Espinas coronavíricas

Los virus ni siquiera son células, se adueñan de las células de los seres vivos; su estudio equivale a explorar la complejidad de lo sencillo. Hace menos de dos años, ajenos estábamos a imaginar que la atención global se centraría en una imagen muy concreta: de todo el contorno de una partícula esférica emergen espinas (spikes) que le dan aspecto de corona. Son las estructuras que forma la proteína S del virus Covid. Como toda proteína, por su propia naturaleza, se pliega adoptando un paisaje propio, con zonas más expuestas y otras más escondidas. Sabemos que S es la llave que el virus emplea para forzar su entrada en la célula humana, pero una llave tan especial que, tras reconocer a la cerradura (el receptor), se rompe en dos fragmentos. Uno de ellos le sirve para acoplarse mejor a la membrana asegurando su entrada.

El virus SARS-CoV-2 tiene varias proteínas más, pero la proteína S sigue siendo la protagonista a estas alturas de la pandemia, por ejemplo, las vacunas se basan en que el organismo reaccione contra la S. El sitio por el que se rompe la proteína S en dos fragmentos -un pequeño tramo de cinco aminoácidos- no existe en los coronavirus más similares al del Covid, aunque sí en otros muchos coronavirus. Si SARS-CoV-2 lo adquirió en la naturaleza o en investigaciones de laboratorio, sigue siendo un debate no resuelto entre los expertos.

Otro conjunto de interrogantes son los que suscita el que la proteína S va cambiando por mutaciones. La última variante más extendida, la llamada Delta, portadora de nueve mutaciones sólo en esta proteína, añade una más en una zona clave. Surge entonces la variante Delta-plus, que incrementa aún más la capacidad de contagio. Cuando estamos experimentando un repunte de casos y de muertes por Covid, no en España, pero sí en Reino Unido, en Rusia y muchos países de Europa central y del Este, nos hemos ce esforzar una vez más en la prevención. Lo relacionado con la espina coronavírica sigue siendo clave para le evolución del Covid.