Calor extremo: ¿puede colapsar una ciudad?

Las urbes se enfrentan a unas altas temperaturas para las que no fueron diseñadas mientras deben dar servicio a una población creciente

Una mujer camina junto a un termómetro que marca 43 grados en las calles de Córdoba este sábado EFE

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A partir de los 35 grados se complica el suministro energético en las ciudades. Con 40, las vías férreas sufren dilataciones y a partir de los 45, el asfalto puede deformarse y se vuelve traicionero . A los 47, comenzarían a cancelarse algunos vuelos, incapaces de despegar. Y el límite de los transformadores de las subestaciones eléctricas está en algo más de 50 grados. Mientras, los umbrales a partir de los que se dispara la mortalidad dependen de la zona: 26 grados en La Coruña, 34 en Madrid y 40 en Córdoba. ¿Hasta dónde aguanta una ciudad?

La pregunta planea entre los expertos. La proyección de los efectos del cambio climático no son halagüeñas para España. Las olas de calor aumentarán en intensidad, en duración y en frecuencia, mientras que la planificación urbanística, las infraestructuras o los materiales se concibieron para aguantar unas condiciones más benévolas .

«En Barcelona, la temperatura extrema aumentará hasta siete grados este siglo, aunque lo más probable es que sean cinco», cuenta Robert Monjo, de la Fundación para la Investigación del Clima (FIC). La entidad participó en el programa Resccue, de la Comisión Europea, que busca averiguar si las ciudades están preparadas para el clima del futuro . Con 47 grados en la Ciudad Condal, ¿qué pasaría con el sistema eléctrico?

No muy lejos de los 44 grados alcanzados estos días en España se complica el despegue de los aviones

Hoy los transformadores pueden soportar más de 50 grados de temperatura ambiente y casi de 80 en su interior. Algo que parece poco probable de alcanzar. « Los verdaderos peligros vienen a nivel de consumo , porque se genera un pico muy elevado de demanda eléctrica y puede que no seas capaz de cubrirlo, da problemas de servicios», cuenta José Luis Domínguez, responsable del grupo de sistemas eléctricos del Instituto de Investigación en Energía de Cataluña (IREC). En el programa Resccue no han encontrado la temperatura exacta a la que la ciudad «colapsaría» –depende de muchos factores–, pero sí preocupa un efecto cascada.

Un peligroso efecto cascada

En un caso extremo (la red está diseñada para poder funcionar aunque caigan varios elementos), «si te falla el sistema eléctrico, el de agua también, porque fallan las bombas», dice Domínguez. Además, las telecomunicaciones funcionan peor con calor. Las antenas tienen que hacer un esfuerzo mayor y, aunque cuentan con baterías independientes, si hay un fallo persistente en el suministro de energía, en unas horas podrían comenzar los problemas con las comunicaciones . «Muchos de los sistemas que vemos como básicos podemos dejar de tenerlos –asegura Domínguez–, de ahí que tengamos que mejorar las previsiones y proteger el sistema».

Si en este punto lo que piensa es en huir de la ciudad, debe saber que puede tener algún problema. No muy lejos de los 44 grados alcanzados estos días en España se complica el despegue de los aviones . Con 47 grados el aire pierde densidad, los aparatos ven reducida su capacidad de empuje y necesitan una «carrera» más larga para lograr potencia. Un informe del Gobierno, de 2013, sobre las necesidades de adaptación del transporte reconocía que, en episodios de calor extremo, «podría llegar a aplicarse restricciones de operación a los aviones más pesados por escasez de longitud de pista». Pasó en Phoenix (EE.UU.), en 2017, donde se cancelaron decenas de vuelos por una ola de calor que elevó los termómetros hasta los 49 grados. «Sería conveniente valorar incrementar la longitud de pista», recomendaba el informe.

Problemas con 15 grados más

«Ahora mismo las infraestructuras no están preparadas», asevera Vicent Esteban Chapapría, presidente de la Asociación de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Frente a los episodios extremos necesitamos adaptarnos . «En resiliencia fallamos, en innovación y en la transición hacia un nuevo modelo energético. En España tenemos que revisarlo todo», explica el ingeniero, aunque matiza que el conflicto es diferente para cada sector.

Los materiales que se utilizan para construir absorben y reflejan la radiación solar; almacenan y liberan calor

En Reino Unido, por ejemplo, alcanzar los 35 grados es un problema para la red de ferrocarriles, y no solo porque los trenes no cuenten con aire acondicionado. Las vías sufren dilataciones y tienen que dejar de operar. ¿Y en general? «A partir de los 40 grados se complica (este transporte), pero no es tanto por la temperatura máxima, sino por el diseño». No se pueden superar los 15 grados de diferencia entre la temperatura prevista para la vía y la realidad.

Y si ahora piensa en lanzarse a la carretera, cuidado. «Los pavimentos de materiales asfálticos se comportan mucho peor frente al calor porque se reblandecen , frente a los pétreos u hormigones», dice el catedrático. La posible alternativa del futuro se busca en la fibra de vidrio. La buena noticia es que el calor extremo no parece un problema, a priori, para los coches. «La alta temperatura no es condicionante», explica José María López, director del Instituto Universitario de Investigación del Automóvil (Insia). «Los componentes van cómodos con el calor, y el motor funciona bien». Según detalla, el líquido refrigerante funciona a unos 90 grados. «Mientras no supere los 105 o 110 grados no hay problema». Eso sí, cuidado con tocar la chapa. Una carrocería oscura puede llegar a 80 grados .

Isla de calor

¿Y si se queda en casa?, se preguntará ahora. Porque, en días calurosos y soleados, «las superficies urbanas pueden llegar a estar hasta 50 grados más calientes que el aire», cuenta Erica Martínez, investigadora del ISGlobal, centro impulsado por La Caixa. El problema reside en que los materiales que se utilizan para construir absorben y reflejan la radiación solar ; almacenan y liberan calor. Acaban creando el efecto «isla de calor» que, en el caso de Madrid, lleva a una diferencia de hasta 7 grados de temperatura entre la periferia y el centro , según un estudio de las profesoras de la Universidad Politécnica de Madrid Emilia Román y Carmen Sánchez-Guevara. Algo que también influye en la demanda de refrigeración: los edificios de las zonas céntricas de la capital tuvieron una demanda hasta un 40% mayor.

Lo importante es que la temperatura corporal se mantenga en torno a los 37 grados. «Una persona puede soportar un aumento de hasta 3 grados sin consecuencias para la salud, siempre que sean individuos sanos», explica Martínez. Pero ante un problema de suministro eléctrico o de pobreza energética, es necesario reducir el calor en las ciudades : techos blancos, zonas verdes, pavimentos fríos o edificaciones con aislamiento ya están entre las propuestas para evitar llegar al límite.

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