiendan los chicos. ¡Cómo te entra en la cabeza que vamos a estar cómodas! No tiene sentido, lo cojas por donde lo cojas». Clara, estudiante madrileña de Ciencias Políticas y Sociología, lo tiene claro: las instituciones deben implicarse. Ella, Gege y Yara piden instalar «puntos violetas» en las ciudades desde donde una joven pueda denunciar. Y sentirse protegida. Pero lo que demandan más allá es sentirse libres en el lugar en que viven.
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